Opinión

La vaca sagrada de la diversidad, equidad e inclusión

Lee aquí la columna del vicepresidente del Proyecto Dignidad.

Juan Manuel Frontera + Columnista

Una de las vacas sagradas de la sociedad moderna occidental, y Puerto Rico no se salva de la adoración a ella, es la nueva deidad trinitaria de la Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI). Esta nueva deidad emerge como un distintivo de ideólogos colectivistas radicales que han ganado prominencia en las universidades y en los departamentos de recursos humanos corporativos. Dentro de esta triada, la falsa equidad que predican destaca como un concepto problemático que se aleja mucho de la igualdad clásica occidental, la cual se fundamenta en la igualdad ante la ley y la igualdad de oportunidades.

PUBLICIDAD

La igualdad ante la ley establece que cada individuo debe ser tratado justamente a través de todo el andamiaje legal y social, sin importar su estatus en la sociedad, raza, color o sexo, y reconoce el valor intrínseco de la dignidad de cada persona como límite al poder estatal. Por otro lado, la igualdad de oportunidades defiende la apertura y el reconocimiento de que el talento está distribuido de manera amplia pero comparativamente poco usual.

Sin embargo, la equidad para esta nueva religión se centra en los resultados, sugiriendo que cualquier disparidad en la representación de grupos identitarios debe ser corregida mediante intervenciones gubernamentales o políticas corporativas. Los creyentes de la falsa equidad asumen que, si todas las posiciones en cada nivel jerárquico de cada organización no están ocupadas por una proporción de la población que sea precisamente equivalente a esa proporción en la población general, entonces debe estar en juego un prejuicio sistémico (racismo, sexismo, homofobia, etc.). Esta suposición tiene como corolario la idea de que hay pecadores por omisión (los “privilegiados”, por razones actuales o históricas) que son beneficiarios injustos del sistema o pecadores por acción, que actúan bajo sus prejuicios y que deben ser identificados y castigados.

El concepto de la equidad impulsado bajo la deidad trinitaria del DEI sufre de la simplificación excesiva típica de los pensadores ideológicos: que una causa o prejuicio sea la explicación suficiente para un fenómeno tan complejo como lo es la desigualdad, que es un problema mucho más profundo de lo que se puede atribuir a una organización social ineficiente. En segundo lugar, es imposible de implementar por las complejidades y diversidades existentes en los grupos sociales y la misma multiplicidad de estratas identitarias creadas por el propio DEI bajo conceptos tan peregrinos como la interseccionalidad. En tercer lugar, abandona la idea del esfuerzo, el trabajo y el mérito como un principio fundamental para la movilidad social.

El imaginar la verdadera equidad entre grupos identitarios revela la complejidad y las contradicciones inherentes a su implementación. Desde la reestructuración de las políticas educativas hasta la imposición de cuotas y sanciones a través del poder del estado, revela que el camino hacia la equidad es arduo y plantea serios cuestionamientos legales, éticos y prácticos, en la mayoría de las instancias creando mayor desigualdad de la que buscan corregir.

Finalmente, esta religión está siendo instituida a la fuerza por personas para quienes la hipótesis de que la sociedad en la que vivimos es una patriarcal opresiva es un dogma inquebrantable, y que lucharán con uñas y dientes contra cualquier idea que amenace ese artículo de fe fundamental, sin importar lo absurdos que puedan llegar a ser los argumentos que constituyen esa lucha. No niego que exista el machismo, ni el discrimen por razón de sexo en nuestra sociedad, pero el dogma del hetero patriarcado opresor violador es otra cosa.

En última instancia, la doctrina de equidad se convierte en un arma moral para aquellos que buscan afirmar el alegado pecado original de la opresión patriarcal occidental. Su implementación podría llevar a excesos perjudiciales y socavar los fundamentos de la igualdad de oportunidades y la libertad individual, que son la base de una sociedad verdaderamente libre para alcanzar los anhelos de la persona, la familia y la comunidad. En un clima político cada vez más polarizado, es crucial cuestionar y resistir la imposición gubernamental y corporativa de esta nueva religión y sus dogmas de falsa equidad que amenazan con socavar los principios democráticos y la cohesión social.

Defendamos la libertad individual dentro del marco de la igualdad de oportunidades para todos, sin cuotas identitarias o requerimientos de resultados ideológicamente impuestos. Que primen el esfuerzo, el trabajo y el mérito. ¡Adelante, con fe!

Más columnas por Juan Manuel Frontera:

Tags

Lo Último