¡Zape, que esto apenas comienza! Bien, le cuento. Resulta que el fin, que “siempre” anda cerca, es una palabra semiculta derivada de la latina finis, finir: límite. Y mire que curioso, el fin era, en principio, femenino: “la fin del mundo”. Pero las cosas cambian y ahora el fin es MASCULINO. Parientes cercanas del fin son las finanzas (cualquier parecido con la actualidad es pura coincidencia).
Finanzas se deriva a su vez del antiguo finir que, según lo recoge Corominas, era ‘finiquitar’ o ‘pagar’. Sepa que finir fue inicialmente fenir, y de esa variación fonética “nació” la muerte en FENECER con el sentido de fallecer. Fenecer nos queda como una voz arcaica; acá fallecemos que nos llegó por la ruta de la latina fallere con el sentido inicial de “engañar, quedar inadvertido”. A partir del siglo 12, Corominas la documenta con sentidos adicionales como “faltar” y “abandonar”. El que fallece, falta. ¿Y el que desfallece? ¿Regresa del más allá? Jajaja, no, para nada. Por ahora, y para darle una nota más feliz a este moribundo Bocadillo, a punto de llegar a su fin, le cuento que había una vez un hombre tan vago y tan vago que cuando feneció , escribieron en su epitafio…
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