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Opinión de Alejandro Figueroa: El destino del movimiento “Woke”

Lee la columna de opinión del abogado estadista, Alejandro Figueroa.

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La historia estadounidense es, en muchos sentidos, una historia de grandes protestas. Estas generalmente vienen en dos tipos. Hay movimientos de protesta que creen que el sistema estadounidense está diseñado y destinado a cumplir las promesas esbozadas en la Constitución: igualdad, derechos inalienables, la búsqueda de la felicidad, e pluribus unum, una unión más perfecta. Y hay movimientos de protesta que se han vuelto contra el sistema, ya sea porque no creen que el sistema pueda cumplir sus promesas o porque nunca estuvieron de acuerdo con las promesas en primer lugar.

La experiencia de casi 250 años es que el primer tipo de movimiento generalmente tiene éxito: emancipación, sufragio, derechos civiles, matrimonio igualitario. Su objetivo es construir el país y acercar más a los estadounidenses sobre las bases ya establecidas. El segundo tipo, desde la Confederación hasta los grupos de supremacía blanca de la era de Jim Crow y el nacionalismo negro militante en la década de 1960, siempre falla. Estos movimientos quieren derribar lo existente, dividir a los estadounidenses, rechazar y reemplazar nuestras bases nacionales.

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El movimiento de ideología y protesta al que se hace referencia hoy día como los “Woke” pertenece al segundo tipo. La semana pasada tuvo su primer encuentro importante con la democracia electoral, no solo en la carrera por el gobernador en Virginia, sino también en un referéndum para reemplazar el departamento de policía en Minneapolis y sobre cuestiones de orden público en Seattle. Los “Woke” fueron aplastados.

¿Qué tiene de malo un movimiento que, en sus términos más estrictos, tiene como objetivo hacer que los estadounidenses sean más conscientes de las injusticias raciales, pasadas y presentes? Nada. En casos como los de Eric Garner, George Floyd y Ahmaud Arbery, los ciudadanos de toda la Nación han comenzado a internalizar el hecho de que los negros todavía pueden ser víctimas de las mismas crueldades casuales de hace un siglo.

Pero, como muchos movimientos que sobrepasan sus causas de acción iniciales, “Woke” ahora connota mucho más que un esfuerzo por reformar la policía o denunciar la injusticia racial cuando ocurre. En cambio, es una alegación de que el racismo es una característica definitoria, no un defecto, de casi todos los aspectos de la vida estadounidense, desde sus inicios hasta el presente, en los libros que leemos, el idioma que hablamos, los héroes que veneramos, la forma en que hacemos negocios, la forma en que seleccionamos por mérito, etcétera.

El problema con esta posición no es que esté completamente equivocada, ya que parte de la premisa de que no hemos progresado como Nación. Los “woke” operan como si no hubiera habido un movimiento de derechos civiles y que los estadounidenses blancos no hubieran sido una parte integral de él. Opera como si 60 años de acción afirmativa nunca hubieran sucedido, y como si un porcentaje cada vez mayor de afroamericanos no perteneciera a la clase media y alta (y que, dicho sea de paso, se concentraran en el sur de Estados Unidos). Funciona como si se hubiera elegido dos veces a un presidente negro.

Funcionan como si, en una ciudad tras otra, las fuerzas de la policía no estuvieran dirigidas por jefes de policía negros y tuvieran personal de diversos orígenes. Opera como si la supremacía blanca todavía se estuviera aplicando sistemáticamente, mientras ignora el hecho de que una minoría étnica previamente marginada, a saber, los estadounidenses de origen asiático, disfruta de niveles de ingresos más altos que los estadounidenses blancos.

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Sobre todo, “Wokeness” pretende que incidentes como el asesinato de George Floyd, que son escándalos nacionales, son en realidad la norma a nivel nacional. No lo son, a pesar de las injusticias actuales. La mayoría de los estadounidenses no solo perciben la falsedad de la acusación, sino que, cada vez más, se sienten insultados por ello.

El insulto se convierte en daño cuando se trata de las soluciones que propone el “Wokeness” y de la forma en que las propone. Y no me refiero solo a esfuerzos como “abolir la policía” que son tan descaradamente destructivos que los votantes perciben rápidamente su peligro. También está en propuestas más sutiles. Es por eso que en mi opinión el “Wokeness” fallará.

Por cada intento de cancelar ciertos escritores, otros publicarán. Por cada intento para forzar cambios en el lenguaje reemplazando algunas palabras por otras, la gente simplemente encontrará formas de decir lo mismo. Por cada esfuerzo por convertir las escuelas secundarias y universidades en fábricas de Wokeness, habrán esfuerzos para evitarlo basándose en lo que queda documentado en la historia- todo lo que que se ha logrado construyendo una nación más inclusiva. Debido a que la tecnología, el capital y las buenas ideas se mueven más rápido que la ideología que pretende cancelar a otros, esos esfuerzos tendrán éxito más rápido de lo que imaginan sus detractores.

A la larga, los estadounidenses siempre se han apoyado en los movimientos de protesta que hacen que el país sea más abierto, más decente y menos dividido. Lo que hoy se conoce como “Wokeness” no hace ninguna de esas cosas y, por ende, sospecho que está destinado al fracaso.

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