Los argentinos regresarán el sábado a una cuarentena estricta para frenar un rebrote de COVID-19 entre la frustración y el temor de que la medida, que llega en forma tardía, golpee aún más sus ya dañados bolsillos luego de un año y medio de deterioro económico.
La decisión del presidente Alberto Fernández de aplicar un confinamiento severo durante nueve días -el primero del año- abre también el interrogante de si las restricciones a la circulación y la realización de distintas actividades se cumplirán en momentos en que la pobreza afecta a más de 40% de la población y abunda el trabajo informal.
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Desde el sábado quedarán prohibidas todas las actividades sociales, económicas, educativas, religiosas y deportivas en forma presencial, tanto en lugares cerrados como abiertos, en Buenos Aires y otras zonas del país en alarma epidemiológica.
La medida, que retrotrae al amargo inicio de la pandemia en marzo de 2020, fue anunciada la víspera cuando se cumplió el tercer día consecutivo con más de 35.000 contagios y más de 400 muertes y en un contexto de máxima tensión del sistema sanitario.
Argentina suma hasta ahora 3,4 millones de contagiados y más de 72.000 muertos y las terapias intensivas de distintos nosocomios de la capital y sus alrededores están al 90% de ocupación.
“Podrá ser correcto lo que anunció el presidente… el tema es que hay 10 personas que trabajan acá que se ven afectados directamente”, dijo el viernes a The Associated Press Nicolás Peterlin, encargado de un restaurante en Buenos Aires.
A partir del sábado, este local -que ya tenía prohibido atender a sus clientes en el salón-, no podrá hacerlo tampoco en las mesas instaladas en la vereda al aire libre. Sólo podrá trabajar bajo la modalidad de envío a domicilio o retiro de comida.
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Peterlin señaló que si las restricciones se prolongan más allá de lo previsto el local no podrá subsistir.
“Las matemáticas no dan. Estábamos trabajando a veces con 60 cubiertos en la vereda y podría duplicarlo atendiendo adentro, pero no se puede. Y de ahora en más, haciendo delivery, jamás vamos a compensar las pérdidas que vienen de antes”, se lamentó.
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Peterlin cuestionó además que la gestión gubernamental de la pandemia “fue a base de prueba y error, y más error que otra cosa” y se quejó de que las ayudas que los gastronómicos reciben del Estado son insuficientes.
Como otros entrevistados, apuntó que al principio de la pandemia las restricciones funcionaron. Pero luego “liberaron todo y ahora tenemos que dar manotazos de ahogado”, en un contexto en el que las vacunas llegan lentamente.
Manuela Córdoba, instrumentadora de cirugía plástica en una clínica capitalina, señaló que la compleja situación actual “se tenía que haber previsto antes”. “Hay cosas que pasaron ya en otros países y sabíamos que iban a pasar acá. ¿No se podrían haber adelantado con medidas?”, se preguntó.
Córdoba lamentó que colegas del sector de la salud que “están en la trinchera” combatiendo el virus están muy estresados.
Asimismo cuestionó la política de vacunación al sostener que su pareja, policía y por tanto integrante del grupo prioritario en ser inmunizado, “se anotó hace dos meses y recién le avisaron que la semana próxima” será vacunado.
Córdoba dijo sentir que su vida está “en pausa”. “El aislamiento es feo porque siento que se pasa la vida. Desde que mi hija nació hace dos años, se ha pasado gran parte del tiempo encerrada”, se lamentó.