Nuestro país atraviesa por una crisis mucho más profunda que la económica, fiscal o política. Esta también se fraguó poco a poco a través de los años. También se ignoró. También se negó. Pero ahí está, latente, palpable. Es el elefante blanco en la habitación del cual nadie quiere hablar y esta semana ha roto toda la vajilla, cristalería y los muebles del hogar.
Se trata de la crisis de legitimidad que prevalece desde hace varios años en Puerto Rico. Esta se desarrolla cuando los ciudadanos que componen una sociedad, por diversas razones, pierden la confianza en su Estado. Ni tienen fe en sus instituciones ni las creen capaces de atender sus problemas y lograr una mejor calidad de vida para quienes la integran.
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Esa falta de capacidad del gobierno para unir las voluntades de la sociedad de modo que pueda tomar decisiones y convencer al pueblo de que están siendo tomadas en pos del bienestar común ulterior termina por descomponer las instituciones existentes y da paso, en muchas ocasiones, a un realineamiento político, social y económico que termina con el establecimiento de un nuevo orden.
La legitimidad del gobierno de Ricardo Rosselló ha estado lastimada desde que accedió al poder. Esto porque alcanzó la gobernación con la menor tasa de participación y porcentaje de votos que un mandatario haya obtenido en nuestra historia.
No obstante fue esta semana cuando esa legitimidad estalló en mil pedazos. Porque : ¿Quién puede creerle a un gobernador que juró proteger a las castas más vulnerables de los atropellos de la Junta de Control Fiscal y derogar 90 impuestos cuando horas más tarde entrega un plan en el que vapulea a esa misma gente con más de mil cuatrocientos millones en nuevos impuestos?
¿Quién puede creerle cuando promete aumentar el salario mínimo a todos los trabajadores y 12 horas más tarde asegura que lo que dijo no es una promesa sino una aspiración?
¿Quién puede creerle cuando pretende pagar casi el doble de lo que se le exigió a nuestros acreedores pero en su plan recorta brutalmente la inversión en salud, educación y pensiones?
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¿Quién puede creerle a una Asamblea Legislativa que gana la mayoría parlamentaria con la promesa de traer transparencia y al obtenerla contrata a más de 40 candidatos que el pueblo rechazó en las urnas, convictos y exfuncionarios de dudosa reputación?
¿Quién puede confiar en los alcaldes que transan casos de hostigamiento sexual al son de 300 mil dólares para evitar que los hechos se ventilen públicamente y tenga su día en juicio?
¿Quién mira con esperanza a los partidos que nunca han alcanzado ni un 10% de apoyo colectivo en décadas pero siguen inscribiéndose como si aún fueran una opción para el país?
¿Cómo se puede confiar en Estados Unidos cuando tras 100 años de ciudadanía nos han atado de manos económica y políticamente, nos han sacado cincuenta mil millones anualmente, y cuando pedimos su ayuda nos han impuesto una Junta ligada a los intereses que quieren vernos arrodillados o a quienes causaron esta debacle?
Sin lugar a dudas esta crisis también se siente en las filas del Partido Popular Democrático que en las pasadas elecciones obtuvo su peor resultado en la historia como colectividad al agenciarse solo el 39% de los votos.
Y el país tiene razón en sentirse así. Bajo administraciones populares también se han vivido nuevos impuestos, despidos, menoscabo de convenios colectivos, alzas en los costos de matrícula en la UPR, menoscabo de las pensiones públicas, endeudamiento del país, privatizaciones y corrupción pública.
Para recobrar la legitimidad ante el país será imperativo rectificar ante el pueblo los múltiples errores que se cometieron en el pasado. No se puede pretender continuar saludando a las grandes mayorías con una mano, encañonarlas con la otra y rasgarse las vestiduras porque ya no confían en el PPD como opción de futuro.
Para alcanzar este objetivo, durante este proceso de reorganización, habrá que decidir sobre muchísimos aspectos que van desde la definición de nuestro ideal de estatus hasta una política fiscal, económica y social que se distinga y aleje del neoliberalismo y conservadurismo del Partido Nuevo Progresista.
Esta crisis no puede ya ser ignorada. Porque los pueblos son como los ríos. Si obstruyes su cauce, ellos crearán uno nuevo.