“Qué Qué”

Bájenle dos al photoshop

Lea la columna de Dennise Pérez.

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La proliferación de teléfonos inteligentes y de aplicaciones móviles sin duda han resuelto la vida de muchas personas con poco tiempo y demasiadas responsabilidades.

Yo con mi teléfono y mis aplicaciones hago maravillas. Dicto comunicados de prensa, los corrijo, cuadro las cuentas del banco (o me descuadro), hago pagos, reservaciones, chequeo el clima, velo costos de pasajes. Todo. Hay pocas cosas que no tienen ya una aplicación. Supongo que el sexo tiene muchas pero esas no las necesito, y, si apareciera una que me permitiera comer con solo dar clic, sería bello.

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Las aplicaciones vinieron para quedarse y para dejarte muchas veces con la boca abierta. Pero óigame. Hablemos un momento del Photoshop. Antes, cuando yo estaba inmersa ahí en el mundo de la prensa escrita, el Photoshop era casi una mala palabra. Significaba literalmente que se estaba arreglando una foto para que mereciera publicación. La norma en hard news era que no se usaba; era como pecado. Quizás era más frecuente en sección de modas, espectáculos, anuncios, la parte quizás más comercial del diario.

Pero esas pequeñas cositas que tú bajas en el teléfono se han convertido en perfectos modos del engaño moderno. A mí me encanta usar mi teléfono para retratar. Es más, creo que soy perturbadora con la sacadera de fotos. Pero foto que usted vea mía, foto que es 100 % yo.

Conozco gente que también toma muchas fotos, pero entre el momento de tomar la foto y postearla tardan una eternidad porque tienen una cantidad de aplicaciones de filtros y de Photoshop que son dignas de expertos de Vogue. Hay gente que no te permite subir sus fotos sin arreglarlas. ¡Virgen Santa!

Yo no sé si es que nací conforme o es que me niego a no parecerme. A ver cómo les explico. Las veces que me he casado el fotógrafo siempre me dice: “Voy a editarlas y te las envío”. Y yo: “No, no. Mándamelas como son”. A ver. Las fotos de boda son para la posteridad. Y a mí me interesa que mi posteridad refleje lo que era en ese momento, no otra persona. Que mis nietos sepan al ver el álbum cómo era su abuela cuando se casó. No que me miren con sorpresa como pensando: “Mujer, ¡cómo te ha matao abuelo!”.

El Photoshop debe tener a los cirujanos plásticos medio en baja. La aplicación sale más barata. Pero también sale más cruel. Yo he visto gente que se me presenta y me dice: “Yo te tengo en Facebook”… Se supone mínimamente que yo sepa quién es. Pero si te has puesto un filtro de esos alza cejas, plancha ceño, mata manchas, mata arrugas, mata pecas y plancha pelos, yo, de verdad, no te reconozco.

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Entonces van a la playa y también sacan la aplicación y hasta se afinan las caderas y se borran la celulitis. No way! (Bueno, a esas les tengo un poco de envidia, porque estas caderas mías no las afina nadie que no meta cuchilla).

Es como muchos políticos. Cuarenta años en la Legislatura y con fotos de campaña que parecen de senior prom. Ahí violando la regla número uno de un político, que es que te conozcan o, más bien, que te reconozcan.

Yo no sé. Yo no me “jallo bella”. Prefiero verme como soy. Bájenle dos.

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