A pesar de muchos de los avances que hemos tenido en cuanto a los derechos de la mujer, quedan muchos prejuicios que eliminar. Lo anterior se agrava con la violencia que muchas sociedades han propagado contra la mujer que menoscaba muchas veces la posibilidad de catapultar su carrera profesional.
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La violencia no solo es física y emocional, sino que trastoca otros elementos que afectan los derechos de la mujer, como la búsqueda de espacios en aquellos círculos que impactan el desarrollo social y económico de una nación. La inclusión de las mujeres en espacios de gobernanza aún es limitada si consideramos la cantidad de mujeres en el ámbito laboral. Nuestro mercado laboral, en la segunda parte del siglo veinte, se caracterizó por el crecimiento en la participación de las mujeres. Departamento del Trabajo, Informe Participación de la Mujer en la Fuerza Laboral Año 2019. Los datos estadísticos de los últimos 50 años evidencian la evolución de la mano de obra femenina en la actividad económica, pero no así en posiciones de liderato profesional. El poder decisional a niveles gerenciales recae mayormente en hombres, a pesar de que nuestras universidades gradúan más mujeres con una formación ideal para manejar asuntos complejos de gerencia.
En ese aspecto, el terreno de lucha de nuestros derechos debe encauzarse a las áreas profesionales de alto impacto, sin abdicar la lucha en otros espacios. No obstante, el pensamiento actual es que la mujer profesional ya alcanzó el máximo de sus derechos con la mera obtención de un título universitario. Esa mujer profesional también tiene que visibilizarse y luchar para que su valor como un activo, tanto para la empresa como para la sociedad, sea reconocido. Lo anterior no puede ser unilateral, sino que las empresas e instituciones públicas deben repensar sus políticas internas que hoy mantienen vestigios de una sociedad limitante del quehacer femenino. Ante ello, recordamos las palabras de Luisa Capetillo al decir que “las mujeres son capaces de hacer absolutamente todo”.