Biden y Lula reclaman juntos a Maduro que publique las actas de todas las mesas electorales de Venezuela, lee un titular del diario El País de España. Además de estos jefes de estado han reclamado transparencia los presidentes de Chile Gabriel Boric, Colombia, Gustavo Petro y Costa Rica Rodrigo Chaves, así como la recién electa presidenta de México, Claudia Sheinbaum. A los líderes de centroizquierda latinoamericanos se sumaron el Centro Carter, el ministro de relaciones exteriores de España, Juan Manuel Albares, y el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea y Vicepresidente de la Comisión Europea Josep Borrell Fontelles. Salvo Biden, Chaves y el Centro Carter, los dignatarios mencionados pertenecen a diferentes vertientes de la “izquierda democrática”.
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Las elecciones venezolanas han dejado dudas en todo el mundo, menos en los aliados incondicionales del régimen y los socialistas ortodoxos. Haya ganado o perdido las elecciones, nadie cree en los resultados y como mínimo exigen transparencia. La declaración del Centro Carter resume muy bien el consenso moderado: “La elección presidencial de Venezuela de 2024 no se adecuó a parámetros y estándares internacionales de integridad electoral y no puede ser considerada como democrática”.
Pero la cosa se complica con las protestas masivas de la oposición y la respuesta que empieza a tener un saldo creciente de muertos y heridos. También hay ofertas de asilo para los líderes de la oposición, que se sumarán a los casi ocho millones de venezolanos exilados por razones políticas y económicas.
Venezuela se suma a Chile, Nicaragua y Cuba como intentos de cambio al socialismo castigados severamente por Estados Unidos con bloqueos y sanciones económicas, desestabilizándolos y negándoles posibilidades democráticas. En el caso de Chile, Estados Unidos impuso directamente al dictador Pinochet, quien hoy queda como villano de la historia. En Nicaragua queda Daniel Ortega como el villano de izquierda. Ahora la trampa es para Nicolás Maduro quien ha intentado en vano crear una “DEMOCRACIA DE FACHADA”.
El concepto “democracia de fachada” define un sistema político que en su forma parece democrático pero en su contenido no lo es. La política exterior norteamericana de la administración Reagan en los ochenta, organizaba y apoyaba procesos electorales controlados por las élites gobernantes de Centroamérica para relegitimar gobiernos proamericanos y recomponer sistemas político-económicos corruptos y desgastados.
Ahora nos encontramos con un intento de crear una democracia de fachada desde la izquierda. El problema es que la política de sanciones y desabastecimiento promovida por Estados Unidos hacia Venezuela ha surtido efecto y afecta amplios sectores de la población, incluso a los que apoyan el régimen. Es esto lo que ha propiciado la unidad de la oposición. También se habla de la corrupción de las élites “maduristas” e incluso de envolvimiento en el narcotráfico internacional. Aunque estas dos fueran mera propaganda, el hambre y la necesidad del pueblo venezolano son la realidad material sobre la que la oposición de extrema derecha ha sacado ventaja política.
No nos equivoquemos, Juan Guaidó, María Corina Machado y Edmundo González Urrutia no luchan por el pueblo sufriente. La lucha que hoy presenciamos es por la repartición de las rentas petroleras, que es el eje de la política venezolana desde la dictadura de Juan Vicente Gómez a principios del siglo veinte. El triunfo de Hugo Chávez y su movimiento Quinta República en 1998 expresó la voluntad del pueblo de acabar con la corrupción bipartidista de los partidos ADECO y COPEI. Inicialmente Chávez se convirtió en líder continental de un movimiento orientado a la redistribución de la riqueza y la justicia social que culminó en la creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), una organización regional que incluyó programas económicos importantes como el Tratado de Comercio de los Pueblos y Petro Caribe. Esta alternativa desembocó en el proyecto regional “socialismo del siglo veintiuno” al cual se unieron Bolivia, Nicaragua y Cuba, pero del cual se beneficiaron otros países de la región.
A partir de la muerte de Chávez en 2013 y el ascenso al poder de Nicolás Maduro se instaló una élite gobernante para la cual la apropiación de las rentas petroleras se hizo en menoscabo del bienestar de la población, creando desafección y disidencia política. Ese fue el caldo de cultivo para la formación de una coalición contra el gobierno del Partido Socialista Unido de Venezuela y su presidente.
Ciertamente la CIA, Elon Musk, Trump y la ultraderecha internacional conspiran contra el gobierno venezolano. Pero el malestar del pueblo venezolano y la corrupción de la élite madurista son la base material para que esta conspiración se haya materializado en una crisis de legitimidad política que impide la creación de una democracia de fachada. De no encontrarse una solución negociada veremos la consolidación de una dictadura con elecciones amañadas.