La escena se repite en todos los espacios donde se congregan personas.
Empleados se afanan en limpiar profundamente oficinas, supermercados, bancos e infinidad de negocios y centros de trabajo.
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Empresas gastan miles de dólares en desinfectar sus instalaciones. Solo para tener que repetir el proceso al producirse un caso positivo entre su personal.
Pero la efectividad de estos procedimientos está en entredicho. Es poco lo que la limpieza profunda logra para reducir la amenaza del coronavirus en interiores, dicen expertos, mientras se pide a funcionarios de salud a enfocarse en mejorar los sistemas de ventilación y filtración.
“En mi opinión, se está desperdiciando mucho tiempo, energía y dinero en la desinfección de superficies y, lo que es más importante, en desviar la atención y los recursos para evitar la transmisión aérea”, dijo a el New York Times el Dr. Kevin P. Fennelly, especialista en infecciones respiratorias de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.
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A pesar de que estudios iniciales determinaron que el COVID-19 puede sobrevivir en algunas superficies como plástico y metal hasta por tres días, más evidencia científica apunta a que el virus puede permanecer durante horas en gotitas minúsculas en el aire, que infectarán a quienes las inhalen, particularmente en lugares con muchas personas y poca ventilación.
Más de 200 científicos emplazaron a la Organización Mundial de la Salud a reconocer que el coronavirus podría propagarse por aire en cualquier ambiente interior. Cediendo a la enorme presión pública sobre el tema, la agencia reconoció que la transmisión de aerosoles en interiores podría provocar brotes en lugares interiores mal ventilados como restaurantes, clubes nocturnos, oficinas y lugares de culto.
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El Times destacó que para octubre, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) expresaron que los aerosoles o gotas diminutas son la principal vía de infección del virus.
Pero para entonces, la paranoia de tocar cualquier cosa, desde pasamanos hasta bolsas de la compra, se había disparado. Y el instinto de limpiar profundamente las superficies como precaución contra el COVID-19 – “teatro de la higiene”, como lo llamó la revista The Atlantic – ya estaba profundamente arraigado.