Hace unos meses viví una de las pruebas más grandes de mi vida que me sumió en una situación de incertidumbre bastante molestosa y perturbadora. Dormía poco, me alteraba con facilidad, se me apretaba el pecho.
No me da vergüenza decirlo. Estaba viviendo un momento de transición profesional, de esos que asustan. Toda la vida he trabajado. Desde los 14 años no he parado de trabajar, jamás, y, aunque mis padres nunca me lo pidieron, pude proveer para mi propia educación universitaria sin pedirles un centavo.
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No le tengo miedo al trabajo. Me da miedo no tenerlo.
Fui criada de una manera muy conservadora, pero con un sentido de independencia bastante importante. Mami siempre me decía que la única herencia que me dejaría serían los estudios y yo me lo tomé más en serio que el cará.
Así que, ¿a qué se debía mi miedo reciente? A lo desconocido. A salir de mi zona de confort.
Mi madre (otra vez ella) hacía alardes de un optimismo con mi situación que no le es natural. Mami es el tipo de persona que ve un día soleado y dice que el sol es porque viene tremendo aguacero detrás. Pero en ese momento que les cuento siempre me dio fortaleza. “Nada te va a faltar. No estoy preocupada”. Esas palabras eran importantes no solo porque venían de mi madre, sino porque no estoy acostumbrada a dudar de mí. Y en ese momento estaba dudando.
Poco a poco comenzaron a surgir oportunidades que nunca imaginé, gente que no me conocía que confiaban, amigos de amigos, la voz regándose.
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Todo eso requirió reinventarme un poco. Ya no estaba en mi zona de confort. Y de haber sido periodista por tantos años y luego ser consultora de prensa de una figura pública, me enfrentaba a un limbo psicológico y personal. Así empecé a consultar eventos sociales, foros cívicos, inclusive a trabajar eventos deportivos. ¡Yo!
Ahí descubrí que las zonas de confort son como enemigos personales. Por años crees que solo eres capaz de algo únicamente, y, cuando te enfrentas a elementos nuevos, ¡boom! ¿Puedo, no puedo?
Hoy en día reinventarse es ley. Para cualquiera. Mi esposo es chef. Reiventado. Trabajando ahora desde su vocación, pero ajustando su pasión a la realidad de la vida, a la realidad de que tenemos un hijo que veía poco, que nos afectaba no ver y que necesitaba una figura paterna. No nos ha faltado nada y cada vez estamos más sueltos. No necesariamente más libres. Eso llegará, pero sí más sueltos y más confiados.
Puerto Rico vive momentos complicados y la alternativa de echar pa’lante no está en nadie más que en nosotros mismos. A veces miro a mi alrededor y me pregunto cómo algunos se entregan en dejadez por su las circunstancias. Yo no me imagino haciéndolo. Cuando la cosa se pone pelúa, ahí es que tenemos que ponernos bravos, no bravucones, bravos en el buen sentido. Valientes, fajones, arriesgados.
Nunca había arriesgado mucho. Hasta hace un tiempo siempre tuve apuestas bastantes seguras con bastante éxito. Ahora emprendí una nueva ruta, con la ayuda de tantos buenos ángeles que han transformado mi vida, que han hecho que me redescubra, y que me han hecho mejor persona.
Mami tenía razón. “No tienes por qué preocuparte”.