En Puerto Rico, pocas cosas generan tanta conversación en Navidad como el coquito. Cremoso, aromático y bien dulce, como manda la tradición.
Pero cuando una bebida está bien dulce y tiene ron, se trepa. Y no es cuento de abuela ni exageración navideña; hay una explicación real detrás de ese efecto traicionero.
La combinación de azúcar más alcohol hace que el cuerpo procese el ron de una manera distinta. El dulzor enmascara el sabor fuerte del alcohol, lo que provoca que se beba más rápido y en mayor cantidad, casi sin darse cuenta. Cuando no “pica”, no alerta.
Pero hay más.
El azúcar estimula una absorción más rápida del alcohol en el torrente sanguíneo. Al entrar junto a carbohidratos simples, el alcohol pasa con mayor facilidad al sistema, elevando los niveles de alcohol en sangre en menos tiempo. Por eso, aunque el trago parezca suave, el efecto llega de golpe.
Además, las bebidas dulces suelen tomarse frías y en porciones grandes. El frío reduce la percepción del alcohol y permite que se consuma más rápido, sin esa pausa natural que provoca una bebida fuerte o caliente. Cuando el cuerpo reacciona, ya el alcohol hizo su trabajo.
En el caso del ron, que es un destilado con carácter, el efecto se intensifica. En cócteles cremosos o tradicionales como el coquito, el dulzor, la grasa del coco y la textura espesa crean una falsa sensación de suavidad. El resultado es una bebida que entra fácil, pero se siente tarde.
Por eso en la cultura popular se dice que estas bebidas son “peligrosas”. No porque estén mal hechas, sino porque no avisan. Cuando uno se da cuenta, ya se trepó.
La clave está en el balance, beber despacio, alternar con agua y recordar que, aunque sepa a postre, sigue siendo alcohol.
Porque en Puerto Rico, lo dulce no quita lo valiente… solo lo disimula.

