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¿Puerto Rico se está levantando?

El positivismo no puede ser enajenación, y nosotros como país no podemos caer en la mentira de que nos están ayudando a levantarnos. Lee la columna de Jerohim Ortiz Menchaca

Hoy es el día 24 del Puerto Rico post María. Es hora de hablarnos claro: Puerto Rico no se está levantando.

Lejos de recuperar un atisbo de normalidad en nuestras vidas, estas pasadas semanas han estado plagadas de humillaciones, insultos, engaños y profunda incertidumbre.

Las primeras bofetadas vinieron del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien hizo gala de su acostumbrada osadía idiotesca para decir que nosotros queríamos que ellos hicieran todo por nosotros, que por nuestra culpa se echó a perder su presupuesto (una mentira descarada) y coronó su afrenta lanzándonos papel toalla durante su brevísima visita a la Isla. Todo ello constituyó un adelanto de la política pública del gobierno estadounidense hacia el Puerto Rico devastado.

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Como es su costumbre, la mañana del jueves Trump se levantó cargado de su pasmosa sinceridad para desglosar sin vacilar esa agenda en una serie de tuits que, en síntesis, planteaban que la crisis fiscal que enfrenta el gobierno puertorriqueño fue, es y será responsabilidad nuestra; que el sistema eléctrico estaba en mal estado antes de los huracanes que nos azotaron y ellos no van a hacerse cargo de costearlo; que Estados Unidos no puede (quiere) ayudarnos para siempre, y que tanto la milicia, FEMA y los componentes de rescate serán retirados en su momento; y que la cantidad que Estados Unidos invertirá en el proceso de reconstrucción de Puerto Rico dependerá únicamente del Congreso.

Ese mismo día, el presidente de su Cámara de Representantes, Paul Ryan, expresó que ellos “van a ayudar pero nosotros (los puertorriqueños) tenemos que levantarnos con nuestros propios pies”.

La “ayuda” a la que Ryan se refería era a un préstamo de 4.9 mil millones que estará disponible para mantener la liquidez del gobierno de Puerto Rico.  Así es. La respuesta estadounidense a nuestra situación es endeudarnos más. Hundirnos más fiscalmente.

Y aquí es donde uno se pregunta: ¿Qué clase de ayuda es esa? ¿Dónde centella está nuestro gobierno que es incapaz de exigirle al gobierno estadounidense que cumpla con la responsabilidad que contrajo al invadir este país e imponernos su ciudadanía hace más de 100 años?

Si no van a ayudar, ¿por qué no permiten que otros países envíen ayuda libremente?

¿Por qué nadie le explica a Trump que no estamos rogando por ayuda sino exigiendo lo que legal y moralmente nos corresponde?

Nada de lo que hasta ahora ha llegado son dádivas ni obsequios. Los desembolsos de FEMA no son un regalo. Los puertorriqueños hemos solventado esa dependencia federal durante décadas pagando ese seguro cada vez que compramos una propiedad inmueble.

La cantidad irrisoria de soldados y equipo militar que han desplegado aquí no guarda comparación con la cantidad de soldados boricuas que ha activado Estados Unidos en cada rincón del mundo para luchar en guerras que a nosotros en nada nos afectan.

Además, Puerto Rico ha socorrido durante décadas a Estados Unidos  en sus desastres incluyendo Katrina y los atentados del 9/11 solo por utilizar dos ejemplos insignes.

Pido disculpas a los lectores si con este tono disonante he herido sus sensibilidades al no hacerme partícipe de los llamados hermosos a la unidad.

Lo que pasa es que hace casi un mes que María se fue y aquí el 91% del país sigue sin luz. El 44% no tiene agua y donde hay su calidad es de dudosa confiabilidad. Aquí no estan llegando los toldos, se están robando los suministros o no están llegando a las manos que lo necsitan. Están desapareciendo furgones completos de los puertos controlados por el ejército de Estados Unidos. Cada día hay menos comida, más tapones, más inestabilidad y menos certeza de lo que ocurrirá mañana.

Aquí no acaban de llegar los 400 generadores que se solicitaron. Seguimos en la agonía de saber que son posiblemente cientos nuestros muertos sin tener certeza de ello. Aquí sabemos que hay enfermedades graves que comienzan a esparcirse con rapidez aunque quieran negarlo y esconderlo.

Por eso importa poco cuan esgalillaos cantemos los himnos inspiradores que han compuesto. No importa cuantas veces cerremos los ojos y con fe gritemos: “¡Puerto Rico se levanta!”. La verdad aplastante sigue siendo otra.

El positivismo no puede ser enajenación. El buen ánimo no puede llevarnos a escapar de la realidad que nos da en la cara. Tampoco los llamados huecos a la unidad desde la comodidad del Centro de Convenciones o la emisora radial.

Por un lado sufrimos al gobierno estadounidense que ha dejado a su colonia prácticamente abandonada y, por el otro, sufrimos a un gobierno puertorriqueño incompetente y cobarde.

¡Claro que debemos estar unidos! Unidos en la indignación y en la solidaridad porque nuestras vidas importan, al menos para nosotros.

No tengo dudas de que nos vamos a levantar y es importante que continuemos haciendo todo lo que podamos para evitarnos más sufrimientos dentro de nuestras posibilidades.

Este proceso dejará una cicatriz colectiva que dolerá toda la vida. Pero, cuando pasen los años, la miraremos con orgullo porque María nos derribó pero no pudo destruir nuestro espíritu. Seremos más fuertes porque, aunque no volvamos a ser los mismos, lo que logremos lo habremos hecho por nosotros mismos.

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