Soy una pet lover de reciente cuña. Hasta hace unos años, muy pocos, les tenía miedo a los animales, a todos, incluidos los perros. De pequeña les tenía terror, y, cuando íbamos de visita a una casa, solía preguntar si los dueños tenían perros y, si tenían, les pedía a mis padres que por favor anunciaran mi temor para no tener que hacerlo yo. Y casi siempre terminaba haciendo de todos modos un papelón, escondiéndome detrás de mami o de papi.
Creo, pero necesito confirmar, que una vez tuvimos un gato. Fue tan poco importante para mí que no recuerdo ni su nombre ni su sexo y no tengo, como los nenes de estos tiempos, fotos ni con gatos, ni con perros, ni con caballos, ni con hamsters. ¡Ni una!
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Empecé a querer los animales por accidente, porque ya de grande y profesional me tocaba enfrentarme a escenarios de trabajo y sociales que me impedían ir por la vida haciendo papelones. Imagínense una reportera con miedo a los perros en una isla de perros. ¡Hoy no podría ni cubrir La Fortaleza! ¡Ahora me encanta Reina! Cubriendo Vieques a veces tenía que dormir con ellos, con un ojo abierto y el otro a mitad.
Así que terminé buscándole la vuelta a mi miedo. Y ahora tengo dos chiquitines, Malbec y Merlot (los perros son reflejo de sus padres), que son mi vida. Tan vida que hasta ayudé a mi perrita en su parto como toda una experta, nerviosa, pero casi sintiéndome abuela. Una experiencia inolvidable.
Mi apego a ellos me ha traído un problema que a algunos les da risa. Y para mí es un problema serio. A mí me encanta hacer turismo interno. Me encanta vacacionar cuando tengo libre por la isla. Pero odio dejar a mis perros atrás. Hasta hace unos días, le pagábamos a una amiga para que fuera a darles la vuelta, a asegurarse de que estaban bien, alimentarlos, pasearlos… Pero siempre nos quedamos mal, con cargo de conciencia y disfrutando a medias.
En Puerto Rico, lamentablemente, hay muy pocas hospederías a las que puedes llevar a tus perros y las que hay te cobran un ojo de la cara por permitirlos. Literalmente he llegado a pagar más por lo perros en una estadía que por los tres dos patas que nos registramos. Lo mismo en las líneas aéreas. Se anuncian bien pet friendly, pero tu pasaje cuesta menos, ida y vuelta, que el del perro. Y no debería ser así.
No es muy justo, ni siquiera muy práctico. Mi hijo humano, mi esposo y yo juntos hacemos más regueros y ensuciamos más que esas dos pobres criaturas. Uno que otro ladrido, come on!, mucho más llevadero que alguien en una habitación escuchando reguetón al palo. Y a mis perros les pones un training pad y van directito a hacer sus cosas ahí, contrario a mi esposo y a mi hijo que dependen de dónde apuntan. Y toman siestas tres veces al día. ¡Pan comido!
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Literalmente hemos decidido quedarnos en casa un fin de semana por no dejar a los perros. Y no todo el tiempo, pero muchos domingos hemos querido salir en familia por ahí a comer y nos cuesta trabajo conseguir un restaurante que permita los perros. Pues guess what? Mis perros son familia. ¿Por qué los debo dejar en casa? Quizás gente que es como yo era antes se oponen a esto. Pues dividamos las secciones, como lo hicimos con los fumadores y los no fumadores. Sugiero yo.
Aplaudo a todo establecimiento pet friendly y suelo auspiciar a cada negocio que le veo un envase de agua fuera. La sensación de que le dan la bienvenida a tu familia es tremenda, aunque no anden contigo. Puerto Rico como negocio necesita abrirse más a las necesidades de su gente. Somos gente linda, rica para los animales. Bastaría con atender las necesidades de seguridad y de salud, y los negocios amigables a mascotas tendrían una superacogida.
Confieso desconocer si como establecimiento hay permisos que tener, reglamentos particulares que seguir, seguros especiales, pero, de nuevo, muchos perros son más tranquilos y llevaderos que los humanos.
Mis perros casi siempre andan lamiendo. Muchos humanos viven la vida ladrando.