Nos dice Álvarez Nazario que nuestro jíbaro añadía (e incluso algunos citadinos) el prefijo a- a muchas palabras, especialmente a los verbos. Este rasgo del habla campesina nos llega por herencia “de etapas antiguas en la historia medieval del castellano”. Sugiere este autor que esa a- que le añadía el hablante, tenía el propósito de intensificar lo dicho. Esas viejas prefijaciones, como por ejemplo arreguindarse y arrempujar, se arraigaron a partir de la colonización española y, además con las oleadas migratorias de las islas Canarias, quienes con su presencia y su particular modo de hablar (dialectos en contacto), influyeron en el habla campesina boricua y, hasta hoy, en el habla general. Muchas de ellas, aunque no las use, de seguro le serán conocidas, como por ejemplo, abombarse, y otras no tanto, como acortejarse. ¿Había escuchado amancebarse? Y ¿qué me dice que amañarse? En estos tiempos de pandemia, a muchas personas les arropa la melancolía y se aplatanan, mientras que otros se se atacuñan de lo que sea que encuentren en la nevera. Otros. Mire, mire, mire, ya que estamos en tiempos de cautela y precaución, sea prudente con el consumo excesivo no solo de alimentos sino también de alcohol, pues nada bueno saca con ajumarse en tiempos de Coronavirus. No empece, si aún así se decide ahogar las penas de este encierro con alcohol, no lo haga en la calle. Quédese en su casa sea sobrio o apalastrado. Relax, respire profundo y cuídese, que esto también pasará.
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