Lo del 9 de noviembre es una cosa inverosímil. De esas de no creer, mírese por donde se mire.
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Primero, el espanto de los hechos. Una pareja murió a manos de sicarios que les dispararon sin contemplaciones cuando salían de hacer sus compras en el Aguadilla Mall. La escena no dejaba espacio a la especulación, según la policía. Se trataba de una escena de acecho propia del narcotráfico. Bastaba con mirar el detalle. El suelo del estacionamiento tenía más de 70 casquillos de balas. De esas mismas que alcanzaron a la pareja. Pero la cosa era aún peor. Los proyectiles alcanzaron en el brazo a la hija de años de la mujer. Mientras la menor recibía atención medica, se certificaba la muerte de su madre y su padrastro. Dejaban además una bebé de menos de un año hija de la pareja y dos niños de 9 y 11 años hijos del hombre. Solo pensar en las posibilidades provoca pavor. ¿Y si ese doble asesinatos se convertía en masacre? ¿Y si alguno de esos niños hubiera muerto alcanzado por las balas? ¿Y si alguno de los ciudadanos que hacia sus compras allí hubiese sido alcanzado por las balas? La cosa se tornaba inverosímil cuando el teniente coronel Roberto Rivera de la Policía explicaba que, en efecto, la familia fue baleada como consecuencia del acecho que le realizaron otras figuras del bajo mundo. El hombre, fichado por las autoridades y con un abultado expediente criminal, era en la actualidad objeto de un plan de vigilancia. Para la policía no era sino el dueño de un punto de drogas y por ello estaba en la mira de las autoridades.
Entonces, descubrir que el tribunal otorgó al hombre la custodia de los dos niños de 9 y 11 años que le acompañaban y casi pierden la vida bajo su cuidado parece un mal chiste. ¿Cómo puede entenderse como cuidador apto un hombre que uno de los brazos del Gobierno, la Policía, ha identificado como parte del narco?
El Tribunal entrego la custodia al padre basándose en los documentos que llegaron a su atención. Familia afirma que hizo una investigación “exhaustiva” y que no tuvo reparos en la otorgación de la custodia porque “los niños estaban bien atendidos”, el hombre ya “no tenía expediente criminal activo. Así lo demostró y lo acogió el Tribunal”. Educación tampoco tuvo reparos porque los niños habían subido las notas desde que estaban con su padre. Todo eso seguramente es cierto. Solo que aún sigue siendo para mí un hecho inexplicable cómo esa investigación exhaustiva no dio con lo que voces de la policía aseguran que era un secreto a voces en la comunidad. A eso sumarle la pregunta de cómo es que una rama del Gobierno maneja a una persona bajo la noción de que “es el dueño de un punto” y el resto de los brazos de ese mismo gobierno no tienen acceso a esa información... ¿A caso esa información no e s fundamental para determinar ante un tribunal la adecuacidad de un hogar? Sobre la adecuacidad creo que no debe haber espacio para debatir. Seguramente no faltaba nada material. Estaban aseados y tenían un plato de comida caliente cuando lo requerían. Pero no era un hogar seguro. Como no debe serlo ninguno que esté acechado por el bajo mundo al punto de que sus integrantes fueron baleados sin piedad, aun ante la posibilidad de haber matado a esos niños solo por acompañar a su padre a una noche de compras.
Me parece evidente que en este, como en otros tantos casos, el Estado se ha probado como un muñeco de mil brazos, todos inconexos. Una criatura que se toma en serio eso de que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. Solo que ya es hora de que comience a saberlo. Que las tan cacareadas reformas estructurales del Gobierno prueben haber sido más que solo slogans de campaña. Esa falta de comunicación, ha quedado demostrado, puede incluso ser mortal. Si esos niños no estuvieran vivos para contarlo, hoy la historia sería distinta.