Es un asunto de borrar y volver a hacer, así como cuando te das cuenta de que la fórmula que empleas no te produce el resultado esperado. Solo de esta forma, con los dolores de crecimiento incluidos, será posible dar forma al país que queremos. Es la conclusión a la que he llegado después de años de conversar con políticos y expertos. Consistentemente una cosa parece ir alejada de la otra, salvo contados, contadísimos, casos. Por una parte, los políticos. Con sus propuestas simplonas, que pocas veces salen de la superficie para acercarse a la raíz de los problemas. Con planes que “proponen” cosas como “levantar la economía”, o “enderezar las finanzas”, o “bajar los costos de energía eléctrica”, o “mejorar nuestras escuelas”, así como valiéndose solo del poder de la palabra, como aquel que decreta tal y como sugieren los libros de autoayuda, desde la más absoluta generalidad, como si gobernar fuera la construcción de una “lista de deseos”.
Por otra parte, los expertos. Esos que pocas veces son escuchados, que utilizan metodología, estudios y análisis de casos para llegar a sus recomendaciones. Que hablan y hablan, pero pocas veces encuentran terreno fértil para sus ideas. A veces porque esas ideas no son “bonitas” o porque tomarlas en cuenta “cuesta votos” al no recurrir a la receta fácil de la propuesta populista. Pero, aunque el país se ha decantado históricamente por las propuestas de los políticos desechando las ideas de los expertos, ya va siendo hora de escuchar a los últimos y exigir a los primeros.
Para hacerlo, hay que repensarlo todo, dejar de remendar un país que opera con fórmulas de gobernanza propias de los 80 y 90, pretendiendo atender los problemas del siglo XXI. Quizá, como primer paso, habría que dejar de dar palos a ciegas y, tal vez por primera vez en décadas, definir el país que queremos llegar a ser. Por demasiado tiempo hemos caminado sin rumbo, con la improvisación como bandera. Estos cuatro años seremos “esto” y los próximos cuatro “aquello” para luego querer ser “lo otro”. Sin coherencia ni estructura, siempre teniendo el fracaso como resultado final. Tal vez por vivir anclados en recuerdos de los que fue y dejó de ser. Es hora de hacer un análisis de tiempo y espacio. El país dejó de ser la isla de las 936. El paraíso de las fábricas y las farmacéuticas. El coloso caribeño fundamental por su “situación geográfica estratégica” para frenar el avance del comunismo. Tampoco es la Perla del Caribe, que miraba por encima del ojo a los vecinos de la región. Entonces, ¿qué somos y qué queremos llegar a ser? ¿Lo sabemos? ¿Debemos querer seguir anclados en la idea de ser un país que sueña con las farmacéuticas de los 90? ¿Realmente somos competitivos como destino de manufactura? ¿O va llegando el tiempo de mirar a la economía del conocimiento, la exportación de servicios y la producción de ideas?
¿Funcionan los incentivos contributivos? ¿Qué nos han producido? Si la respuesta es el “poco” o “nada” en algunos casos, ¿no es acaso hora de revisarlos y eliminar los que no funcionan?
¿Sirve la universidad para producir los empleos que necesita el sector privado? Las cifras de desempleo y la demanda de profesionales en áreas que no suplen sus necesidades parecería lanzarnos un rotundo “no”. Entonces, ¿por qué seguimos graduando profesionales de carreras de poca o ninguna demanda? ¿Necesitamos graduar más maestros de escuela elemental que irán irremediablemente a parar a las filas del desempleo cuando lo que hacen falta son profesores de Ciencias y Matemáticas?
¿El sector comercial le sirve al país que tenemos o continúa queriendo servir a un país que hace mucho dejamos de ser? ¿Se ofrecen los servicios que necesitamos hoy o continuamos con una oferta de servicios anclada en otros tiempos? Guarderías y escuelas que operan en horario de 8 a 3 en un país de padres que salen del trabajo a las 7:00 p. m. o que tienen más de un empleo; comercios que cierran fines de semana o en las noches, cuando la mitad del país vive a esas horas; productos y servicios enfocados en jovencitos y millennials mientras nuestro país envejece con más muertes que nacimientos y nuestros viejos —la nueva mayoría— no ven sus servicios atendidos. Una gran farsa. La construcción de un país que no existe en detrimento del país que tenemos. A ver si despertamos del sueño antes de que el país se nos siga escapando de las manos.