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Opinión de Alejandro Figueroa: Dar las gracias...

Lee la columna de opinión del abogado estadista, Alejandro Figueroa.

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Hace un tiempo quise hacer un buen regalo a un apreciado amigo. No era tarea fácil, puesto que es una persona de poco presumir, sencilla, y yo no quería caer en eso de un regalo rebuscado que fuera a caer mal. Busqué y busqué, hasta que lo encontré.

Coordinamos para asistir junto a nuestras familias a un juego de pelota, y durante el transcurso del juego le di mi regalo. Lo recibió con una gran sonrisa y se le iluminaron los ojos. Pero no me dijo nada. Pasamos una buen rato y cuando se fue me quedé con un cierto desconcierto ya que en ningún momento me había dado las gracias. Ni al recibirlo ni al marcharse.

Al cabo de unas semanas, inesperadamente me llegó una foto al celular y de repente lo vi aparecer, elegantemente vestido con el abrigo de los Dodgers que le había regalado. En la foto, tomada en una de las escuelas que supervisa, se veía lleno de orgullo y el mensaje de texto que la acompañaba decía “me trae suerte”. Entendí en aquel momento que mi amigo estaba haciendo algo mucho más importante que darme las gracias. Me estaba haciendo sentir todo su agradecimiento.

Dicen las estadísticas que cada día damos las gracias más de veinte veces. Las damos cara a cara, por teléfono, por correo electrónico, por mensaje de texto, por Whatsapp y hasta por mensajes de voz grabados con el celular. Muchas veces lo hacemos de forma automática, sin casi darnos cuenta. La pregunta es: ¿cuántas de estas veces somos capaces de mostrar verdadera gratitud?

Hay una gran diferencia entre dar las gracias y mostrar nuestro agradecimiento. Dar las gracias es una respuesta espontánea, automática, un convencionalismo social que por educación y por cordialidad hacemos de oficio. Es una expresión que cierra el círculo ante algo que han hecho por nosotros, pero a menudo lo cierra en falso. Porque expresada la palabra, podemos pensar que ya hemos agradecido lo que hayan hecho por nosotros y puede que esta impresión no sea cierta en absoluto.

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¿Me habría servido de algo que mi amigo me hubiera dado las gracias, si un día fuese a su casa y viera aquello que le regalé en el fondo de un armario, con la etiqueta aún colgando?  Hay muchos “gracias” que saben a pura hipocresía, de esos que uno ya descubre con solo oírlos que no hay detrás de ellos ni la más mínima intención de gratitud. Y estos son los que deberíamos evitar a toda costa.

Mostrar nuestro agradecimiento va mucho más allá de pronunciar la palabra mágica “gracias”: es mostrarle a la otra persona que realmente valoramos y apreciamos lo que ha hecho por nosotros o lo que nos ha dado. Y en esto los convencionalismos no ayudan. Con la sobreutilizada expresión “gracias” no tenemos bastante porque su utilización automática (más de veinte veces al día) la ha vaciado de contenido. Es necesario encontrar nuevas formas de mostrar a las personas el sentimiento de agradecimiento auténtico.

Recibir el agradecimiento por algo que hemos hecho es sin duda agradable, y es bueno que lo disfrutemos. Pero no debemos necesariamente contar con ello, y sobre todo no debemos depender de ello. Si dependemos de los agradecimientos de los demás, nos exponemos a constantes frustraciones. Dijo Dale Carnegie: “Esperar gratitud de la gente es desconocer la naturaleza humana”. Yo no iría en absoluto tan lejos, pues creo que la gente, en esencia, es agradecida. Pero sí es cierto que no todos lo son, y que quienes lo son no lo son siempre.

Hay gente que hace favores a los demás para que le den las gracias. Es su alimento emocional, lo que le llena y le da energía. Y, claro, cuando no lo reciben se indignan: ¿cómo puede ser que no me den las gracias?

Estos comportamientos son un claro signo de dependencia: aquellos que actúan así necesitan y dependen del agradecimiento de los demás, cosa que inevitablemente termina trayéndoles problemas. Deberíamos preguntarnos: ¿por qué hacemos un favor?, ¿porque así lo sentimos y está en nuestra forma de ser, o porque esperamos con ello obtener el reconocimiento de los otros?

Si lo hacemos por convicción, no debemos esperar la gratitud del otro. Si llega, la recibiremos con ilusión. Si no la hay, nos reconfortará la sensación de que hemos hecho exactamente lo que queríamos hacer, porque no esperábamos nada por ello.

Muchos de nosotros raramente dejamos de dar las gracias, pero muy frecuentemente nos saltamos el agradecimiento. Busquemos a nuestro alrededor a quien ha hecho recientemente algo por nosotros que ha sido importante. Y busquemos una forma creativa de mostrarle nuestro agradecimiento. Hagámoslo por ellos, pero también por nosotros. Porque agradecer es a menudo tan gratificante como recibir.  Con estos gestos, vayamos saldando la deuda de tantos años en los que nos hemos limitado a dar tantos y tan educados ¡gracias!

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