En un país que parece estar cada vez más dividido políticamente, se barajean constantemente ideas para reducir el partidismo que se entiende como obstáculo a la solución de los principals problemas que pretendemos atienda el gobierno. Muchas de esas ideas son simplistas, como la creación de un partido que deliberadamente carezca de propuestas ideológicas y cuya carta de presentación no sea otra que no ser uno de los dos principales partidos. Pero a veces, surgen ideas que verdaderamente podrían provocar cambios trascendentales. Eso no sucede a menudo, así que cuando sucede, vale la pena tomar nota.
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El tema de hoy: Los partidos principales y las primarias.
Las primarias partidistas proporcionan la principal forma en que se elige a los candidatos políticos en la gran mayoría de las jurisdicciones de Estados Unidos. Desgraciadamente, estos eventos electorales se han tornado en propulsores de la polarización política. Especialmente cuando un partido tiene una mayoría holgada en un estado, pueblo o distrito, los funcionarios electos temen perder sus elecciones primarias mucho más que perder las elecciones generales. Por eso, los candidatos adaptan sus posiciones para atraer a los votantes que participan en las primarias. Esos tienden a ser los votantes del llamado corazón del rollo: personas de derecha en el Partido Republicano y de izquierda entre los demócratas.
La redistribución electoral mediante la cual se trazan distritos electorales para garantizar el éxito de un partido en las elecciones generales, empeoran ese problema al hacer que las primarias sean las únicas elecciones que cuentan en gran parte del país. Eso da como resultado la elección de funcionarios que son ideológicamente más extremistas que el votante promedio. Esa es una de las principales razones por las que los compromisos que tienen un amplio atractivo en todas las líneas partidarias a menudo se estancan en el Congreso o en las legislaturas estatales si involucran alguno de una lista cada vez mayor de temas sobre los cuales los partidos han planteado posiciones diametralmente opuestas.
A veces, el poder que tienen los extremistas ideológicos para dominar las primarias resulta contraproducente y produce candidatos que no pueden ganar una elección general. Ese problema puede perjudicar a cualquiera de los partidos, pero ha impactado especialmente a los republicanos en los últimos años y pareciera estar ocurriendo en este ciclo primarista.
En las primarias para el Senado y la gobernación en al menos media docena de estados competitivos, los votantes republicanos eligieron candidatos con antecedentes personales cuestionables y que se encuentran muy a la derecha del votante promedio de su estado, en su mayoría candidatos respaldados por el expresidente Trump. Según las encuestas, algunos de ellos perderán este otoño, privando al Partido Republicano de escaños que de otro modo podría haber ganado.
Aún cuando las primarias no provocan la derrota de los partidos de esa manera, rutinariamente producen candidatos lejos del centro ideológico del electorado. Tomemos como ejemplo a Wisconsin: el estado está tan estrechamente dividido entre demócratas y republicanos que solo 1 punto porcentual separa la participación de los dos electors de cada partido. Pero aunque existe un balance entre los votantes del estado, los candidatos entre los que tienen que elegir tienden a estar sustancialmente a la izquierda o a la derecha del votante promedio. Los dos senadores del estado, Ron Johnson, uno de los republicanos más conservadores de la cámara, y Tammy Baldwin, una de sus demócratas más liberales, ilustran el punto.
Reducir el poder de los extremos ideológicos fue uno de los principales argumentos esbozados en California cuando el exgobernador Arnold Schwarzenegger y otros, en su mayoría republicanos moderados, pidieron a los votantes en 2010 que aprobaran una medida electoral, la Proposición 14, que establecía el sistema primarista que el estado ha utilizado durante la última década. La idea, tomada del estado de Washington, es que todos los candidatos aparezcan en la misma papeleta primarista, y los dos que obtengan la mayor cantidad de votos, independientemente del partido abjo el cual se postulen, avancen a las elecciones generales. Debido a que los candidatos pueden obtener votos de cualquier persona, no solo de los miembros de su propio partido, tienen un incentivo para moderar sus posiciones y apelar a todos los votantes.
Los resultados de los candidatos a los que Trump atacó frontalmente este año evidencian que esta reforma primarista funciona. Once republicanos que votaron para acusar a Trump se postularon para la reelección este año: 10 en la Cámara más la senadora Lisa Murkowski de Alaska. De los siete estados cuyos estados tienen primarias partidistas tradicionales, ninguno ha sobrevivido: cuatro se retiraron sin siquiera intentarlo. Sin embargo, cuatro de los republicanos a favor del juicio político provienen de estados que abandonaron las primarias partidistas: California, Washington y Alaska. Tres de esos cuatro prevalecieron en primarias logrando el pase a las elecciones generales. La estructura alterna de primarias les permitió atraer a votantes más allá de los fieles de Trump que dominan las primarias republicanas.
Para aquellos que piensan que los votantes pueden beneficiarse de opciones menos partidistas, los resultados de las primarias de este año han brindado evidencia poderosa de que la reforma del proceso primarista para que los candidatos de todos los partidos aparezcan en una sola papeleta y prevalezcan solo los aquellos que más votos logren funciona.