Nuestra voz continúa siendo elemento esencial para asegurar efectividad y crear una excelente impresión. Diversos estudios indican que el 38 % de nuestra efectividad depende de la voz. ¿Cuáles son los elementos a considerar?
Volumen: Si hablamos muy bajito, se puede proyectar inseguridad o desconocimiento. En cambio, si hablamos muy alto, podemos sonar agresivos y abrasivos. Lo ideal es grabar nuestra voz a una distancia de cinco a siete pies y escucharnos. ¿Estoy gritando? ¿O sueno tan bajito que parece estoy cantando una canción a un bebé para que se duerma? Este ejercicio permite que poco a poco ajustemos y maximicemos el mensaje, usando el volumen de voz como punta de lanza.
Velocidad: ¿Hablamos tan rápido que nos piden constantemente repetir lo que decimos? Un excelente ejercicio es grabarse leyendo algo de interés. Al escucharnos, sabremos cuánto ajustar el tiempo para procesar los pensamientos, alargar las vocales o cortar oraciones.
Tono: ¿Por qué cantamos canciones que realmente no sabemos quién las canta o lo que dicen? El tono que integramos a lo que decimos le permite claridad al mensaje. Un buen ejercicio es ponerse un lápiz entre los dientes, paralelo a los labios, y repetir nuestro nombre 10 veces. Inmediatamente, mejoramos nuestro tono. Si integramos el movimiento suave de las manos, mejoramos el ritmo.
Comida: Es importante enfocarse en el efecto de la comida en la voz. Por ejemplo, mucha lactosa nos crea flema; muchas proteínas y el chicle, nos causa voz ronca y resequedad en la garganta. El café, el limón y el alcohol también impactan significativamente cómo nos escuchamos.
Tensión: Cuán relajados estamos, también tiene un efecto significativo en la voz. La tensión se refleja en la garganta y de repente sonamos espantados o como un robot. Una solución es respirar de 10 a 15 veces en cantidades pequeñas para liberar tensión de la voz.