Llegar a los 41, después de haber tenido una buena niñez pintándote las historias de los Reyes Magos, y hallarte en la víspera con dudas sobre ellos no fue fácil.
Mi esposo es una de esas personas que tienen la pasmosa facilidad de dejarte entre tres y dos con las cosas que menos uno piensa. Y el 5 de enero, en plena actividad familiar, le dio con aseverar que eran tres reyes magos, y como comentario, así, puffff, habló cariñosamente del “negro Baltasar”. ¡BOOM!
PUBLICIDAD
No era la primera vez que mi esposo decía eso. Hace un par de años lo dijo en una reunión familiar, pero esta vez en su natal Argentina, y yo halé mi celular y para todos los efectos tenía razón. ¡Google le daba la razón! Hasta una canción tenían con el “negro Baltasar”. Yo me di contra las paredes explicando que era Melchor, que era Melchor, que era Melchor. Pero, pues, se quedó Baltasar. El color qué importa.
Si hubiera profundizado un poco, no habría sido tan difícil descubrir que el rey negro es Baltasar para los españoles y para los argentinos, y que el rey negro es Melchor en Puerto Rico y sabe Dios dónde más. Que yo sepa, no se ha reportado aún ningún negro Gaspar. Si me dicen eso, entonces sí que sí.
Estando en Puerto Rico, cuando surgió el comentario de mi esposo, las caras se cuadraron y yo brinqué: “A ver, a ver. Alguien que me diga quién es el rey negro”. “Baltasar”, dijo mi hermana. Y yo pensando en qué casa se crio ella si a papi, que es negro, yo le decía Melchor. En la mesa todos halaron por el celular y todos se hallaron correctos. Mi esposo se quedó con su Baltasar negro y yo con mi Melchor negro. Punto requeteaclarado. Depende de la tradición.
Entonces, como para no quedarse dado, nos preguntó quién le llevó qué al niño Jesús. Ahí sí que no llegaba yo. Pero al parecer Gaspar había llevado oro; Melchor —mi negro— había llevado incienso, y Baltasar había cargado con la mirra. A mala hora preguntó qué era la mirra. Sufrí un bloqueo mental intenso y el resto de la mesa, que ya iba por el plato principal cuando suspiramos al encontrar que nuestro Melchor era negro, lo mandamos a bañar. Nadie se acordaba que la mirra era el bálsamo, el olor.
Pero, si usted cree que el cuento acaba ahí, se equivoca. Al llegar a la casa y ver la caja de yerbita recogida por mi hijo, mi esposo la puso debajo del árbol de Navidad. Y yo, pensando que se había equivocado, la cogí para subirla y ponerla debajo de la cama, como dicta MIIIIII tradición. ¡Y otra vez Mencha contra el seto! Que no, que era debajo del árbol. Yo no podía creer cómo en tan solo horas este hombre, que nada más que lleva doce fiestas de Reyes conmigo, me tenía al punto de mandar la caja de zapatos por la terraza.
PUBLICIDAD
Le dije, chico, quédate con tu Baltasar negro y pon la caja donde quieras, pero ponla ya que tengo sueñoooooo. Era una lucha ridícula. Por mi vida que yo miraba a los lados a ver si estaba en Te Veo o la cámara oculta de esas que te ponen en las paradas de guagua de Río Piedras. De pronto llegué a pensar que estaba en un episodio de Everybody Loves Raymond.
Todo esto, como les dije, fue en la víspera. Al otro día los regalos estaban debajo del árbol. La terquedad fue ampliamente mostrada. Total que a mi hijo no le importa si los tiene que buscar en la bañera, pero que lleguen. Esa misma noche, en una de esas parrandas espectaculares de Aguada (creo que los cantantes se llaman Los Nietos de Abuela), estaba yo grabando la pompeadera navideña y de repente mi marido me dice: “Los Reyes te están pidiendo un selfie”. Naaaah. El colmo de la bromita.
Pues, cuando miro para atrás, ahí estaban los Reyes listos para el selfie. Y yo nerviosa viré el celular para captar la imagen. Cuando saqué la foto, tuve que hacerlo. Le pregunté quién era Melchor. Y me respondió un trigueñito él. Y ahí empezamos otra vez: “Trigueño no es negro”. En ese momento solo le pedí a Dios que se apiadara de mí.