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En Kabul, temen más al colapso económico que al Talibán

Desde que los talibanes invadieron Kabul, muchos negocios han visto colapso en sus ventas

Afganos hacen fila para tratar de retirar dinero frente a un banco de Kabul, Afganistán, el lunes 30 de agosto de 2021. AP (Khwaja Tawfiq Sediqi/AP)

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En una pizzería del centro de Kabul, tanto el personal como los clientes están preocupados por los nuevos gobernantes talibanes de Afganistán.

Algunos, sin embargo, dicen estar más preocupados por el colapso económico y por no poder alimentar a sus familias que por tener que dejarse crecer la barba, una práctica de la vez anterior en que los talibanes ostentaban el poder. Otros temen por el futuro de sus hijos, o están asustados por el pánico que se desató cuando decenas de miles de extranjeros y afganos huyeron en un gigantesco puente aéreo en las últimas dos semanas.

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Con el control total de los talibanes, muchos seguían haciendo planes para salir del país.

“Tengo que huir para poder alimentar a mi familia”, dijo Mustafa, un mesero de otro local de comida rápida cercano que había acudido a la pizzería para tomar un té y charlar con amigos del personal.

Mustafa, que como muchos en Afganistán sólo usa un nombre, dijo que tiene una familia de 11 miembros que mantener y que está pensando en buscar trabajo en el vecino Irán.

Dijo que desde que los talibanes invadieron Kabul y el negocio se vino abajo, su salario se ha reducido en un 75%, y ahora es de menos de 50 dólares al mes.

El propietario de la pizzería, Mohammad Yaseen, dijo que las ventas diarias cayeron en picada y que, a este ritmo, no podrá cubrir la renta.

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Yaseen ha estado revisando viejos correos electrónicos, buscando a algún conocido extranjero que pueda ayudarle a colocarse fuera del país. “No es por mí que quiero irme, sino por mis hijos”, dijo.

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Sin embargo, en gran parte de la capital afgana, de más de 5 millones de habitantes, se percibe una sensación de vuelta a la vida cotidiana, que contrasta con las escenas angustiosas que se vivieron en el aeropuerto, donde miles de personas se agolparon en las puertas durante días, esperando una oportunidad para salir.

En gran parte de Kabul, el caótico tráfico habitual ha vuelto y los mercados han abierto.

En las paradas de tránsito y en las rotondas, los mismos policías que sirvieron para el gobierno del presidente Ashraf Ghani, aliado de Washington, siguen agitando las manos en un intento, a menudo inútil, de frenar el caos.

Los combatientes talibanes han tomado posiciones frente a la mayoría de los ministerios del gobierno.

Algunos llevan uniformes de camuflaje, mientras que otros visten el traje tradicional afgano de pantalones anchos y túnica larga.

Los vendedores ambulantes con iniciativa han conseguido obtener beneficios vendiendo la bandera blanca de los talibanes con un verso del Corán.

Shah Mohammad gana hasta 15 dólares al día vendiendo varios tamaños de la bandera, abriéndose paso entre el tráfico y mostrando las banderas pequeñas a los coches que pasan. También tiene en oferta banderas de tamaño estándar.

Antes vendía trapos para limpiar los coches y ganaba unos 4 dólares al día.

En el enorme parque Chaman-e-Hozori, decenas de niños juegan al críquet y al fútbol, un juego que los talibanes desaprobaban cuando gobernaron entre 1996 y 2001.

Los gigantescos murales siguen adornando las enormes paredes de cemento antiexplosiones. Las pinturas incluyen mujeres que sostienen a niños pequeños para promover la atención sanitaria, banderas nacionales afganas e incluso una de un alto dirigente talibán, el mulá Abdul Ghani Baradar, posando con el enviado de paz estadounidense Zalmay Khalilzad.

Pero la desesperación financiera pesa sobre la ciudad.

Los salarios no se han pagado. Los ministerios del gobierno que emplean a cientos de miles de personas apenas funcionan, incluso aunque los talibanes han instado a algunos a volver al trabajo.

En el exterior del Banco Nacional Afgano, miles de personas hacen fila para intentar retirar dinero. Los talibanes han limitado los retiros a 200 dólares semanales.

Noorullah, que tiene una ferretería desde hace 11 años, asevera que no ha tenido ni un solo cliente desde que los talibanes llegaron el 15 de agosto. Afirma que no puede pagar el alquiler de su tienda.

“Los bancos están cerrados. Toda la gente que tiene dinero está huyendo de este país”, dijo. “Nadie trae dinero aquí”.

En su opinión, no tiene ninguna posibilidad de marcharse y no está seguro de hacerlo aunque pudiera. Afirma que si la economía mejorara, se quedaría, incluso con los talibanes en el poder.

“Nací aquí”, dijo. “He vivido aquí toda mi vida. Moriré aquí”.

Reflexionando sobre los 20 años de presencia militar estadounidense, Noorullah manifestó su decepción.

“Estados Unidos no hizo un buen trabajo aquí”, menciona. “Dejaron que la corrupción creciera hasta que no quedó nada”.

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