Gestionar el último videoclub Blockbuster del planeta conlleva desafíos.
El sistema informático debe reiniciarse utilizando disquetes que solo la mánager general, que forma parte de la generación X, sabe cómo usar. La impresora matricial está rota, por lo que los empleados entregan tarjetas de membresía escritas a mano. Y sus transacciones comerciales están registradas en una cinta magnética que no puede sustituirse porque Radio Shack quebró.
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Pero nada de esto ha evitado que esta humilde franquicia ubicada en una calle comercial de Oregon prospere frente a la competencia de los servicios de películas en streaming. Cuando un Blockbuster en Australia cierre sus puertas por última vez el 31 de marzo, el establecimiento de Bend será el último operativo en la Tierra.
“Esto es pura tozudez. No queríamos darnos por vencidos”, dijo la manager general, Sandi Harding, que lleva 15 años trabajando en la franquicia y recibe gran parte del reconocimiento por mantenerla viva más allá de su fecha de expiración. “Hicimos todo lo posible para reducir costos y mantenernos relevantes”.
En su día, la tienda fue una de las cinco que tenían la pareja formada por Ken y Debbie Tisher en tres localidades del centro de Oregon. Pero el año pasado, el de Bend era el último Blockbuster local que seguía abierto.
Su ajustado presupuesto suponía que no había dinero para actualizar la tienda, algo que ahora le está ayudando gracias a la nostalgia que hace que los visitantes primerizos de cierta edad se detengan al verla: techos de palomitas de maíz, luces fluorescentes bajas, estantes metálicos para los videos y el omnipresente logo con forma de boleto azul y amarillo que fue un referente cultural para una generación.
“Creo que la mayoría de la gente, si tienen la edad adecuada, cuando piensan en rentar un video no recuerdan qué película eligieron, pero sí recuerdan con quién fueron y la libertad de caminar por los pasillos”, señaló Zeke Kamm, un residente que está grabando un documental titulado “The Last Blockbuster” con un amigo.
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“En muchos pueblos, Blockbuster era el único sitio que estaba abierto más allá de las nueve de la noche, y muchos de ellos seguían abiertos hasta medianoche, por lo que los niños que no eran unos vagos iban a ver películas y se enamoraban de ellas”, agregó.
La tienda de Bend funcionó como un videoclub durante ocho años antes de convertirse en un Blockbuster en 2000, en un momento en que esta localidad seguía siendo una comunidad aletargada con ambiente de ciudad pequeña.
Blockbuster se declaró en bancarrota en 2010, y cuatro años más tarde, todas las tiendas corporativas cerraron sus puertas. Solo sobrevivieron las franquicias, que finalmente fueron abandonando el negocio una a una. Tras los cierres de las de Redmond, Oregon, y Anchorage y Fairbanks, en Alaska, la de Bend era la última del país.
Los turistas comenzaron a parar para tomarse selfies y el negocio remontó. Harding encargó sudaderas y camisetas en azul y amarillo, tazas, imanes, pegatinas y gorras a vendedores locales con el lema “The Last Blockbuster in America” (“El último Blockbuster de EE.UU.”), que volaron de los estantes.
Este mes, tras recibir la llamada de que su tienda pasaría a ser la única del mundo, la responsable realizó un nuevo pedido actualizando su lema a “El último Blockbuster del planeta”, y empezaron a recibir una nueva ola de visitantes, esta vez llegados hasta de Europa y Asia.
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Un fin de semana reciente, Michael Trovato, de Melbourne, Australia, se detuvo en la tienda durante una visita a su hermana, que vive en Bend.
Después de posar para una foto, Trovato dijo que extraña los días en que elegía películas de entre cientos de títulos en las estanterías y le pedía a un empleado recomendaciones en lugar de ver películas vía streaming, que el mismo servicio le recomienda a partir de algoritmos.
“Extraño entrar a un Blockbuster o a un negocio de CDs y tener esa experiencia social, ver gente buscando películas y charlando”, manifestó. “Es algo que no te dan las pulidas presentaciones de un servicio de música o de la internet”.
La tienda de Bend no parece estar en peligro de tener que cerrar pronto.
Su nueva fama ha sido una inyección de energía y los clientes entran a comprar recuerdos. Pagan 40 dólares por sudaderas, 20 por camisetas e incluso 15 dólares por gorras azules y amarillas tejidas a mano por Harding.
La tienda paga a Dish Network por el derecho a usar el logo de la marca y tiene varios años de alquiler por delante.
A cada rato reciben cajas con viejas cintas de VHS y DVDs que le manda la gente. También reciben donaciones de otros artículos alusivos, como chaquetas de esa marca, llaveros y viejas tarjetas de membresía.
Jerry Gilless y su esposa Elizabeth llevaron a sus dos hijos, John, de tres años, y Ellen, de cinco, y observaron cómo los hermanitos recorrían felices los pasillos recogiendo cintas de “Peter Pan” y “El rey león”.
“No podíamos no pasar por aquí”, comentó Gilless, que hizo un desvío para visitar el lugar. “Tienen que ver que no todo está en los iPad”.