Al otro día de haberme llegado la luz, entré en la cocina a hacerme café y me quedé mirando la cafetera eléctrica como si la estuviese viendo por primera vez. Me encontré preguntándome cosas como: “¿Esto usa filtro o no usa filtro? ¿Cuánta agua es que le echaba para que el café negro me quedara medio aguaíto?”
Era la primera vez que la iba a utilizar en más de dos meses, ya que desde el huracán había dependido de mi greca y mi estufita de gas para el café. De repente, dos meses habían borrado los años que llevaba utilizando la misma cafetera eléctrica.
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Y todavía, a dos semanas de haberme “iluminado”, hay veces que me encuentro buscando algo en el clóset a oscuras porque se me olvida que ya tengo luz. Después de hablar con varias personas y reírme con ellas del asunto, me di cuenta de que no soy la única.
Esta experiencia me ha comprobado la veracidad del refrán que dice: “Somos animales de costumbre”. El ser humano se acostumbra a todo. Y aquellos que se acostumbran más rápido y que se permiten fluir con el momento, van a ser siempre más felices. Esos que, por el contrario, escojan resistir, quejarse y pelear con la realidad siempre van a sufrir más.
Estoy procurando convertir mis experiencias con la cafetera y el clóset en lecciones que me recuerden que hay “costumbres” que deben quedar atrás. De la misma forma que realizamos tareas en automático, también muchas veces tendemos a pensar, sentir y reaccionar en automático, despachando la situación, aun cuando nos cause dolor, con un “Es que soy así”.
Desde hoy me propongo observar mi mente y lo que sale de ella como si estuviese observando mi cafetera después que llegó la luz. Me niego a ser un animal de costumbre cuando mis costumbres me resten felicidad. Verme con nuevos ojos me va a permitir quedarme con lo que quiero y soltar lo que no me sirve. Te invito a que tú también transformes tus malas costumbres a través de una buena presencia mental.