Comer es un placer y, admitámoslo, muchas veces un pozo de escape sin fondo que tiene sórdidos ejemplos: en 2014, una mujer china despechada se hizo viral por comer alitas de KFC durante una semana después de romper con su novio. Tan Shen, de 26 años, pedía caja tras caja y vivió en el restaurante porque necesitaba “tiempo para pensar”. Aunque único y exagerado, este caso es una muestra del mito cultural que se ha creado alrededor del comfort food, un término en el que la comida existe no solo para darnos placer, sino para hacernos sentir mejor. Uno de los favoritos del chef casero que llevamos dentro.
Esta comida tan placentera, en la que hay sabores dulces, salados y picantes, entre otros, nos da en exceso calorías, grasa y kilos extra. Es innegable que hay un factor biológico que nos hace reaccionar favorablemente hacia ella, y también comportamientos que le dan esa categoría placentera: activan el sistema de recompensas del cerebro. En el caso del dulce, la serotonina, que reduce la tensión, también da ese mismo placer que es activo en la drogadicción. Asimismo, son casi una medicación para cuando tenemos sentimientos negativos (lo que se llama alimentación emocional y se considera un desorden). Pero ¿y si existieran otros modos de ver qué nos causa placer y qué no, para cambiar nuestras relaciones con la comida?
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Comida “mala” vs. comida “buena”
Un estudio publicado en la revista Appettite por científicos de la universidad de SUNY-BUffalo y la Universidad del Sur en 2015, mostraron que la comfort food puede causar las mismas reacciones con las personas que están bien emocionalmente que con las que no. Por otro lado, un estudio publicado un año antes en la Universidad de Minnesota y publicado en la revista Health Psychology reveló que, si bien la comida daba esa sensación placentera, el estado de ánimo del consumidor luego volvía a ser el mismo.
Otros estudios, a su vez, han revelado cómo se debe revisar el término y cómo se puede cambiar el paradigma de la comida calórica y con azúcar por alternativas menos populares, y cómo se puede ir más allá del comer para ligarlo con emociones en prácticas destructivas. “Para mí, comida sana significa mezclar sabores de diferentes categorías. No creo que haya una lectura objetiva de la comfort food y debemos ser conscientes de lo que entra en nuestros cuerpos y lo que realmente queremos. Lo que trato de hacer ver en mi trabajo es que la gente deja de tener prejuicios ante esta comida, trabaja sobre esta a conciencia y aprende a comer a base de lo que quiere en su comida, deja otras cosas de lado (como el rechazo al cuerpo) y aprende técnicas para responder a la información que el cuerpo le envía”, explica a Metro la psicóloga experta en alimentación y autoimagen Alexis Conason, autora del blog The Anti-Diet. “De esta manera, la gente pierde menos el control ante esta comida. Digamos que tu comfort food es el chocolate. Si estás triste, lo comes y luego pierdes el control. Pero, si ves lo que significa para tu vida, lo necesitas cada vez menos y lo ves de forma distinta. También pasa que mucha gente evita estas comidas, y cuando la comen, pierden el control. Ahora, para evitar estas relaciones emocionales y tener un vínculo más sano con esta, es necesario quitarle estas categorías y prejuicios a la comida (“chocolate malo y vegetal bueno”) y comer conscientemente. De esta manera vemos qué significados les damos cuando comemos”, enfatizó.
Quizás esta sea la clave y, de hecho, ya hay opciones más allá de las populares pizzas y chocolates. Incluso, hay opciones veganas para aquellos que quieren incorporar otros sabores en su vida. La idea es buscar y hallar placer más allá de lo que creemos que nos puede hacer sentir mejor y que, a la larga, nos conducirá a una relación más sana con lo que adoramos comer. Esperamos ver tu receta con sentimiento y nuevos sabores en nuestro concurso Metro Súper Chef 2018.