La llegada del autobús escolar a la casa de Cyliss Castillo en un rincón remoto de una meseta rompe por un momento el aburrimiento del muchacho, que cursa el último año de la secundaria.
El conductor le entrega comida en bolsitas de plástico blancas, recoge sus tareas y charla un poco con él antes de seguir su camino.
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El cierre de las escuelas y la enseñanza con clases virtuales debido a la pandemia del coronavirus hace que estudiantes como Castillo, de zonas aisladas y escasamente pobladas, no tengan contacto con otras personas y se desconecten del mundo prácticamente.
Igual que muchos de sus vecinos, la familia de Castillo no tiene electricidad y menos internet.
Es otra forma en que la pandemia saca a relucir la brecha entre ricos y pobres.
“No hay mucho que hacer aquí. Limpias, recoges la basura, tratas de usar tu tiempo. Construí un pequeño galpón”, dijo Castillo, quien tiene 18 años, señalando hacia un galponcito de madera terciada.
“Ojalá el próximo semestre podamos volver a la escuela”, agregó. “No me gusta la enseñanza online. Eso no es para mí. Me gusta ir a la escuela en persona. Lo prefiero a estar aquí, sin hacer nada”.
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El distrito escolar independiente de Cuba, centrado en una localidad de 800 personas, mantiene sus autobuses funcionando para seguir en contacto con estudiantes que viven en casas rodantes, campamentos y otras estructuras.
En sus recorridos los buses llevan tareas, artículos para clases de arte, comida y consejeros que hablan con los estudiantes y observan cómo sobrellevan la pandemia, si son blanco de hostigamiento cibernético o de abusos, o si tienen otros problemas, incluidas tendencias suicidas.
Los buses son una gran ayuda para las familias del distrito escolar de Cuba, casi la mitad de las cuales son hispanas y la otra mitad de origen indígena, incluidos chicos navajos que están aprendiendo inglés.
Muchos no tienen agua corriente. Castillo y otros no tienen electricidad para cargar las laptops que les suministran las escuelas y las cargan usando las baterías de los autos o van a las casas de familiares. Una estudiante le pidió a un chofer que llevase la computadora a la escuela para cargarla. Por estas regiones tan aisladas a menudo no hay servicio de internet o es muy caro.
Para los estudiantes sin internet, los buses llevan drives USB llenos de tareas y de lecciones por video. Algunos estudiantes, incluido Castillo, pidieron que les manden las tareas impresas por las dificultades que tienen para cargar sus computadoras.
Este distrito escolar sabe adaptarse a las adversidades y el 83% de sus estudiantes se gradúan, un promedio muy por encima del estatal. Emplea un enfoque comunitario, en el que trabajadores sociales, enfermeras y maestros ayudan a los estudiantes no solo cuando van a la escuela, sino que están también disponibles a toda hora. La idea es que les irá mejor académicamente si su vida casera es llevadera.
A todos los estudiantes se les suministraron Chromebooks en el 2019, antes del estallido del brote de coronavirus.
Otros distritos escolares de Estados Unidos han estado buscando formas de mantener a sus estudiantes activos en medio de la pandemia.
En San Joaquín, California, el Golden Plains Unified School District se dio cuenta tempranamente durante la pandemia de que los jóvenes estaban trabajando y no hacían sus tareas.
“Los chicos estaban en el campo, recogiendo duraznos”, dijo el subdirector Andre Pecina, “Cuando llegó el COVID, los padres dijeron, ‘hay que ir a trabajar’”.
En un esfuerzo por atraer a los estudiantes, el distrito organizó conferencias telefónicas entre padres y profesores e invirtió dinero para mejorar el acceso a la internet en la zona. También está enviando material y aparatos electrónicos a los jóvenes.
En Nuevo México, antes de que los autobuses inicien sus recorridos desde la escuela de Cuba, unos 25 empleados de la cafetería, conductores y demás personal cargan leche, verduras, comidas listas, papel higiénico y otros artículos a ser repartidos entre las familias más necesitadas.
Recientemente la consejera Victoria Domínguez visitó a dos estudiantes que tenían pensamientos suicidas. Llevaba consigo un par de botas para patinetas. Durante la primavera (segundo trimestre) el sistema que recibe mensajes de chicos con problemas se activaba una o dos veces por semana, revelando posibles trastornos emocionales. Ahora se activa decenas de veces todas las semanas.
“Me preocupa lo que puede pasar con la llegada del invierno (a fin de año). Va a estar más oscuro, más frío, y no puedes salir de tu casa”, dijo Domínguez.
Una de las estudiantes con las que habló Domínguez hace poco fue Autumn Wilson, una niña de 15 años cuyo padre falleció el año pasado. Poco después cerró la escuela. Ella no puede jugar con el equipo de vóleibol. Domínguez la había puesto en contacto con un terapista en una visita previa.
Autumn dijo que la tristeza que siente por el fallecimiento de su padre hace que le resulte difícil completar sus tareas escolares. Pero cuenta que disfruta mucho cuando su abuelo la lleva a su hacienda y ella puede montar uno de sus caballos. Le dijo también que le encanta hablar con el chofer del autobús, Kelly Maestas, quien le llevó unos dulces para su cumpleaños.
“Kelly es muy divertido. Si no estás bien, puedes hablar con él”, dijo la joven. “Puedes confiar en él”.