Aún con lo bueno que fue el año 2013 para el género de horror, al menos comparado con otros años, es un poco irreal pretender que el 2014 se igual de bueno, tomando en consideración la pobre oferta del género en los pasados años. Con esto en mente, pensar que podríamos tener dos buenas películas en un mes suena un poco absurdo, aunque no más absurdo que la idea de siempre esperar cine de horror barato, pero eso es bronca para un ensayo aparte. Lo que importa en este momento y la idea que espero poder vaciar en este documento, es que The Quiet Ones es una decepcionante película de horror.
Escondidos en una casa en las afueras de Londres, el profesor Joseph Coupland (Jared Harris) junto a un equipo de estudiantes universitarios llevan a cabo una investigación con la que intentan probar que toda actividad paranormal es causada por la energía negativa del ser humano. Para probar su teoría, el profesor y grupo de estudiantes practican una serie de experimentos pocos ortodoxos en Jane Harper (Olivia Cooke), una joven con trastornos mentales que asegura estar poseída.
The Quiet Ones arranca con una premisa prometedora, que, al igual que el filme reciente Oculus, trabaja con trastornos mentales como posible detonante de lo paranormal. La diferencia es que, mientras Oculus los explora en su superficie, The Quiet Ones hace un acercamiento un poco más profundo, al tratarse de una investigación a cargo de un profesor de Oxford y no una pareja de hermanos traumatizados. El gran problema de The Quiet Ones, lamentablemente, es que cae en el abismo de los clichés del género y funciona más como un compilado de sustos falsos o “jump scares” que como un relato espeluznante, como prometían los carteles publicitarios.
Son esos mismos carteles los que anunciaban el filme como uno basado en hechos reales, cuando en realidad está basado libremente en un experimento que se llevó a cabo en Canadá en los años setenta, conocido como el Experimento Philip, con el que un grupo de parasicólogos intentaron probar que los eventos paranormales que a veces se nos hace difícil explicar son creados por la mente humana, creando una persona con información que sólo ellos conocían, para luego tratar de contactarla. Dicho experimento fue desacreditado y catalogado como falso.
En lugar de enfocarse en crear una atmósfera tenebrosa, complementada por una historia lo suficientemente interesante como para servir de gancho, la película se recuesta de sonidos ensordecedores, puertas que abren y cierran, gritos repentinos y movimientos de cámara abruptos para asustar al público, o mejor dicho, hacerlos brincar. ¿Cuántas veces más podrá resultar aterrador ver una puerta abrirse sola? La respuesta en ninguna, y está basada en las risas de un público que necesita algo mucho más elaborado para asustarse por más de unos segundos.
En una movida que al momento no parece tener explicación lógica, el director decidió utilizar el pietaje del camarógrafo que documenta el experimento para crear una especie de híbrido que en ocasiones se convierte en una cinta “found footage”, cuyo propósito no he podido descifrar a casi 24 horas de haberla visto.
Si algo positivo se puede extraer de este fatulo intento de hacer una buena película de horror, es el buen desempeño del elenco, del que sobresale el actor británico Sam Claflin (The Hunger Games: Catching Fire) como el escéptico camarógrafo Brian McNeil, quien constantemente reta la lógica y métodos del experimento y eventualmente se convierte en el único personaje que no odiarás cuando comiencen a correr los créditos.
En cines desde este jueves, 24 de abril, The Quiet Ones es una decepcionante propuesta que pasará al olvido antes de que termine el año.
Vea también estas notas: