La periodista española Mado Martínez, quien también es filóloga, antropóloga y guionista, si bien se decantó desde la década pasada por el género fantástico, también ha hecho carrera investigando y escribiendo sobre fenómenos paranormales.
Este es el caso de su libro “La Prueba”, donde recopiló casos por más de 10 años de experiencias cercanas a la muerte (ECM).
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Estos testimonios muestran cómo las personas suelen verse ya muertas y reunidas con sus seres queridos.
También, en otros mundos o su propia versión del “Cielo” y “Paraíso” (entre otras experiencias).
Para investigar los casos, Martínez tomó testimonios de diferentes trasfondos a través de la antropología.
¿Cómo fue el proceso de recopilación de casos y cómo decidiste cuáles incluir para tener ecuanimidad?
– Empecé a leer y documentarme sobre experiencias cercanas a la muerte en mi adolescencia y, a lo largo de los años, pero el proceso de recopilación de casos y testimonios comenzó hace ahora más de diez años.
Durante mucho tiempo me dediqué a divulgar estas historias que a mí me parecían fascinantes en distintos medios de comunicación, pero también a estudiarlas desde el punto de vista antropológico.
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De hecho, mi trabajo de fin de grado en la universidad fue sobre las experiencias cercanas a la muerte desde el punto de vista cultural.
He tratado de ofrecer una selección diversa, de yuxtaponer casos muy conocidos frente a casos anónimos; de poner al neurocirujano junto al agricultor; de comparar la narrativa de una persona occidental actual con la de un maya cho’orti.
También, la de un niño con la de un adulto; las experiencias cercanas a la muerte contemporáneas con las que se tenían en la Antigüedad grecolatina.
A veces he hecho, incluso, de abogado del diablo.
Mi propósito era dar a los lectores una base sólida sobre la que reflexionar sobre qué aspectos de las experiencias cercanas a la muerte podemos describir como universales (globales o generales).
Esto, en contraposición a los aspectos que solo deberíamos analizar desde un punto de vista cultural y con las herramientas de investigación antropológicas en la mano, si no queremos llegar a conclusiones erróneas…
Se me hizo curiosísimo que no existieran tantos casos negativos (de hecho las “visiones del infierno”) son supremamente populares. ¿Cómo elegiste estos casos, basada en qué?
– Sí hay casos negativos. Muchísimos.
De hecho, en mi libro La Prueba menciono que constituyen alrededor del cincuenta por ciento de los casos, según algunas estimaciones.
Lo que ocurre es que las personas que tienen una experiencia cercana a la muerte con una narrativa negativa no suelen contarla, salvo contadas excepciones.
Es más probable que alguien como el neurocirujano Eben Alexander, que tuvo una experiencia cercana a la muerte positiva, escriba un libro diciendo que ha estado en el paraíso y el cielo existe, porque a la gente le gusta creer que existe el más allá y que, además, es un lugar maravilloso.
A las experiencias cercanas a la muerte negativas no se les da tanta publicidad, sus protagonistas son menos proclives a hablar de ellos.
Y, desde luego, poca gente tiene ganas de leer un libro que le diga que el más allá es un lugar horrible donde van a sufrir torturas y atrocidades, o enfrentarse al más absoluto vacío existencial.
En cualquier caso, es importante tener muy clara una cosa: no sabemos por qué unas personas tienen una experiencia positiva y otras negativas.
Esto, de la misma manera que no sabemos por qué una persona, cuando ingiere ayahuasca, yagé o cualquier otro tipo de droga similar, tiene un viaje positivo mientras que otra tiene un viaje negativo.
Es algo imprevisible, pero me animo a pensar que tiene que ver tanto con el contexto cultural y el sistema de creencias en el que ha sido socializado (crea en él o no) como en el estado psicológico en el que se encuentra en el momento de tener la experiencia.
Es algo cultural, pero también es algo íntimo y personal.
Por eso, las narrativas nunca deben servirnos para hacernos una idea de cómo es ese supuesto más allá, porque es el más allá de cada cual.
Alguien vendrá y dirá que es un paraíso católico; otro dirá que es un lugar en el que te enfrentas a un juicio final y los pecadores que no siguen a Jesucristo son severamente castigados.
Otro dirá que es un lugar en el que todo es paz y amor y da igual que en la vida hayas sido el mismísimo Hitler porque allí eres amado.
Y, otro dirá que es una nave alienígena; otro que se trata de un vacío absurdo, sin sentido, depresivo.
¿Cómo hiciste el abordaje para estas experiencias en otras culturas?
– Teniendo en cuenta siempre dos categorías analíticas que a los antropólogos nos vienen muy bien a la hora de estudiar las diferentes culturas y sistemas de creencias en las sociedades del mundo.
La primera sería la categoría EMIC, aquella que el informante te relata. Por ejemplo, te puede decir que en su tribu/pueblo hacen una matanza de cerdos salvajes periódicamente para que el dios X esté contento y no les castigue.
La segunda categoría sería la ETIC, aquella que el antropólogo logra averiguar al estudiar los usos, costumbres y creencias de ese pueblo, por qué hacen lo que hacen, y qué explicación y sentido dan a las cosas.
Por ejemplo, cuando el antropólogo descubre que la matanza de cerdos se produce porque ambos, cerdos y humanos, compiten por los mismos recursos en ese mismo entorno.
Si no controlaran la población porcina periódicamente, la supervivencia del grupo humano estaría en serio peligro e incluso podría verse abocada a la extinción.
Pues bien, con las experiencias cercanas a la muerte sucede un poco lo mismo: todos podemos tener una experiencia cercana a la muerte porque nuestro cerebro de Homo Sapiens está capacitado para tener este tipo de experiencias, pero el modo en el que cada uno las percibimos e interpretamos varía enormemente de una cultura a otra, y de una persona a otra.
Un maya cho’orti las calificaría como «morir tres días», algo que está plenamente institucionalizado en su cultura.
En el momento en que uno de ellos «regresa a la vida», los demás aprovechan para preguntarle cómo es el más allá, que siempre es, de acuerdo con sus relatos, un lugar impregnado de elementos y características propios de su cultura, no exenta de cierto sincretismo cristiano a raíz de la colonización española.
¿Por qué hablar de estas experiencias en niños y con extraterrestres, también?
– Precisamente, para ilustrar la variedad cultural.
Los niños educados en un contexto judeocristiano ven elementos propios de la cultura en la que han sido socializados durante una ECM.
Por ejemplo, Colton Burpo, de cuatro años, hijo de un padre predicador cristiano, tuvo una apendicitis a los cuatro años, a raíz de la cual vivió una experiencia cercana a la muerte en la que vio a Jesucristo y escenas del apocalipsis.
En estas, los hombres luchaban la batalla final mientras las mujeres y los niños miraban.
Es obvio que esa escena, incluida la división de género en el que los hombres tienen un poder activo y protagonista en la historia mientras las mujeres y los niños son elementos meramente pasivos, es cultural.
Por otro lado, Colton dijo que vio cómo los que no seguían a Jesucristo sufrían su castigo. Es decir, estaba reproduciendo un discurso absolutista cristiano.
¿Los musulmanes, los tibetanos, los wicanos, los seguidores de la nueva era, los ateos, van a perecer en las llamas del infierno?
Cuidado con tomar la narrativa de una ECM como una hoja de ruta sobre lo que es o debería ser el más allá, porque eso es proselitismo religioso, que es lo que Colton Burpo y su familia lleva haciendo durante años, en el caso de Colton, si se me permite, con cierto delirio mesiánico.
El caso de las personas que aseguran haber tenido encuentros con extraterrestres en el más allá también es extremedamente interesante desde el punto de vista cultural y nos habla de cómo han evolucionado las creencias: en la Antigüedad grecolatina iban al Hades y tenían encuentro con divinidades del panteón mitológico grecolatino.
Hace unas décadas, en un contexto cristiano, el encuentro más común era con Jesús, la Virgen María, ángeles; y ahora están de moda los alienígenas.
También puedes ser musulmán y tener un encuentro con Jesucristo, o viceversa, y convertirte al Islam a raíz de una ECM.
En cualquier caso, estamos hablando de una experiencia tan bestial que impacta profundamente al individuo.
Tenemos casos similares relacionados con el uso de drogas como el LSD, DMT, etc.
Conclusión: cómo percibiremos y viviremos la experiencia mística o estado de conciencia alterado dependerá del contexto cultural y las experiencias personales de cada persona.
En este sentido, esta afirmación guarda gran relación con lo que conocemos como efecto placebo y nocebo: «La manera en que nos sentimos depende en gran medida de cómo anticipamos que nos sentiremos», tal y como me lo definió el propio Irving Kirsch, director del programa de estudios placebo de la Universidad de Harvard, con quien me entrevisté hace años.
Si bien hay científicos que vivieron ECMS, las estudian, ¿por qué estas experiencias se siguen menospreciando en la comunidad científica?
– El problema que yo denuncio en La Prueba, aunque sea tímidamente, es que hasta ahora, las experiencias cercanas a la muerte se han investigado desde campos de conocimiento muy aislados o sesgados.
Quiero decir que el neurocirujano puede estudiarlo desde un punto de vista, el cardiólogo de otro, el psicólogo de otro, el psiquiatra de otro, el físico cuántico de otro, el biólogo de otro, el antropólogo de otro…
Todos saben mucho de su ámbito de conocimiento, pero son terriblemente ignorantes en otros ámbitos.
La revolución científica dio comienzo cuando la ciencia admitió que no lo sabía todo.
Antes de eso, la ciencia estaba unida a la religión, y era dogmática.
Una vez que se escindió y empezó a caminar por sí solo es cuando empezó a afirmar, sin pudor, que hay cosas que, sencillamente no sabía; que había cosas que, aunque en apariencia y empíricamente pudieran explicarse por uno y otro motivo, a veces no siempre teníamos las herramientas necesarias para comprobar nuestras teorías, y las explicaciones, por tanto, podían ser otras muy diferentes a las que nosotros teníamos.
La ciencia tampoco se expresa con un discurso jurídico, que una vez que dicta sentencia da por acabada la discusión.
Al contrario, el discurso científico se basa en la discusión, la revisión constante, aportar cada vez más y más datos que nos ayuden a describir mejor un determinado fenómeno o proceso.
Con las experiencias cercanas a la muerte pasa igual: hay discusión y, también, mucha confusión.
Si las estudiáramos desde equipos multidisciplinares, intercambiando las herramientas analíticas que cada uno tenemos, podríamos llegar mucho más lejos.
Bajo mi punto de vista, las ECM son valiosísimas para la ciencia antropológica porque nos aportan mucha información sobre cómo somos los seres humanos a nivel cultural, pero también, a nivel psicológico.
Yo siento que el libro da un abordaje distinto a la hora de la muerte, pero va más allá de los términos protocolarios. ¿Cómo cree que puede ayudar este libro a abordar un duelo?
– El duelo por la pérdida de un ser querido es uno de los sentimientos más dolorosos que experimentamos en la vida y pocas cosas nos producen tanto desasosiego, especialmente en la era contemporánea, en la que la muerte ha dejado de ser algo cotidiano y las tasas de mortalidad por guerras, infecciones, etc., se han recudido drásticamente, especialmente en lo que a mortalidad infantil se refiere.
El deseo de volver a ver a ese ser querido es tan fuerte que en ocasiones podemos llegar a sentirlo, a verlo…
Un neurólogo dirá que es una alucinación; un creyente en fantasmas dirá que es un fantasma; los psicólogos dirán que es algo que proyectamos porque lo necesitamos.
Un antropólogo aprovechará para hacer una investigación sobre los fantasmas de los desaparecidos en lugares donde ha habido represión política. En cualquier caso, estamos hablando de formas de lidiar con el duelo.
Hoy en día la muerte es tabú, algo que se tapa, se esconde, se evita, de lo que huimos porque no estamos preparados para lidiar con ella.
Si hay algo que yo he aprendido a lo largo de estos años investigando las experiencias cercanas a la muerte, en busca de respuestas a la gran pregunta de si hay vida después de la muerte, es que hay vida antes de la muerte, y merece la pena vivirla.
Incluso en el supuesto de que creyeras en la reencarnación, el más allá sería aquí, y ahora.
Y me da la impresión, en base a todos los testimonios y casos que he recogido a lo largo de mi vida, escuchando a las personas que me han hecho el enorme regalo de contarme su historia, de que cada uno vive la muerte del mismo modo que vive la vida…
¿Cuál fue el caso más difícil de investigar y cómo fue ese proceso de investigación?
– Me ha resultado difícil investigar el caso de Anita Moorjani, la mujer que dijo haberse recuperado de un cáncer terminal a raíz de una ECM y que se ayudó de un tal Doctor Koo para confirmar «el milagro» de su recuperación (en medicina no existen milagros, existen lo que llamamos remisiones espontáneas, muy documentadas en la literatura médica).
Me fue imposible contactar con el doctor Koo.
Acudí a Anita Moorjani, pero su asistente la disculpó aduciendo sobrecarga de trabajo.
Contacté con otros colegas, grandes investigadores en el terreno de las ECM como el doctor Jeffrey Long, que habían seguido el caso y que me confesaron no tener ni rastro del contacto y la identidad de este hombre.
Yo, hasta la fecha, no he conseguido hablar con él.
Sin duda, es el caso con el que más obstáculos me he encontrado a la hora de recopilar información.
¿Por qué tantos casos han sido tomados como propaganda religiosa y adoctrinadora?
– Porque la gente tiene la creencia, errónea, de que las religiones, y nuestras creencias sobre el más allá, están basadas en este tipo de experiencias místicas, y es más bien al contrario.
Son nuestras creencias culturales las que dan forma a esas experiencias.
Vuelvo a recordarlo: la forma en la que vamos a vivir e interpretar la experiencia depende del contexto cultural y las experiencias personales propia de cada persona.
Hay gente con creencias muy arraigadas, que están convencidas de que existe el cielo, o el más allá, porque han tenido una experiencia cercana a la muerte y se han sentido en un lugar así.
Hay gente que, a pesar de ser atea, al tener una de estas experiencias, la ha interpretado como la prueba definitiva que demuestra la existencia del más allá, del mismo modo que tras ingerir una droga que produce similares efectos, algunos aseguran tener una experiencia mística que les cambia como personas.
Les proporciona un sentido, algo que a ellos les permite lidiar con ciertas cosas, y el ser humano es un Homo Sapiens con una obsesiva búsqueda del sentido de las cosas, necesitamos hallar patrones y explicaciones para todo.
Esa es la función del mito: servir para explicar aquello que está fuera del alcance de mi entendimiento.
Si el Génesis me decía cómo se creó el mundo, a lo mejor podía entender algo que, de otro modo, no habría podido entender.
Yo, con esa información, podía darle un sentido a las cosas, incluso un propósito, y en sociedades más complejas y pobladas, incluso una razón para colaborar con otros Homo Sapiens a los que no conozco de nada, unidos por una creencia común.
También me causa curiosidad de que a pesar de que uno sabe lo que vivió o vio se busque irrefrenablemente dentro de la ciencia categorizar esto como algo neurológico. Minimizarlo. Pero uno sabe lo que vivió.
– Faltan protocolos de atención psicóloga en los hospitales para lidiar con personas que han tenido una experiencia cercana a la muerte, y muchos de ellos la requieren.
De hecho, hay personas que se han pasado muchos años con gran malestar al no poder dar una explicación al fenómeno que han vivido, ni poder hablarlo con nadie, por miedo a las burlas y el menosprecio.
Creo que, independientemente del debate y la polémica sobre si las experiencias cercanas a la muerte y las visiones en el lecho de muerte constituyen una prueba de que hay consciencia y vida más allá de la muerte, frente al argumento de que se trata de una experiencia cerebral, estamos ante unos fenómenos desafiantes, de los que podemos aprender mucho, tanto en el ámbito neurológico, clínico, psicológico y antropológico.
No solamente nos aporta información valiosa, sino que puede servirnos para elaborar protocolos de atención y seguimiento con personas que padecen enfermedades terminales, o que han estado a punto de morir.
Es muy posible que no haya vida después de la muerte. ¿Y qué?
Lo valioso es que estas experiencias son sumamente importantes, porque dan esperanza y sentido de propósito a mucha gente.
Nos dan una información de valor incalculable a la hora de entendernos a nosotros mismos, de lo que es la resiliencia, de nuestros mecanismos de supervivencia.
No olvidemos que el cerebro del Homo Sapiens está capacitado para tener experiencias místicas… por algo será…