El Partido Demócrata cometió un error histórico al ignorar los problemas de salud del presidente Joe Biden y cerrar la posibilidad de una primaria competitiva para la candidatura presidencial de 2024. Esta decisión, que dejó a la entonces vicepresidenta Kamala Harris como la única alternativa viable, resultó en una derrota aplastante frente al Partido Republicano, que no solo aseguró una segunda presidencia de Donald Trump, sino también el control absoluto de ambos cuerpos legislativos.
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Desde el inicio, la salud de Biden fue un tema de preocupación pública. A sus 82 años, las dudas sobre su capacidad para asumir un segundo mandato eran inevitables. Sin embargo, en lugar de enfrentar esta realidad y abrir el proceso de selección a una contienda primaria, el liderazgo demócrata optó por mantener una imagen de unidad forzada. Este movimiento eliminó cualquier posibilidad de que emergieran nuevos liderazgos que pudieran conectar con los votantes y revitalizar al partido.
El problema se agravó con la posición de Harris como sucesora natural. Aunque la entonces vicepresidenta cuenta con una trayectoria impresionante y simboliza avances importantes en representación, su desempeño durante el primer mandato fue objeto de críticas constantes. Las encuestas reflejaban bajos niveles de aprobación, y su perfil público no logró consolidarse como una figura de liderazgo convincente para el electorado general. Al evitar una primaria, el partido también le negó la oportunidad de demostrar su capacidad en un foro competitivo, dejando al público con una percepción de imposición, en lugar de elección.
Este escenario fue un regalo para el Partido Republicano. Con Trump liderando una campaña agresiva y bien financiada, los republicanos explotaron las debilidades percibidas en el liderazgo demócrata. La falta de un proceso interno competitivo fue utilizada como evidencia de un partido desconectado de sus bases y con prioridades alejadas de las preocupaciones reales de los votantes. Además, la narrativa republicana enfatizó la percepción de incapacidad tanto de Biden como de Harris para manejar los desafíos actuales, desde la inflación hasta la seguridad nacional.
El resultado fue devastador. No solo Trump recuperó la presidencia con un margen significativo en el Colegio Electoral, sino que el Partido Republicano logró una mayoría clara en el Senado y la Cámara de Representantes. Este control legislativo no solo consolidó su poder político, sino que también creó un camino despejado para implementar una agenda, que, en cuestión de solo 100 días, he dado al traste con muchos de los logros de la administración Biden-Harris.
La falta de una primaria también contribuyó a una baja participación entre los votantes demócratas. Sin un proceso que motivara e involucrara a las bases, muchos se sintieron desilusionados o apáticos. En contraste, los republicanos lograron movilizar a su base con un mensaje de cambio y una campaña energética que apeló tanto a votantes tradicionales como a nuevos segmentos.
El Partido Demócrata debe reflexionar profundamente sobre las lecciones de este desastre electoral. Primero, es fundamental reconocer que evitar la competencia interna puede ser percibido como una debilidad, no como una fortaleza. Una primaria abierta habría permitido al partido identificar y promover candidatos con el carisma, la energía y las ideas necesarias para enfrentar a un adversario formidable como Trump.
Segundo, es crucial abordar la percepción de desconexión con las bases. Los votantes quieren sentirse escuchados y representados, no simplemente alinearse detrás de decisiones tomadas por la cúpula del partido. La inclusión de nuevas voces y perspectivas es esencial para revitalizar la confianza y el entusiasmo entre las filas demócratas.
Finalmente, el liderazgo del partido debe ser transparente sobre los desafíos internos y estar dispuesto a enfrentar las críticas de manera proactiva. Ignorar los problemas, como la salud de un candidato o la falta de preparación percibida de su sucesor, solo fortalece la narrativa de la oposición.
La derrota de 2024 no solo es una lección para los demócratas, sino también una advertencia sobre los riesgos de subestimar el poder de la competencia interna y la necesidad de adaptarse a un electorado cambiante. Si el partido no logra aprender de este error, podría enfrentar aún más desafíos en el futuro, poniendo en peligro no solo su relevancia política, sino también el equilibrio democrático del país.