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Opinión de Eric Perlloni: La prensa, el gobierno y el pueblo: un mismo poder

Esta columna no representa la opinión de Metro Puerto Rico

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Durante los pasados días he tenido la oportunidad de leer opiniones a favor y en contra con relación a los lamentables sucesos ocurridos a comienzos de esta semana tras la publicación de un audio ilegal y adulterado en el que, en un momento de desahogo privado y muy desacertadamente, despotricaba en contra de los miembros de la prensa.

Particularmente pude leer la columna de una veterana periodista que me hubiese encantado responder tan pronto como fue publicada, pero como el medio para el que ella escribe no entiende que los tiempos han cambiado y que eso de pagar por la información ya pasó de moda, pues no lo pude leer de inmediato.

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He quedado perplejo al leer cómo detrás de cada una de sus letras exhibía con envalentonado orgullo su pretensiosa ínfula de superioridad y del gremio al que pertenece. Su prepotencia llegaba al nivel de autodenominarse sagrada. Sí, así como me lee… esta señora fue muy categórica al afirmar que la prensa es sagrada y que incluso no se les puede cuestionar. ¿Quién osaría en cometer semejante sacrilegio? ¿El Santísimo Papa, tal vez? Ese quien elocuentemente enumeró los cuatro pecados del periodismo como la desinformación, la calumnia, la difamación y la coprofilia (amor a la caca).

Prefiero concentrarme en puntos en los que de seguro todos mis colegas de la prensa y yo estaremos de acuerdo. Yo no solo creo en los principios básicos del periodismo, los defiendo, entiendo su vital función en una sociedad democrática y lo esencial que es para lograr su sano funcionamiento y supervivencia. Precisamente por su gran importancia, el ejercicio periodístico debe ser practicado responsablemente; por ejemplo, sin fomentar el juicio público o la fabricación de personalidades basándose en extractos de una conversación que a todas luces fue editada y grabada ilegalmente. Asimismo, soy capaz de entender la relación de poder que existe entre la prensa y las ramas legislativa, ejecutiva y judicial. Una correlación entre cuatro poderes donde no se puede pensar que se estará permanentemente por encima del otro. La relación entre los cuatro debe ser una completamente dinámica y en constante movimiento para lograr el fin común que todos deben perseguir, que es el de servirle a la sociedad. En el momento que no exista ese balance y se gire más hacia un lado por encima del otro, les cegará de poder pretendiendo imponerse ante las otras ramas con cuestionamientos cargados de agresiones, maltratos, desdeñas y exceso de soberbia.

El abuso de ese poder es el que les hace transformar la capacidad constructiva que ostentan, en una de destrucción creando sus propias leyes, casi todas hostiles, y, en el caso de la prensa, faltándole al principal de sus principios, el de la objetividad.

Cuando en mi carta abierta ejemplifiqué relaciones cotidianas, lo que pretendía era demostrar que es natural y aceptable que existan disgustos, improperios y desacuerdos en cualquier relación de dos o más partes. Desde las familiares, hasta las que se da entre periodistas y oficiales de prensa. De hecho, lo que debe ser una necesidad, por más que cause vergüenza tener que explicarlo a estas alturas, es entender la relación de la prensa entre las otras ramas de poder y cómo deben coexistir. Conocer cuál es la realidad y ponerla en su justo contexto debe ser lo adecuado.

El trabajo de los oficiales de prensa en una agencia pública es sumamente sacrificado y de muchísima tensión. En momentos de crisis conllevará largas horas de dedicación y grandes dosis de ansiedad. Pero ciertamente, la función principal deberá ser el servir de facilitador para los periodistas. Pero no se equivoque, esto no significa que la relación entre ambos será una de romance. La fricción siempre existirá y la simbiosis entre ambos será clave para resultados satisfactorios para ambas partes, que, a su vez, incidirá en beneficios para la sociedad a la que le sirven. Por lo tanto, las molestias, discrepancias y disconformidades formarán parte de esa coyuntura. Solo hay que hacer un recuento de algunos de los programas de cobertura política y del quehacer gubernamental cuyos títulos son: “A palo limpio”, “Jugando Pelota Dura” y “El Azote”, por mencionar algunos. No es casualidad que lleven esos nombres.

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Lo que sucede en estos programas al aire podría muy bien ser representativo de las circunstancias bajo las que suceden los hechos en las oficinas de prensa de las agencias públicas. Es parte del juego, es la realidad y es saludable. Hacer una representación ilusoria de una oficina de prensa cual si fuera un call center para periodistas donde la llamada será atendida por el próximo portavoz disponible, no solo es fantasioso, lacrimoso y manipulable, a la larga sería nefasto. Sería privilegiar el contenido mediático por encima del trabajo que le requiere el pueblo a sus instituciones gubernamentales. Sería ceder la agenda del servicio público a las líneas editoriales de los medios de comunicación del país y que las prioridades de las agencias se decidieran en sus mesas de redacción. Tanto el gobierno, a través de todas sus ramas, como la prensa, están para servirle al pueblo. Y el pueblo somos todos, desde el deambulante que anda por las calles en desesperanza, hasta el empresario, los estudiantes, los enfermeros, el abogado, los meseros, los jubilados e incluso, los servidores públicos.

Así que todos estamos en posición de cuestionar a la prensa, más aún cuando a ellos (a diferencia de los funcionarios), no los hemos elegido con el voto ni los podemos sacar cada cuatro años. Además, su servicio tan esencial, es para el beneficio de cada uno de los que forman parte de ese colectivo. En cuanto a sus salarios, pues sepa que también los paga el pueblo, porque sus anunciantes les pagan con el dinero que sale del bolsillo de la gente que consume no solo sus productos, sino que también los materiales editoriales producidos por los medios de comunicación. En fin, que en esta cadena quien verdaderamente ostenta el poder, es el pueblo (que somos todos) y es a ellos a quien verdaderamente nos debemos.

“No estamos en el mismo barco, estamos en el mismo mar. Unos en yate, otros en lancha, otros en salvavidas y otros nadando con todas sus fuerzas”.

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