La recuperación del COVID-19 ha representado uno de los mayores problemas para la población de todo el mundo, lo cual se ha agravado en las personas con otra clase de padecimientos o en aquellos que sufrieron un cuadro sintomático grave de la infección por el virus del SARS-CoV-2.
En el entorno de la medicina, las secuelas persistentes del COVID han sido nombradas como “long COVID”, término con el que no todos los especialistas están de acuerdo, pues en realidad quienes lo sufrieron ya no son agentes de contagio positivos al virus.
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Las principales características del “long COVID” se presentan a través de la tos persistente -una de las manifestaciones más usuales de la variante ómicron-, la parosmia, fatiga, modificación del gusto y el olfato, así como depresión o ansiedad, en algunas personas.
De acuerdo con la académica del área de virología de la UNAM, Susana López Carretón, es normal que los efectos del COVID dejen rastro en una proporción de hasta el 15% de los pacientes recuperados y, en realidad, no existe una prolongación del cuadro sintomático de la enfermedad.
“No es que se alargue el padecimiento, es que puede ser agudo y después de librar la infección se quedan secuelas graves; esto sucede entre 10 y 15%, son rastros que dejó el virus”, aseguró la especialista.
La nueva condición provocada por el COVID-19 desató la puesta en marcha de terapias a fin de atender a las personas con las secuelas persistentes de la enfermedad, desde las consecuencias a nivel psicológico hasta las presentadas en la salud física, como el daño a nivel pulmonar.
“Se pueden presentar sin importar si se presentó una enfermedad leve o severa. No podemos decir que si te vacunas no tienes secuelas, pero tenemos que pensar: vacúnate y síguete cuidando porque no podemos asegurarlo”, precisó López Charretón.