Opinión

Semana Santa: liberar de la opresión, confortar y sanar

Lee aquí la más reciente columna “Desde otro prisma”.

Columnista, Agustina Luvis
Agustina Luvis

El Jesús de quien escuchamos frecuentemente esta Semana Santa del 2024, es quien recorría toda la Galilea, enseñando y proclamando buenas noticias, pero también curaba las enfermedades y dolencias de la gente marginal. Jesús nos muestra a un Dios que sana los cuerpos de las personas, pero también a la sociedad entera.

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A diferencia de los religiosos de su tiempo, preocupados únicamente por reformar la vida religiosa, el interés de Jesús liberaba de los poderes estructurales malignos tanto la vida del cuerpo individual como el social.

Es moneda corriente el que cada cultura crea sus enfermedades. En la religión judía, los cuerpos dolientes rompían la armonía con Dios; de ahí que sufrieran el ostracismo, el abandono y el estigma de la comunidad, arrojándolos a la vera del camino, fuera de las ciudades.

Jesús, en cambio, dedica su ministerio a sanarles, se acerca, les toca y permite que le toquen, despierta la confianza en quienes el templo desconfía, les reintegra a la vida digna y abundante (Juan 10.10). El Nazareno bregaba tanto con el bienestar físico como con la salud integral del tejido social. Su ministerio sanador es, una crítica y protesta enérgica contra el sistema de salud de su época. Era un negocio que no atendía las necesidades de la gente empobrecida, por lo que la salud no estaba al alcance de sus posibilidades. Basta con escuchar a la mujer que por muchos años padecía de una enfermedad, y había gastado todo lo que tenía en ese sistema y seguía perdiendo la vida, hasta que encontró a Jesús y el flujo de su gracia, la sanó (Lucas 8.43-48).

El carácter gratuito de sus sanaciones resultaba sorprendente y atractivo. La gente podía acercarse para curarse sin miedo, sin preocuparse de los gastos. Jesús curaba con palabras, gestos, sus manos, remedios aprendidos en casa. De esta manera bendecía a quienes las élites enriquecidas maldecían. Jesús transmitía confianza, caricias y aceptación a la gente excluida por la religión.

Las noticias sobre la enorme crisis en la salud de nuestro suelo nos hacen pensar en el camino a la cruz que conmemoramos, desde la fe cristiana, durante la semana santa y sobre el futuro de nuestra sociedad enferma. Algunos expertos aseguran que el sistema de salud se encuentra al borde de un colapso. La fuga de médicos y otros profesionales de la salud hacia Estados Unidos se resiente a diario. Hay escasez de especialistas, personal de enfermería, de tecnología médica, de emergencias médicas y de otras disciplinas igualmente vitales. Esto es alarmante.

A la referida situación añadimos a quienes no tienen toda la cobertura médica debido a la mercantilización de la salud pública. Al nivel académico, asimismo, hay una escasez de docentes y de recursos. Las certificaciones tardan más que la pandemia. Las aseguradoras médicas, entidades con fines de lucro, establecen políticas que obligan a racionar los servicios de salud en detrimento de la prevención y de la medicina primaria. Imponen infinidad de barreras las cuales afectan a las poblaciones empobrecidas, a las personas de edad avanzada y a la niñez. El Estado hace tiempo que se lavó las manos como Pilatos y les dejó el negocio lucrativo a las agencias aseguradoras, las cuales operan sin supervisión ni fiscalización.

Hay debates sobre el tamaño de la escasez de medicamentos a nivel mundial, pero también sobre las causas de esta merma. El precio de los medicamentos no lo controla nadie y es una de las partidas con mayor incremento en costo.

Las enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares, el cáncer, la diabetes, el asma, la artritis y la enfermedad de Alzheimer son las principales causas de muerte y discapacidad en Puerto Rico. La alimentación sana, que se considera básica para la buena salud, pareciera inaccesible ante el alza de los costos de la canasta básica de alimentos en nuestras mesas.

La teología disfuncional, con sus visiones metafísicas y fuera de este mundo, heredada del mundo helénico, reduce el nombre de Jesús a “Dios salva”. Esta teología también está enferma al esconder los otros verbos hermanos que conlleva: liberar de cualquier forma de opresión, sanar, confortar y humanizar.

Es por esto que la buena noticia de la Semana Santa debiera ser la misma que motivó el ministerio de Jesús, una noticia que alivie el sufrimiento y que además provea signos para una nueva manera de vivir. Frente al pesimismo catastrófico que impera en sectores apocalípticos, el mensaje de Jesús fue contra la miseria humana, anunciando la compasión, la misericordia y la justicia que liberan al mundo de la desgracia. Sus sanidades no eran espectáculos, eran una señal de su amor y de la llegada de una nueva posibilidad de vida. El pecado más grave y que mayor resistencia ofrece al mensaje de Jesús consiste precisamente en causar sufrimiento o tolerarlo con indiferencia.

Ante un pueblo agobiado, desde nuestras comunidades de fe tenemos que ser las entidades compasivas y denunciadoras, y que también anuncia en la Semana Mayor que la solidaridad con quienes sufren nunca termina en muerte sino en resurrección.

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