Siempre he procurado encarar la vida con una actitud positiva. Y eso aplica a los retos que enfrento a diario en los planos profesional y personal pero también a mi visón sobre el país y su futuro.
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Sin embargo admito un creciente desconcierto. Un pesimismo del que se me hace difícil desprenderme. Y lo provoca ese “no hacer” del que he hablado desde esta esquina en múltiples ocasiones. La isla enfrenta retos históricos de carácter urgente que requieren respuestas igualmente urgentes. Sin embargo, desde la oficialidad solo llega vaguedad. No me confunda. Hay esfuerzos puntuales e iniciativas que buscan atender esos problemas. Principalmente desde el sector no gubernamental que hace lo que puede con lo que tiene. También desde la academia y los sectores profesionales que advierten y advierten; proponen y denuncian. Pero del otro lado no parece haber quien escuche. O peor aún, no parece haber a quien le importe. Como muestra, dos botones.
El primero, la Educación. Ha sido harto advertido que los pasados dos años dominados por pandemias, huracanes y terremotos provocarían enormes rezagos en la educación de nuestros niños.
La cosa es mundial, indudablemente. Sin embargo, esas advertencias han llegado unida a llamados a la acción de manera urgente. La lógica obligaría un plan que permita identificar de manera urgente los rezagos en el sistema y, una vez identificados los problemas principales (ya se ha sabido que hay horrores en español y matemáticas) elaborar un plan igualmente urgente para atender esos rezagos.
Igualmente pensaría que en un escenario en el que la matrícula escolar se ha reducido y sigue habiendo un número similar de maestros empleados o contratados, habría una mayor oportunidad de reducir el número de alumnos por salón para maximizar el proceso educativo. Pero no ha sido el caso. Pensaría también que ya debería haber un plan elaborado y explicado de cara al público con una estrategia para combatir esos rezagos antes que los alumnos culminen su etapa escolar. Antes que se gradúen sin las competencias requeridas para integrarse al mundo profesional. Antes de convertirse en una generación de “Analfabetas funcionales” como advertía la expresidenta de la Asociación de Maestros, Aida Díaz, hace exactamente dos años. Pero lo que llega como respuesta es un plan para extender el semestre unos días. Y, que se sepa, muy poco más. El desenlace es fácil de anticipar si esa percepción es la correcta.
El segundo escenario, la Salud. No puedo explicarme aún por qué el país sigue arrastrando los pies con la crisis de acceso a la salud. No hay nada más que discutir. No hay más vistas públicas que realizar ni nuevos proyectos que redactar. Basta con la procrastinación que nos hace pensar que se atiende el asunto en sus méritos cuando solo se dora la píldora para atender la presión pública. Los doctores ya han advertido que proveer alivios contributivos a los galenos es una ayuda complementaria, pero no atiende el problema de fondo. El problema es que el Gobierno, insisten los médicos y proveedores, le ha dado demasiada cuerda a las aseguradoras. Y ya es momento de tensar esa cuerda. De ponerles en cintura con medidas que frenen la libertad para no contratar médicos recién graduados que luego tienen que irse del país por no tener trabajo. Para esos, los recién graduados, un crédito contributivo no es una ayuda importante. Un alivio contributivo en un escenario de cero ingresos, es cero.
Se habla y se sigue hablando sobre pasos para atender la fuga de enfermeras, enfermeros y otros profesionales de la salud. Pero en la práctica todo se reduce a promesa. A discusiones legislativas eternas sin resultados concretos; a la falta de premura desde el Ejecutivo; a la apatía absoluta desde la Junta Fiscal. Al caos que se acerca cada vez de manera más inminente. ¿Pero de verdad que a nadie le importa? ¿A qué exactamente esperamos? ¿A que lo que nos queda de país se haga pedazos? Combatir la desesperanza es cada vez más complicado cuando se piensa en el futuro que el no hacer nos va a dejar como legado.