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En un balcón de la calle Infanta de La Habana, soy un elemento más en la fachada antigua y despintada de este edificio en la zona limítrofe entre el barrio El Vedado y el municipio Centro Habana. Todavía la bruma que arrastra la mañana dificulta la visión amplia y despejada de la ciudad. Hay muchas nubes. Parece que va a llover.
Alguna gente sale temprano a los balcones. Como las noches en el trópico pueden ser calurosas, las mañanas nubladas prometen refrescar. Antes de que caiga una gota de agua, una señora, con su pijama aún puesta, saca del cordel la ropa blanca seca. Un señor, más abajo de ella, se asoma descamisado por su balcón. Se recuesta de la baranda de cemento del apartamento. Mira a un lado y a otro. Se queda ahí, como si esperara algo, a alguien. Quizá aguarda por la lluvia que no llega.
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Parecido a las columnas, que le dan soporte a tantas estructuras de La Habana, las azoteas, balcones y portales son testigos mudos de lo que transcurre por las calles. Así se lee en crónicas sobre la ciudad y en libros del escritor cubano Alejo Carpentier. Las alturas son espacios protagónicos en muchas películas sobre La Habana, lo vemos claro en la cinta Memorias del Subdesarrollo del famoso director cubano Tomás Gutiérrez Alea.
Los balcones altos sirven de inspiración para artistas. Son tesoros para mirones y aburridos. Y claro, también pueden operar como torres de control y vigilancia.
Gracias a este balcón veo cómo inicia la semana en La Habana. Con ella su ajetreo y lucha. Específicamente, el cubano está acostumbrado a esta última palabra: lucha. Por múltiples razones y desde varios frentes. Vienen luchando desde hace tiempo. Años. Siglos.
Con naturalidad, un cubano responde a la pregunta sobre cómo está o “cómo va la cosa” con un: “pues aquí, en la luchita.” Así mismo conjuga el verbo inventar. Inventé, invento e inventaré. El cubano lucha e inventa. El curso de su historia los ha obligado a luchar e inventárselas para subsistir.
Tony Ávila, uno de los músicos cubanos jóvenes que más activo está en la escena de trovadores en La Habana, ilustra algo de esta realidad del ‘cubano como inventor’ en varias de sus canciones. Escribió en el tema Regalao murió en el 80 que “lo que el cubano inventó en los noventa no lo inventa un japonés ni apurau.” La referencia: El Periodo Especial, tiempo de crisis económica y social en Cuba tras la caída de la Unión Soviética en 1991. Aclara la letra de este son que “vivirlo no es igual que hacer el cuento.” No lo olvidemos.
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Lo alto de los balcones no impide que lleguen las pestes. Vuela el olor a petróleo, diesel y otros inventos de combustibles que expiden los almendrones. Son esos carros de la década de 1950 que siguen funcionando por obra y gracia de la necesidad y la inventiva de la mecánica cubana. Con sus ruidos y achaques, estos carros son los taxis por excelencia en La Habana. Por diez o veinte pesos cubanos, alrededor de cincuenta centavos o un dólar, llegas de un extremo a otro de las diferentes rutas, avenidas principales y barrios de la ciudad.
Estar aquí, temprano en el balcón, me deja ver la imagen tierna de madres y padres cubanos que caminan de la mano con sus chiquillos de uniformes rojos y blancos. Son los pioneritos, los estudiantes de primaria, que deben llegar a sus salones de clases antes de las ocho de la mañana. Los muchachos de la secundaria, con sus vestimentas de tono carmelita (marrón claro), esperan la guagua para arribar a sus centros de estudios. La mayoría ya van solos al aula. Algunos llevan audífonos para distraerse en el autobús repleto de gente. Pueden ir oyendo desde Calle 13, Estopa, Descemer Bueno, Enrique Iglesias, Shakira, Los Aldeanos hasta Pharrell Williams y Daft Punk. Los jóvenes del pre-universitario, o escuela superior, hacen lo mismo pero vestidos de azul. Todos ellos son parte del sistema educativo público y único de Cuba, reconocido en 2014 en un informe del Banco Mundial como el mejor de Latinoamérica y el Caribe.
Mujeres vestidas de enfermeras y otros ciudadanos se movilizan temprano a sus centros laborales. Cogen en diferentes puntos guaguas, ruteros (cooperativas de transporte), taxis o autobuses específicos para los trabajadores. Esto último es una alternativa que proveen las empresas del Estado cubano para desahogar un poco la crisis de movilidad y transportación en el país y asegurar que sus servidores públicos lleguen a tiempo a los puestos de trabajo.
Por su parte, hay personas que confían en la caridad ajena y se paran en las esquinas de las calles. Levantan una mano y piden “botella.” En Puerto Rico se dice pedir “pon.” La idea es que un conductor solidario los adelante sin desviarse de su ruta. Como en tantos otros sitios del mundo, “pedir botella” es una práctica cotidiana en La Habana.
Ancianos y retirados se ejercitan temprano en el Parque de los Mártires en la calle Infanta y San Lázaro. Lo hacen de frente a un guía o voluntario que los dirige. Calientan el cuerpo para seguir su día. Estos Círculos de Abuelos son aplastantemente conformados por mujeres, lo mismo sucede con los miembros de la Universidad del Adulto Mayor, que existen en todo el país, donde las mujeres son la inmensa mayoría. En ella, además de recibir conferencias y talleres sobre diversos temas y hacer un pequeño trabajo final, se logra salvarlos de la soledad, ya que en Cuba los mayores que viven solos son un sector importante de una sociedad muy envejecida.
Mientras tanto, los vendedores de frutas y vegetales comienzan a instalarse con sus carretillas en las esquinas de las cuadras: plátano macho, ajo, aguacate, guayaba, fruta bomba (papaya) y limones son algunas de sus ofertas en moneda nacional.
Desde esta posición privilegiada en la calle Infanta, el Malecón habanero se asoma por un extremo. Los pescadores lanzan sus redes. Más tarde vendrá algún músico ambulante cantando la ‘Guantanamera’ para los turistas. Ganará sus CUCes, sus dólares por el show.
En las tardes y noches de Malecón, abuelas venden maní y flores. Enamorados, todavía en uniformes del pre-universitario, se besan y acarician apasionadamente. El extranjero de paso por la isla recibe la dosis de cubanía impartida por su jinetera o jinetero (prostitutos) de turno. También hay hombres, negociantes, que exhiben al descubierto los ‘cakes’ (bizcochos o tartas de cumpleaños) para que algún caminante se antoje. Están los que simplemente se sientan a ver el atardecer, desde aquí, uno de los más hermosos del mundo.
Como en tantas casas cubanas, en esta casa particular con licencia estatal para arrendar habitaciones y cobrar en divisa, hay poca presión de agua y la luz se puede ir por un rato en cualquier momento de la semana. Uno se acostumbra. Resuelve. Inventa. No es el fin del mundo.
Ahora, en el 2014, estos momentos sin electricidad ocurren mucho menos y se dan más por obras de mantenimiento en las zonas. Durante los años noventa del siglo pasado, los 1990’s que menciona el cantante Tony Ávila, había apagones frecuentes y extendidos. Los suministros de petróleo a la isla se vieron paralizados tras la desaparición en 1991 de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Cuba perdió su principal socio comercial y energético. Casi al mismo tiempo, en 1992 con la firma de la Ley Torricelli por parte del entonces presidente George Bush padre, Estados Unidos (EEUU) recrudeció y convirtió en ley el bloqueo económico, financiero y comercial que existe contra Cuba desde 1962. La tensa relación entre ambos vecinos empeoró cuando, al poco tiempo, en febrero de 1996, la Fuerza Aérea Cubana derribara dos avionetas pertenecientes al grupo Hermanos al Rescate, organización en su mayoría conformada por disidentes cubanos que asistía a ciudadanos en la isla que querían acogerse a la Ley de Ajuste Cubano de EEUU y pedir asilo en ese país. “Ese año, y como medida de represalia, el presidente Bill Clinton firmó la Ley Helms-Burton que puso en manos del Congreso de EEUU el asunto” y extendió e internacionalizó el bloqueo, también penalizando a otros países que sostuvieran relaciones económicas y cooperaran con Cuba, me explica el profesor e historiador puertorriqueño Antonio Gaztambide Géigel. La economía cubana se deprimió aún más con estos repentinos y duros golpes. Vivían en los noventas este terrible periodo especial, que para muchos cubanos, a pesar de las notables mejoras en la calidad de vida, no ha concluido hoy.
A casi dos décadas de este periodo convulso para la sociedad cubana, personas en la isla recuerdan este tiempo como uno de grandes desafíos sociales, éxodos masivos de ciudadanos en balsas, falta de materias primas, carencia de artículos básicos para la higiene y el hogar, masificación del uso de bicicletas ante la ausencia de combustible para los automóviles y mucha astucia a la hora de confeccionar los alimentos por la escasez de productos en los mercados. Pero, como sabemos, el cubano inventa. Y se las inventó para sobrevivir. Aunque, el Periodo Especial dejó heridas hondas en la sociedad cubana que aún hoy no han cicatrizado del todo.
El sol se impone entre la bruma y deja que se distinga la silueta del Capitolio Nacional en La Habana Vieja. A partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959, el Congreso quedó disuelto y este edificio, completado en 1929 durante la presidencia de Gerardo Machado, pasó a ser la sede de la Academia de Ciencias de Cuba y un museo que es dependencia del historiador de la ciudad de La Habana. La arquitectura del Capitolio en La Habana Vieja recuerda al de Estados Unidos en Washington DC. Los andamios alrededor de su cúpula delatan que algún trabajo de rehabilitación está en proceso hoy.
La Torre del Hospital Ameijeiras sobresale en escala entre los edificios de Centro Habana. Algunas estructuras están mejor pintadas. Sin embargo, otras, muchas más, yacen impregnadas de polvorín, abandono y necesidad de renovación.
Aquí renovación es una palabra clave. Desata interrogantes y esperanzas dentro y fuera de la isla de Cuba. Por estos tiempos, el gobierno de Raúl Castro, presidente desde 2006 tras la salida de su hermano Fidel por razones de salud, ha implementado algunos ajustes al modelo económico socialista de la nación caribeña. Se han permitido, extendido y flexibilizado las inversiones extranjeras, la compra y venta de casas y carros y el desarrollado de cooperativas de negocio. Ahora hay más tiendas, timbiriches, restaurantes, comercios particulares y cuentapropistas de varios tipos alrededor de la isla. Técnicamente, los cubanos con los nuevos ajustes pueden viajar al extranjero sin mayores problemas que los que les pongan las embajadas de los países a visitar.
Sin embargo, todavía falta camino y flujo de dinero en los bolsillos de los cubanos para que, por ejemplo, lo de viajar sea una realidad accesible para el ciudadano promedio. Estudiosos dentro y fuera de la isla, como el profesor de sociología y antropología Jorge Duany, director del Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de Florida, han señalado que la normalización de las relaciones con Estados Unidos, la diáspora y disidencia, la eliminación de la doble moneda, el acceso masivo al Internet y el aumento de los salarios de los trabajadores estatales son algunos de los principales retos que tiene de frente el gobierno revolucionario cubano. En este sentido, el verbo renovar se utiliza para reflexionar sobre la urgencia de transformaciones profundas en la estructura política, económica y social del país para construir una realidad-presente y futura- menos ahogada y más financieramente próspera para Cuba y los cubanos.
Comenzó la lluvia. También se asomó el sol. Parece que será una mañana de lluvia con sol en La Habana. Dice la leyenda popular puertorriqueña que cuando esto pasa se casan las brujas. En esta ciudad cubana hay quien respeta la brujería. Dejaré el balcón un rato. Debe estar listo el desayuno y el café mezclado con chícharo (guisante), el que gusta o no a visitantes y cubanos. Pero es el que toca por la libreta.