Opinión

Alejandro Figueroa: Como van las cosas

Lee aquí la columna del abogado estadista.

Alejandro Figueroa | Columnista

En la semana en que el presidente Biden presenta su discurso sobre el Estado de la Unión las encuestas más recientes reflejan que los estadounidenses están insatisfechos con la dirección de la Nación y, en general, pesimistas sobre su futuro.

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¿Pero reflejan estos resultados de las encuestas el verdadero sentimiento de la mayoría?

Una gran cantidad de evidencia de encuestas a nivel nacional dan indicios de la insatisfacción. A manera de ejemplo, según la encuesta de Gallup sobre si las personas están “en general ... satisfechas o insatisfechas con la forma en que van las cosas en los Estados Unidos”, se encuentra en uno de los puntos más bajos desde que comenzó a medir esto: solo el 22 % dice estar satisfecho, un porcentaje comparable a los niveles medidos antes de que los presidentes Carter y George H.W. Bush perdieran sus campañas de reelección.

Una encuesta de NBC News encontró que el 71 % de los estadounidenses dijeron que el país estaba “en el camino equivocado”, y cuando se les pidió a los encuestados que dieran una palabra o una frase corta para describir cómo se sienten acerca de hacia dónde se dirige Estados Unidos en el próximo año, la respuesta más común fue “cuesta abajo”.

Eso parecería sugerir grandes problemas para Biden en la campaña de reelección que se espera que anuncie poco después del discurso que brindara la noche del martes.

Sin embargo...

Si observamos lo que hacen los estadounidenses, en lugar de lo que dicen o responden a las encuestas, el estado de ánimo de la mayoría parece significativamente menos negativo.

Consideremos, por ejemplo que la Nación acaba de completer una elección de mitad de término en la que el partido del presidente no solo tuvo pérdidas en la Cámara muy por debajo del promedio histórico, sino que también ganó un escaño en el Senado, obtuvo el control de cuatro cámaras legislativas estatales adicionales y logró añadir dos gobernaciones, resultados que superaron los de cualquier partido en el poder desde la era del presidente Franklin D. Roosevelt.

Los demócratas, sin lugar a duda, deben parte de ese éxito a la mediocridad de los candidatos del lado republicano. Sin embargo, no a todos: a los incumbentes de ambos partidos les fue muy bien en 2022. Por primera vez desde 1914, por ejemplo, ni un solo senador incumbente perdió.

Nada de eso es consistente con un electorado en un estado de ánimo profundamente frustrado con perspectiva negativa en base a las ejecutorias del gobierno en funciones. Lo que es consistente es la abrumadora influencia del partidismo en la forma en que los estadounidenses ven el mundo: los republicanos sienten que el país está en el camino equivocado porque un demócrata ocupa la Casa Blanca. Los demócratas se han vuelto algo más sombríos desde noviembre porque los republicanos ahora controlan la Cámara.

Las preocupaciones del mundo real también importan, por supuesto. La inflación hizo que el nivel de vida de muchas familias cayera el año pasado, y no debemos descartar el trauma de una pandemia que ha causado un exceso de 1.3 millones de muertes en la Nación desde el 2020. Pero ese descontento se moldea y, en muchos casos, se amplifica por el miedo de la gente a lo que pueda hacer el partido contrario.

Una desconexión similar entre sentimientos y acciones aparece en las medidas de la economía. Una encuesta reciente de CBS News encontró, por ejemplo, que el 59 % de los estadounidenses dijeron que creen que la economía está empeorando, en comparación con el 18 % que dijo que está mejorando y el 23 % que dijo que se mantiene estable. Cuando se les preguntó acerca de las condiciones económicas actuales, el 28 % dijo que eran al menos “bastante buenas”, pero el 36 % las calificó de bastante malas y el 30 % de muy malas.

Esos hallazgos se produjeron antes de que el informe mensual de empleos del viernes mostrara que los empleadores agregaron poco más de medio millón de empleos a la economía en enero y que la tasa de desempleo cayó al nivel más bajo en 50 años, incluso cuando la inflación continúa disminuyendo. Pero incluso antes de esa noticia, los consumidores solo habían reducido ligeramente sus gastos en los últimos meses, a pesar de los repetidos aumentos de tasas de interés por parte de la Reserva Federal que están diseñados para controlar la inflación en parte al reducir la demanda de los consumidores.

Aquí, también, el partidismo ha dado forma a la respuesta: entre los republicanos, más del 80 % dijo que la economía esta mala; entre los demócratas, solo el 40 % de los encuestados coincidieron. Sobre el futuro de la economía, alrededor de un tercio de los demócratas esperaban que las condiciones empeoraran, mientras que un tercio pensaba que estaban mejorando. Entre los republicanos, el pesimismo superó al optimismo por 5 a 1.

El efecto del partidismo en la forma en que la gente ve la Nación no es un fenómeno nuevo. Lo nuevo es la magnitud de su impacto. Las brechas partidistas parecen estar ampliándose en cuanto a las opiniones económicas y eso dificulta la interpretación de los datos en comparación con décadas atrás.

Para decirlo de otra manera, las encuestas de sentimiento económico, o de las condiciones en general, no predicen las elecciones como lo hacían antes. Los niveles de descontento público que predecían graves problemas para los presidentes en una era anterior ahora envían una señal más ambigua.

Lo mismo se aplica a la pregunta estándar que pretende medir el nivel de aprobación del público en cuanto a cómo el presidente está haciendo su trabajo. Esa medida mostraba variaciones amplias en un pasado: los niveles de aprobación del presidente George W. Bush se dispararon por encima del 80 % después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, luego se desplomaron al 25 % hacia el final de su mandato. Los niveles de aprobación de la gestión del presidente Clinton cayeron por debajo del 40 % al principio de su mandato, pero aumentaron a 70 % seis años después, aún con las investigaciones por parte de los republicanos.

Para los tres presidentes más recientes, por el contrario, los índices de aprobación han sido mucho más rígidos: casi nunca han recibido la aprobación del otro partido, pero rara vez han perdido el apoyo de sus propios partidarios. Después de una luna de miel inicial, los índices de aprobación del presidente Obama se movieron en una banda estrecha durante la mayor parte de su mandato. Ese patrón fue similar para el presidente Trump - entre los presidentes, nunca logró el 50 % de aprobación, al mismo tiempo, su posición rara vez cayó por debajo del 40 %.

Biden ha experimentado el patrón de Obama: una breve luna de miel, después de la cual la aprobación ha caído a cerca del 40 %, donde se ha estancado. Lo que potencialmente puede ayudar a Biden es cómo los estadounidenses perciben su oposición. Una encuesta de CNN publicada la semana pasada encontró que solo el 27 % de los estadounidenses dijeron que los líderes republicanos en la Cámara operaban con las prioridades de la Nación en mente. El 73 % dijo que los líderes republicanos no estaban prestando suficiente atención a los principales problemas del país.

Biden y sus ayudantes se harían un tremendo favor enfocando sus cañones en ese punto débil, enfatizando su oposición a las ideas impopulares provenientes de la derecha republicana, incluidas las propuestas para reducir los beneficios del Seguro Social y Medicare, imponer una prohibición nacional a los abortos o abolir los impuestos sobre ingresos y reemplazarlos con un enorme y nuevo impuesto nacional sobre las ventas.

En el 2020, Biden ganó en gran medida presentándose como “Not Trump”. En el 2024, aún puede tener la oportunidad de repetir esa estrategia en la medida que Trump logre la candidatura, o en la alternativa puede presentarse ante el electorado como la antítesis de el Congreso del Partido Republicano; esto podría ser suficiente para permitirle lograr otra victoria.

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