No hay duda de que los conciertos de Bad Bunny han creado un revuelo evidente, sobre todo sus expresiones durante su primer espectáculo, el cual fue transmitido por televisión nacional. Lo primero es que, les guste a algunos o no, ejerció su derecho a la libre expresión. Ese derecho, el cual todos tenemos, es parte fundamental de nuestra democracia más allá de la selección de palabras que haya escogido para hacerlo. Emitir una opinión, diciéndola como se piensa, merece respeto, independientemente de a quién le agrade y a quién no. Esta no es la primera vez que un artista le deja saber a sus fanáticos sus frustraciones, descontentos, o molestias con la manera en que se manejan los asuntos gubernamentales. Yo estoy seguro de que el descontento que reflejó el conejo en su presentación es el mismo descontento que miles de puertorriqueños sienten a diario, aunque lo expresen de distintas maneras.
Ahora bien, lo que tenemos que reconocer más allá de la forma en que Bad Bunny se haya expresado son los fundamentos que dieron base a su queja. Un político con intención de servir bien analiza la raíz de ese descontento y busca alternativas para atender esas preocupaciones. Así debe ser. Ese reto abierto que nos lanza mucha gente, en este caso a través de Bad Bunny, nos tiene que obligar a mirar más allá como país y entender cuales son las verdaderas prioridades que debemos tener los líderes políticos a la hora de gobernar. Un político que de verdad quiera mantener oído en tierra busca conocer el porque de unas expresiones que exponen la desconexión que siente mucha gente con la clase política. Ese sentido de desconexión es una realidad que como político joven busco superar todos los días. Lo importante de las palabras del conejo, y de otros artistas del Reggaetón, es que dejan claro que quieren un país con servicios esenciales eficientes, diverso, con prioridades correctas, con leyes justas, con salarios dignos, con oportunidades para que nuestros jóvenes no tengan que irse. Esas palabras buscan un país sin corrupción en el gobierno y fuera del gobierno. No piden soluciones milagrosas. Piden esfuerzo genuino, sensibilidad y honestidad.
Condenar ese deseo, sin importar si a alguien le molestó la manera en que se dijo, sería darle la espalda a una generación que quiere ser escuchada y trabajar en su patria. Ese estrujón de realidad nos tiene que poner a todos a reflexionar y a tomar acción. Yo acepto el reto.