“Paz y amor”, diría Walter Mercado, con su majestuosa capa y cabello siempre exacto. Eso es todo lo que sé y todo lo que me viene a la mente cuando se habla del Zodiaco, de los signos y de los ascendentes en no sé qué.
Suelo leer mi horóscopo diariamente, no porque crea en él, sino porque leo todos los periódicos e irremediablemente caigo ahí, además de que siempre me da curiosidad saber cuál se supone que va a ser la novela de mi vida, así que siempre me doy la vueltita por Piscis.
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Y siempre termino riéndome.
Quizás estoy mal, pero tengo la impresión de que antes los horóscopos eran como más serios. Como que te explicaban que podrías tener problemas de tal o cual cosa porque no sé qué planeta estaba cruzado con el otro, por lo que las inversiones financieras o la siembra no estaban bien aspectadas. O te decían que evitaras usar determinado color porque atraería la envidia o la mala suerte, cosas así como que tenían alguito de sentido.
Pero de un tiempo para acá —difícil de precisar con exactitud—, el horóscopo parece cualquier cosa. Ejemplo, mi Piscis de hoy: “Un sentido de satisfacción te arropa”… ¿No me digas? “No te metas en problemas”… ¿En serio? “Evita los tapones”… ¿Qué, quéeeee? Ese sí ya es el colmo. No es posible que me arrope un sentido de satisfacción si me meto en problemas y encima en un tapón. Hello! Mira que vivo en Puerto Rico y, aunque muchas veces me arropa un sentido de satisfacción, ¿cómo se supone que evite los tapones sin meterme en problemas?
Los horóscopos no tienen sentido. Y hay gente que los compra como palabra de Dios. Cuando trabajaba en un periódico de circulación general, había dos circunstancias específicas en las que era altamente recomendable que ignoraras el teléfono: si no salía el listado de la Lotería y sí…, si no salía el horóscopo. Ese día parecía que había conmoción en el archipiélago. El teléfono sonaba como si el pueblo hubiera perdido su norte, su brújula, y se sintieran perdidos porque un astrólogo no le dijo cómo transcurría su día o qué números eran los de la suerte. ¿En serio? ¿Alguna vez usted se ha pegado con los números que le dice Rukmini?
Para mí que los horóscopos los sacan de una bolsita de papel, random, todos los días, y los ubican en el signo que les llene el rompecabeza. Es que no hay manera de entender que hoy me digas que mis raíces se profundizan en esta nueva experiencia profesional y tres días más tarde me digas que se me abren nuevos horizontes en tierras lejanas, lo que, de paso, no debo desaprovechar. ¿En qué quedamos? ¿Me peino o me hago rolos? ¿Me salen raíces aquí o voy comprando el pasaje?
Además, ¿no que supuestamente los piscianos somos gente tranquila y paciente? (¡Yo, sí, bien tranquila y bien paciente!) ¿De dónde rayos se sacan, entonces, que no me meta en problemas y evite el tapón?
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Tengo una amiga que gusta de leer los horóscopos en voz alta y pone la voz de Walter. Y, cuando lo hace, nos dan las paveras más grandes del mundo, no por la voz, sino por el contenido. Un día tuvimos que salirnos de una oficina médica porque, según el Zodiaco, me llegarían malas noticias de salud. Y, cuando lo leyó susurrando, me dijo: “Hermana, arranca de aquí. Espera a mañana que a lo mejor es el día de las buenas noticias de salud”. Yo me quería quedar como una cuestión práctica de no tener que regresar al día siguiente, pero la pavera que nos estalló me lo impidió. Salimos de allí a vivir el día ante la inminencia de una mala noticia. Al mal tiempo, buena risa.
Yo no me sé el signo de nadie, pero de nadie. Si usted me pregunta qué signo es mi esposo, o mi madre, o mi padre, pufff, yo no sé. No lo tengo presente. Nunca me ha interesado, y si he preguntado, ya se me olvidó. Así de importante es para mí. Pero, por favor, no me quite el horóscopo mañanero. No hay mejor manera de empezar el día con una risotada y pidiéndoles a los ángeles que, en una isla donde hay cuatro millones de carros para 3.8 millones de personas, te protejan del tapón.