Nos conocíamos, pero no la había visto hacía mucho tiempo. Esa mañana en la panadería, ella me sugirió que desayunáramos juntas. Le pregunté cómo estaba. Pregunta obligada. Y ahí fue que me lo soltó. Me dijo que tiene metástasis en los huesos y el hígado. Me dijo que hace un año se divorció finalmente luego de cuarenta años de matrimonio con un alcohólico maltratante y que se sentía más liviana y feliz que nunca. Estaba bien entusiasmada con un viaje a Colombia la siguiente semana, durante el cual compartiría con unas amistades allá. Me confesó que se sentía que estaba viviendo uno de sus mejores momentos.
Y escuchándola pensé en las tantas personas que conozco que tienen veinticinco bendiciones al frente y lo único que ven es lo que no tienen, lo que les falta o lo que se ha ido. Sin embargo, esta mujer se convirtió esa mañana en el vivo ejemplo de uno de mis lemas de vida: “Enfócate en lo que tienes, y no en lo que has perdido”. Le pueden quedar meses o años de vida, o de vida productiva, pero aún así nadie le quita lo bailao. Y no me cabe duda de que, aparte de los tratamientos médicos a los que se está sometiendo, una de sus fuentes más grandes de fortaleza es el agradecimiento. Ella vive mentalmente presente y disfrutando lo que la vida le ha dado, en vez de lamentarse por lo que le robó.
Existen muchos estudios acerca de la relación entre la gratitud y la felicidad. Se sabe que las personas que pueden contar sus bendiciones y agradecerlas registran niveles más altos de felicidad y bienestar que aquellas que, por el contrario, viven quejándose con síndrome de víctimas. El agradecimiento es también una señal de madurez emocional. Si esta semana no encuentras qué agradecer, siéntate, reflexiona, y piensa en lo positivo y hasta negativo que te ocurrió en este año. Haz una lista de lo que te gozaste en las buenas y lo que aprendiste en las malas. Haz el ejercicio y escoge ser más feliz.