Fue el día más largo para todos. Antes de María estábamos acostumbrados a temporales de menor intensidad o a la “bendición” de los desvíos de los ciclones poderosos. Este no nos dio tregua. Nos azotó y bien duro.
Acuartelados en una habitación de mi casa, mi familia y yo pasamos esas horas interminables, mientras María nos pasaba por encima. Sentía terror, angustia e impotencia. Todo parecía una pesadilla que se agravó cuando mi pequeña de tres años me dijo, “tengo miedo”. Era temprano en la mañana y solo pasaban por mi mente las advertencias de que el azote se prolongaría hasta entrada la noche.
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Salí a trabajar cuando el huracán empezaba a despedirse de nuestra región. Al ir a la calle era obvia la destrucción. La devastación fue masiva. Mi primera visita fue a la barriada Juana Matos en Cataño y allí el desasosiego imperaba. Luego fui a los sectores más empobrecidos de la capital, entre estos Villa Palmera en Santurce porque me sospechaba lo peor, y así fue.
Al llegar, sus vecinos me brincaron encima. Vieron en mi no solo un reportero, sino la oficialidad, la primera figura que representaba para ellos alguna ayuda. No tenía esa experiencia desde la cobertura que hice en Haití tras el terremoto del 2010. Esos barrios que ya venían de una marginación, quedaron en miseria.
Hay muertos, heridos, personas sin hogar, destrucción general en la infraestructura y daños por doquier. Puerto Rico enfrenta una situación caótica. La emergencia aun continúa y la recuperación tomará meses. Todos tenemos que tener paciencia. Tenemos que darle paso a las brigadas de socorristas para que sigan haciendo su labor sin obstaculizarlos con tapones en las calles. Tenemos que ser prudente en la compra de suministros y ser solidarios. Tenemos que respaldar al Gobierno en su trabajo de dirigir todos estos esfuerzos.
Hablando de solidaridad. En medio de la cobertura de esta emergencia me ha llenado de esperanza y orgullo la reacción de los puertorriqueños. He visto en muchos lugares ciudadanos unidos, con machetes y sierras en mano, cortando árboles, barriendo y despejando las calles, sin esperar -como se supone- la asistencia de terceros.
Los puertorriqueños no han esperado que caiga la última gota de agua de este fenómeno atmosférico para salir a levantar el país. Esta ha sido una buena primera señal de lo que será un largo proceso de recuperación. Los boricuas han demostrado coraje y cría en estas primeras horas después del paso de este mounstruo. Fue un mounstruo y saldremos de esto. Levantaremos el país, con paciencia pero con energía. Así lo estamos viendo y así lo seguiremos haciendo.