Opinión

Opinión de Alejandro Figueroa: Biden, la pandemia y las elecciones del 2022

Lee aquí la columna de opinión del abogado estadista.

Alejandro Figueroa | Columnista

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Dieciocho meses después de recibir la mayor cantidad de votos de cualquier candidato presidencial en la historia, el presidente Biden está estancado: su índice de aprobación del 39 %, basado en un promedio de las cuatro encuestas nacionales más recientes, tiene a los demócratas preocupados por una barrida histórica en las elecciones de mitad de término de noviembre de este año.

No sorprende que la Casa Blanca esté desesperada por diseñar una estrategia que sirva de pivote y logre un giro en la opinión pública.

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Eso es lo que Biden estaba tratando de hacer esta semana, con viajes a Iowa y Carolina del Norte para destacar los esfuerzos para reducir los costos al consumidor y crear empleos. Pero más allá de generar algunos titulares favorables en los estados visitados, estos eventos rara vez mueven la aguja política en una era de política nacionalizada y partidismo acérrimo.

Dadas esas dinámicas y las circunstancias de la presidencia de Biden, no queda muy claro cómo la Casa Blanca puede cambiar las cosas. La fortuna de Biden, y la de su partido, bien podría mejorar en los próximos meses, pero eso puede depender más de factores fuera de su control: ¿Reducirá la inflación? ¿Rusia terminará su guerra en Ucrania? ¿La pandemia tomará otro giro desagradable? ¿Revocará la Corte Suprema Roe vs. Wade en junio, ayudando a los demócratas a impulsar a las mujeres votantes y una base decepcionada en el otoño?

Nadie tiene las respuestas a esas preguntas, y la política nacional es demasiado volátil para hacer predicciones electorales sobre el 2022 y, mucho menos, el 2024. Pero la inexorabilidad de nuestra polarización y la pandemia de coronavirus, dos cosas que Biden prometió combatir, son tan fascinantes como lo son deprimentes. Y explica mucho sobre la situación del presidente.

Hace un par de semanas, era claramente obvio que la Casa Blanca buscaba inyectar algo de chispa en su campaña de relaciones publicas cuando invitó al expresidente Obama a unirse a Biden en un evento en el que promocionaba sus éxitos en la ampliación del acceso a los servicios de atención médica. El East Room estaba lleno de legisladores demócratas, contentos por la oportunidad de revivir los emocionantes días del 2010 cuando su partido aprobó el Affordable Care Act por el más mínimo de los márgenes, y luego perdió la mayoría meses después.

Los recuerdos de Obama sobre ese período fueron un recordatorio de que, en política, tratar de promulgar una agenda ambiciosa puede tener grandes beneficios, incluso si te duele en las urnas.

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Cuando Obama y Biden salieron del East Room, el expresidente respondió a la pregunta de un reportero sobre las perspectivas de mitad de mandato de los demócratas. “Tenemos una historia que contar”, dijo. “Solo tengo que contarla”. La reunión también recordó a los votantes que Biden simple y sencillamente no es el orador efectivo que fue y es Obama; no tiene la capacidad de capturar la imaginación de las masas y hacerlas soñar en un mejor mañana. Puede que tenga mejores argumentos que Obama en este momento de su presidencia pero no tiene capacidad de comunicarlos de manera efectiva. Ambos heredaron grandes crisis que manejaron pero no lograron erradicar rápidamente. Pero Biden se enfrenta a un electorado que está aún más polarizado que hace una década (aún si eso pareciera imposible). Al mismo tiempo, está luchando contra los mismos ventarrones que casi siempre le han costado a los presidentes el control del Congreso en las elecciones intermedias.

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