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60% de contagios de COVID-19 son hispanos en California

Los hispanos en ese estado representan el 39 por ciento de la población

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Hace un mes, Antonio Gómez III era un hombre saludable de 46 años que, como tantos otros, trataba de encontrar un equilibrio entre el trabajo y la crianza de los hijos en medio de la pandemia del coronavirus.

Esta semana, lucha por respirar tras una batalla de tres semanas con el virus.

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Gómez dice que bajó la guardia y se vio con sus padres, tras lo cual pasó a ser uno del millón de casos de COVID-19 confirmados en California. Durante meses el virus ha afectado la economía y golpeado en forma desproporcionada a los pobres y a los hispanos.

Los hispanos de California representan el 39% de la población y más del 60% de los contagios.

California, que tiene 40 millones de habitantes, es el segundo estado —el primero fue Texas— que supera el millón de contagios.

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Tuvo algunos de los primeros casos de COVID-19 registrados en Estados Unidos, traídos por personas provenientes de China, donde comenzó el brote. Se cree que la muerte de una mujer de San José el 6 de febrero es el primer deceso asociado con el virus en Estados Unidos. Ese mismo mes, California registró el primer caso en Estados Unidos no asociado con gente que había viajado.

El 19 de marzo el gobernador Gavin Newsom dio la primera orden de confinamiento a nivel estatal que hubo en el país y con ello se cerraron negocios y escuelas para tratar de contener la propagación del virus y de evitar que los hospitales se viesen desbordados.

La propagación del virus fue contenida, pero California enfrentó los mismos problemas que otros estados: Escasez de equipo protector para quienes trabajan en el sector de la salud, de pruebas de contagios y resultados rápidos, y limitaciones en el rastreo de infecciones y de personas que tuvieron contacto con contagiados.

Con el correr del tiempo se relajaron las restricciones y aumentaron de nuevo los contagios. Once condados tuvieron que imponer nuevamente limitaciones.

En los barrios humildes cercanos al centro de Los Ángeles, una de cada cinco personas dio positivo en las pruebas de COVID-19 en los primeros días del brote, según Jim Mangia, presidente y director ejecutivo del St. John’s Well Child and Family Center.

Mucha gente se contagió mientras realizaba tareas esenciales mal pagadas o en el transporte público, y llevó el virus a hogares en los que viven muchas personas.

“La tragedia de todo esto es que los pacientes se contagian en el trabajo, vienen para hacerse la prueba y no se les permite regresar a su trabajo hasta que reciben un resultado negativo”, dijo Mangia. “Tenemos pacientes que perdieron sus trabajos y sus casas”.

María Elena Torres podría enfrentar esa situación. A fines de octubre, esta mujer de 52 años que limpia casas y vive en Long Beach empezó a sentirse débil. Luego sintió dolores de cabeza. Cuando llegaron las náuseas, acudió a la clínica. Para cuando le llegó el diagnóstico unos pocos días después, vomitaba mucho y le costaba llegar a su habitación.

Torres, quien es mexicana, no sabe cómo se contagió. Tres semanas después, sigue con náuseas y escalofríos, para los que toma té de orégano. No puede trabajar y corre peligro de atrasarse con el alquiler y otras cuentas por un total de 1.200 dólares mensuales. La oficina que cobra el alquiler le dijo que puede pagar el 25% ahora y ponerse al día en el 2021.

“Les dije, ‘eso no es ayuda’”, expresó Torres. “Si el virus no me mata, me van a matar ustedes de un infarto”.

Consciente de que la gente está cansada de los encierros, las autoridades sanitarias exhortan a la población a evitar las reuniones durante las festividades de fin de año, en que se tiende a pasar más tiempo adentro, donde el virus se propaga más fácilmente.

Eso es lo que le pasó a Gómez, profesional del mundo de las finanzas que vive en Simi Valley con su esposa, una enfermera, y sus tres hijos de uno a seis años.

Gómez cumplió años el mes pasado y decidió invitar a sus padres, quienes habían estado tomando recaudos y acatado las normas de distanciamiento social. Temía que se sintiesen deprimidos.

Gómez y su esposa habían hecho todo bien. Usaban barbijos y mantenían distancias, pero se sentían cansandos de lidiar con el trabajo y los niños en tiempos de pandemia, y extrañaban a la familia.

“A pesar de los riesgos, decidimos invitar a mis padres por unos días para pasar un tiempo juntos”, relató Gómez el martes, respirando con la ayuda de un tanque de oxígeno. “De algún modo, mi padre se había contagiado y trajo el virus a mi casa”.

El día de su cumpleaños, el padre de Gómez moqueaba y tosía. Dos días después de volver a su casa el padre se enteró de que tenía el COVID-19. Gómez dijo que empezó a sentir síntomas como los de un resfriado, “fuertes y repentinos” al día siguiente.

Seis días después de que empezaron los síntomas, le costaba respirar y fue a una sala de emergencia. Lo enviaron de vuelta a su casa y le dijeron que regresase si los síntomas empeoraban.

Regresó a los cinco días y estuvo internado 12 días en el Providence Cedars-Sinai Tarzana Medical Center con problemas respiratorios graves. Recibió tratamientos nuevos, incluido el remdesivir, el esteroide dexametasona y un antiinflamatorio experimental.

“Mi cuerpo se deterioraba”, relató. “Si seguía empeorando, quién sabe lo que hubiera pasado”.

Tom Yadegar, el neumólogo que atendió a Gómez, dijo que teme que haya más casos como el suyo derivados de las reuniones familiares.

“(Gómez) Estuvo muy mal. Lamentablemente esto es lo que está sucediendo”, expresó el doctor Yadegar. “Algunos no tienen síntomas. Te puedes contagiar y tener muy pocos síntomas. Pero tu esposa se puede infectar y morir”.

El padre de Gómez estuvo internado cinco días. Su madre se contagió, pero se repuso en su casa. Su esposa también se contagió y permaneció en su casa, cuidando a los niños.

Gómez tiene muchas razones para sentirse agradecido en el Día de Acción de Gracias. Pero lo celebrará solo con su esposa e hijos.

“Estoy convencido de que me equivoqué al permitir que viniesen mis padres”, admitió. “Quiero que la gente lo piense dos veces, que sepa el riesgo que se corre al reunir a la familia aunque sea por unas horas el Día de Acción de Gracias o para la Navidad. Las consecuencias reales las sufren no solo la familia y los amigos, sino la sociedad entera y todo el que trata de combatir esto”.

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