BAGDAD (AP) — Abbas Ali pasa la mayor parte de su tiempo libre en la Plaza Tahrir, el epicentro de las protestas antigubernamentales. Regresa a su casa a las tres de la mañana, duerme unas pocas horas, se cambia de ropa y le dedica un rato a la familia. No ve la hora de regresar a la plaza, donde espera permanecer hasta el final, sea cual sea al desenlace.
Tenía 13 años cuando una invasión encabezada por Estados Unidos derrocó a Sadam Husein y casi no se acuerda de lo que era la vida bajo su dictadura. Sí sabe lo que es la vida en la era post-Sadam, donde a menudo hay que librar una humillante batalla para sobrevivir.
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A los 29 años, se considera afortunado porque tiene un trabajo, aunque su sueldo apenas si alcanza para cubrir los gastos médicos de su padre y de su madre. Sus dos hermanos y una hermana no tienen trabajo. Lo mismo la mayoría de sus amigos. Dice que el matrimonio es lo último que le pasa por la cabeza ya que no está en condiciones económicas de empezar una familia.
Molesto con los políticos y clérigos que fomentan las luchas sectarias, a quienes acusa de saquear las riquezas del país, Ali es un símbolo de los iraquíes jóvenes de Bagdad que llevan más de dos meses saliendo a las calles para tratar de derrocar a la clase política.
Hay escenas similares en el Líbano, donde desde hace más de dos meses la juventud despotrica contra la elite política que gobierna desde la guerra civil de 1975-90, a la que acusa también de saquear el país y llevarlo al borde de la bancarrota.
Estas protestas incesantes, sin líderes, no tienen precedentes y ya derrocaron gobiernos en las dos naciones. Pero no han logrado cambiar el sistema de gobierno: Los mismos políticos siguen manejando los hilos, discutiendo y demorando la formación de nuevos gobiernos e ignorando los pedidos de reformas radicales.
La situación se agrava con cada día que pasa y plantea la amenaza existencial más seria en años. Irak se ha visto sumergida otra vez en un ciclo de violencia en el que las fuerzas de seguridad han matado a más de 450 personas, mientras que el Líbano está al borde de un caos y de un desastre económico.
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Las protestas en estos dos países reflejan el malestar generalizado en el mundo árabe. Los expertos dicen que mientras que los alzamientos de la Primavera Árabe del 2011 estuvieron dirigidos contra gobernantes autócratas, el revuelo actual la apunta a toda una clase política y a un sistema que no funciona y que no puede darle una vida decente a la gente.
En Irán aumentó el descontento económico desde que el presidente estadounidense Donald Trump impuso devastadoras sanciones el año pasado. Las Naciones Unidas dice que 200 personas murieron a manos de las fuerzas de seguridad en manifestaciones de las últimas semanas, después de que el gobierno aumentó los precios de la gasolina. En Egipto hubo protestas aisladas a pesar de las medidas draconianas que impuso el presidente Abdel-Fattah el-Sissi. En Argelia y Sudán hay protestas similares.
ESTADOS QUE NO FUNCIONAN
“La corrupción de los políticos ha arruinado el futuro de nuestros jóvenes”, dice un gran cartel en la Plaza Tahrir de Bagdad. El cartel resume el sentir de la gente en Irak y el Líbano.
Los dos países tienen acuerdos por los cuales se reparten los cargos entre las sectas religiosas. Los antiguos caudillos pasaron a ser una clase política que ofrece favores a cambio de votos. El nivel de inoperancia de estos gobiernos y de los servicios públicos en los dos países es asombroso: no se recoge la basura, hay apagones constantes y abundan la corrupción y el nepotismo.
Las dos naciones son víctimas en parte de las pujas entre Irán y Estados Unidos, y entre sus aliados regionales.
La pobreza y el desempleo, mientras tanto, siguen aumentando, en el caso de Irak a pesar de sus grandes riquezas petroleras.
Ali, el residente de Bagdad que va a las manifestaciones, dice que se siente un extranjero en su propio país, donde de a ratos tiene trabajo, de a ratos no. Asegura que le enferma ver la televisión y escuchar hablar a los políticos.
“Mako watan”, expresó, usando una expresión coloquial que quiere decir “este no es un país”.
Samar Maalouly, una libanesa de 32 años, dice que los políticos de su país son “monstruos”.
“Lo que me gustaría saber es si no les alcanza con lo que tienen”, expresó durante una reciente manifestación en el centro de Beirut.
Paul Salem, presidente del Instituto del Medio Oriente de Washington, dijo que “por un lado están la generación joven que exige un buen gobierno, el fin de la corrupción y progresos socio-económicos y justicia; por el otro, una clase política corrupta y sectaria, apoyada en muchos sentidos por Irán, que no quiere ceder nada”.
LAS SEMILLAS DEL CAMBIO
Las protestas en Irak y en el Líbano son únicas en el sentido de que, por primera vez, personas de todas las sectas y las clases sociales, están haciendo a un lado las divisiones y exigiendo a sus líderes una rendición de cuentas. Graffitis en Bagdad y Beirut piden el fin del sistema por el cual se comparte el poder. En Irak, un país conservador, las mujeres por primera vez participan en las manifestaciones.
Los políticos esperan que el paso del tiempo y disputas internas hagan que se diluyan las protestas. En Irak, una serie de ataques de desconocidos, incluidos apuñalamientos, asesinatos y secuestros, están sembrando el miedo entre los manifestantes. Las protestas mayormente pacíficas del Líbano también se están tornando violentes.
Los manifestantes enfrentan un dilema: De seguir volcándose a las calles, se exponen a provocar las iras de quienes quieren estabilidad y un retorno a la normalidad. Algunos dicen que sus demandas son demasiado radicales.
Los participantes en las protestas, por su parte, afirman que están plantando las semillas de un esperado cambio.
Los analistas dicen que todavía queda un camino muy largo por recorrer.
“La corrupción está muy arraigada a todos los niveles. Si quieres cambiar algo, tienes que emprenderla contra toda la elite política y expulsarla del país. Peor, ¿cómo lo haces sin que haya una violencia increíble”, preguntó Trenton Schoenborn, de International Review, una publicación digital que produce análisis de la situación mundial.
Ali, el manifestante iraquí, dice que han llegado demasiado lejos como para parar ahora.
“Este es un camino sin retorno”, sostuvo. “Somos nosotros o ellos. Si ganan ellos, se acabó todo”.