Cuando Joe Biden preste juramento en las afueras del Capitolio el próximo miércoles, comenzará a remodelar la propia presidencia de Estados Unidos. Tendrá la mira en liderar una nación dividida que lidia con una pandemia devastadora luego de una revuelta que buscó frenar su ascenso al poder.
Biden hizo campaña centrado en el rechazo al presidente Donald Trump, una figura singular cuyo poder político fue alimentado por la discordia y el agravio. El demócrata enmarcó su elección como algo para “sanar el alma” del país y reparar la presidencia, restaurando la imagen de la Casa Blanca como símbolo de estabilidad y credibilidad.
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En formas pequeñas y grandes, Biden buscará cambiar la oficina que pronto ocupará. No más tuits provocadores. Biden, tan institucionalista como Trump un alborotador, tratará de cambiar el tono y las prioridades del cargo.
“Realmente se trata de restaurar dignidad a la oficina, de optar por la verdad en lugar de las mentiras, la unión sobre la división”, dijo Biden tras lanzar su campaña. “Se trata de lo que somos”.
Por la avenida Pennsylvania, la Casa Blanca está a unas dos millas del Capitolio, donde ventanas rotas, intensas fortificaciones y centenares de miembros de la Guardia Nacional proveen un recordatorio visible del poder de las palabras del presidente. El 6 de enero, cientos de partidarios de Trump salieron de un mitin cerca de la Casa Blanca encabezado por el mandatario saliente para cometer violencia en su nombre en el Capitolio, sitiando el edificio en un asalto que resalta la tarea hercúlea que enfrenta Biden para tratar de sanar las divisiones intensas de la nación.
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Pocos presidentes han llegado al cargo habiendo pensado más sobre la marca que quieren dejar que Biden. El veterano político ha pasado más de 40 años en Washington y llega a la Casa Blanca luego de dos intentos fallidos previos. Frecuentemente elogia al presidente Barack Obama, su exjefe, como un ejemplo de cómo liderar durante una crisis.
“La principal tarea de Biden tendrá que ser el restablecer el símbolo de la Casa Blanca para el mundo como un lugar de integridad y buena gobernanza, porque en estos momentos todo está en caos”, comentó Douglas Brinkley, historiador presidencial y profesor de la Universidad Rice. “Pero Biden tiene una posición única para hacerlo. Ha pasado su vida en Washington y se pasó ocho años observando el trabajo de cerca”.
Los cambios serán radicales, comenzando con el enfoque del presidente entrante hacia la pandemia de coronavirus, que ha causado casi 400.000 muertos en Estadios Unidos. La drástica diferencia respecto a Trump no será solamente en la política federal, sino también en la conducta personal.
Trump desdeñó el virus, con sus colaboradores mayormente ignorando el uso de mascarillas en las oficinas del ala occidental de la Casa Blanca, mientras el presidente realizaba eventos masivos en los jardines y en actos de campaña. El equipo de Biden pondera que muchos empleados trabajen desde casa. Los que entren al edificio tendrán que lucir mascarillas. Biden ya se vacunó, algo que Trump, que contrajo el virus el otoño pasado, decidió no hacer, pese a indicios de que eso sentaría un ejemplo para la nación.
El enfoque de Biden en sus responsabilidades diarias será también una muestra de alejamiento de su predecesor. Para empezar, Twitter no va a ser una fuente principal de noticias.
Los tuits incesantes de Trump enturbiaron la capital durante cuatro años. En Washington, los teléfonos sonaban cada vez que el presidente usaba su arma política más poderosa para atacar a los demócratas y mantener a los republicanos bajo control.
Los tuits de Biden tienden a ser más bien notas de prensa insípidas y detalles de políticas con fraseología popular. Es improbable ahora que sus aliados en el Congreso tengan, como antes, pretender no haber visto el último mensaje del presidente para evitar comentar sobre él.
Biden ha dicho que quiere que los estadounidenses vean de nuevo al presidente como un modelo. Ya no más el lenguaje crudo y degradante ni retórica racista o divisoria. Su equipo ha prometido restaurar los encuentros diarios con la prensa. El presidente electo no se ha referido a los medios de comunicación como “el enemigo del pueblo”, pero queda por ver si él será tan accesible como lo fue Trump, quien hasta su reciente hibernación postelectoral, recibió más preguntas de los reporteros que ninguno de sus predecesores recientes.
Mientras que Trump llenó su gabinete y el personal de la Casa Blanca con familiares y novicios políticos, Biden ha elegido gente con experiencia. En su gobierno habrá veteranos de la era de Obama y funcionarios de carrera. También regresarán los documentos que detallan las políticas.
Trump se mostró mayormente indiferente a los trabajos del Congreso. En cambio, Biden —un veterano legislador que ahora tendrá control demócrata en ambas cámaras— estará en posición de usar su cargo para avanzar una agenda política ambiciosa.
Su equipo, no obstante, será puesto a prueba por el torbellino en el país: un virus que está matando a más de 4.000 personas por día, un programa lento de vacunaciones, una economía que empeora y un segundo juicio político a Trump.
Biden tiene además mucho trabajo por hacer para reparar la imagen de la presidencia, tanto en el exterior como en el país.
Trump puso a Estados Unidos en otro lugar en el mundo, sacando al país de numerosos tratados comerciales multilaterales y acuerdos climáticos en favor de una política exterior más insular. Sus creencias y ánimos cambiantes dañaron las relaciones con algunos de los aliados más viejos de la nación, incluso la mayoría de Europa Occidental.
Mientras la pandemia de coronavirus azotaba el mundo, Trump alentó la competencia, no la cooperación, en el estudio y creación de una vacuna. Trump además abandonó el papel tradicional del presidente en llamar la atención a las violaciones de derechos humanos en todo el mundo.
Biden, que se pasó años en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y tuvo una extensa carpeta de política exterior como vicepresidente, ha prometido un cambio de curso. Prometió reparar alianzas, reintegrar el país al acuerdo climático de París y a la Organización Mundial de Salud y dijo que fortalecerá la seguridad nacional de Estados Unidos, lidiando primero con las crisis de salud pública, económica y política en el país.
Ofrecer la Casa Blanca como símbolo de estabilidad a otras capitales globales no va a ser fácil para Biden tras la presidencia de Trump.
“Él tiene un problema estructural y necesita hacer a Estados Unidos más confiable. Estamos disminuidos en estatura y somos menos predecibles”, dijo Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations (Concejo en Relaciones Exteriores). Apuntó que tras la victoria de Biden, la Unión Europea fortaleció sus lazos con China con un nuevo tratado de inversiones.
“Todo el mundo está asegurando posiciones. No tiene la menor idea de si Biden va a ser un presidente de un mandato ni qué vendrá tras él”, dijo Haas. “Existe el temor en el mundo de que Trump o el trumpismo regresen en cuatro años”.