No soy experta en casi nada. Y opino de muchas cosas todo el tiempo, por lo que con frecuencia tengo que comenzar invocando el caveat de que no soy experta en el tema y que mis comentarios están basados en lo poco o lo poquísimo que conozco.
No sé si el caveat me da alguna especie de inmunidad, pero en el fondo eso es lo que busca. No todo el mundo al opinar se declara ignorante. Para eso se requiere un gradito mínimo de humildad al que no siempre estamos dispuestos. Por eso tú escuchas a la gente por ahí hablando de cómo resolverían los problemas del mundo, y te pones a pensar y dices: “Caramba, o de verdad la solución es fácil, o de verdad con la boca es un mamey”. Me inclino a lo último.
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Si fuera por la cantidad de opiniones que escuchamos a diario, formal o informalmente, Puerto Rico debería ser Suiza. Todo el mundo tiene la solución a todo: a la criminalidad, al sistema educativo, al problema económico, casi casi también la tienen para la paz mundial. “Lo que hay que hacer es esto o aquello”, escuchamos decir con frecuencia. Y lo decimos desde la comodidad del sofá, desde al aire acondicionado, desde el púlpito, desde el micrófono y con autoridad.
El problema con eso es que se oye bien bonito, pero no resuelve nada. Por eso admiro tanto a la gente que asume liderato, que manda y que va. Porque es gente valiente y atrevida, que no solo tiene que pensar en soluciones, sino también tiene que ejecutarlas y muchas veces cargar con la crítica, el juicio y el golpe del que menos sabe, pero que cree que sabe.
No es que no opine. Es que opine con un poquito de justicia. Nos pasa en la política y nos pasa en los deportes.
De política, siendo nuestro deporte nacional, todo el mundo sabe. Pero a pesar de que todos sabemos, no se encuentran las soluciones para las cosas más fundamentales. Es duro ser funcionario público, me consta. Creo que no hay un área de desempeño donde aplica más y mejor el lema “Palo si boga; palo si no boga”. Súmele a eso que uno puede acostarse jurando que puso la pica en Flandes y mañana te puedes levantar con todo el invento torcido por un contrario. Es imposible quedar bien con todo el mundo en circunstancias normales. Pero es mucho más duro en política.
Y en estos días, para no quedarme atrás, estuve viendo los juegos del Mundial de Baloncesto. Y aquí me voy a tirar el caveat: sé muy poco de deportes. Habiendo dicho eso, creo que la mayoría de la gente no es experta en el área y muchos que saben mucho nunca han jugado siquiera bolita y hoyo. Así que nuestras opiniones se forman de lo que escuchamos, de lo que leemos o de lo que quisiéramos que fuera.
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Para eso Facebook es una chulería. Es el espejo de nuestras opiniones y de nuestros desahogos. Yo soy una que todo lo pongo ahí. Después de todo, cada vez que entro a la página me pregunta: “What’s on your mind?”. Pues ahí te cuento.
Durante el Mundial de Fútbol, por ejemplo, todos éramos expertos críticos de los equipos, a pesar de que aquí en Puerto Rico no hemos podido pasar de las fases experimentales en ese deporte y de que el equipo que teníamos desapareció en parte porque nadie compraba la taquilla. Pero una vez vino el equipo español a una demostración y no cabía un alma, y, claro, brincamos el charco y pagamos cientos en euros para verlos. Eso es arena de otro costal.
Pero ya en el baloncesto, por épocas de antaño, nos hemos creído siempre muy grandes y gloriosos. Y creerse grande es bueno, pero eso no es más importante que el hecho de que hay que ser real. En el primer juego todos hablaban con fe hasta que los gauchos nos aniquilaron. Ya en el segundo todavía teníamos un poco de guille y jurábamos que nos papeábamos a los de Senegal. Bummer! Otra vez la quijada en el piso.
No había terminado el primer parcial contra Grecia y ya Paco Olmos olía a funeraria. Yo no sé nada de baloncesto, pero siempre en la vida necesitamos un culpable. De repente, el individualismo de los jugadores fue secundario y sacrificamos al español, que puede o no ser bueno, aunque a mí me gustaba más Flor, pero esa soy yo que no sé nada. Es más fácil eso que reconocer que no estábamos a la altura del torneo.
Está claro: con la boca es un mamey.
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