Desesperado por resolver el drama del COVID-19, el mundo le pide soluciones rápidas a una comunidad científica que no está preparada para ofrecerlas.
El resultado es irónico, y tal vez trágico a la vez: Se toman atajos que demoran la comprensión del virus y de si una droga sirve o no.
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Mientras siguen aumentando las muertes por el coronavirus, decenas de miles de médicos y de pacientes empezaron a usar medicinas antes de que se pudiese comprobar si eran efectivas o no. Una serie de estudios poco confiables complicaron más las cosas.
“La gente se topó con una epidemia y no estaba preparada para esperar”, dijo el doctor Dereck Angus, director de la unidad de cuidados críticos del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh. “Se generó la impresión de que la investigación clínica tradicional es lenta y engorrosa”.
Recién a mediados de junio –casi seis meses después de que empezase el brote– surgieron los primeros indicios de que una droga podía servir. Científicos del Reino Unido lograron convencer a uno de cada seis pacientes hospitalizados por el COVID-19 de que participasen en un amplio estudio que descubrió que un esteroide barato llamado dexamethasona ayudaba y que una droga usada para combatir la malaria no. El estudio hizo que se cambiasen los protocolos de la noche a la mañana, por más de que no había sido publicado ni examinado por otros científicos.
En Estados Unidos hubo otro estudio más reducido pero muy riguroso según el cual otra droga podía acortar el período de recuperación en los casos graves, aunque persisten las dudas en torno a cómo usarla.
Los médicos siguen tratando de encontrar algo que permita combatir las muchas formas en que el virus puede causar daño, experimentando con medicinas para los derrames cerebrales, la acidez, los coágulos sanguíneos, la gota, la depresión, inflamaciones, el sida, hepatitis, cáncer, artritis e incluso células madre y radiación.
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“Todo el mundo se desvive por encontrar algo que funcione. Y esa no es la forma de dar con soluciones médicas sólidas”, dijo el doctor Steven Nissen, investigador de la Clínica de Cleveland que asesora con frecuencia a la Administración de Alimentos y Medicinas de Estados Unidos. “La desesperación no es una estrategia”.
La política magnifica el problema. Decenas de miles de personas ensayaron una medicina contra la malaria después de que Donald Trump la promocionase intensamente, diciendo “¿qué puedes perder?”. Mientras tanto, el principal experto del país en enfermedades infecciosas, Anthony Fauci, decía: “Me gusta probar las cosas primero”. Durante tres meses estudios poco confiables generaron divisiones en torno a la hydroxycloroquina, hasta que varios estudios mucho más confiables comprobaron que no servía.
“El problema con la medicina a base de pálpitos es que demora el aprendizaje”, sostuvo el médico de la Universidad Johns Hopkins Otis Brawley. “No tenemos evidencia confiable porque no respetamos la ciencia”.
Incluso científicos que valoran la solidez de las investigaciones están tomando atajos. Angus dirige un innovador estudio que usa inteligencia artificial para seleccionar tratamientos. “Lo hacemos con el reloj del COVID”, expresó. “Es un reloj nuevo y estrafalario”.
Algunos ejemplos de las investigaciones apresuradas:
Droga contra la malaria
Los científicos sospechaban que no iba a funcionar: En una crisis médica para la que no hay tratamiento y en la que cunde el pánico, una figura pública influyente promueve una droga con reacciones potencialmente graves, en base a algunos testimonios y a un estudio prontamente refutado en el que se analizaron solo 20 pacientes.
Trump habló bellezas de la hydroxychloriquina en decenas de presentaciones e incluso dijo en mayo que la estaba tomando él mismo para prevenir el contagio luego de que un colaborador diese positivo.
Algunos estudios indicaban que la droga no ayudaba, pero eran débiles. Y el más influyente, publicado por la revista Lancet, fue desestimado luego de que surgiesen interrogantes acerca de la información recabada.
Un médico de la Universidad de Minnesota al que le negaron fondos federales para un estudio gastó 5.000 dólares de su bolsillo para comprar hydroxychloriquina y usarla en una investigación más rigurosa en la que empleó pastillas de placebos a título de comparación. A principios de junio, el doctor David Boulware dijo que la hydroxychloriquina no previno el COVID-19 en personas que estuvieron en contacto con otras contagiadas. Varios estudios rigurosos señalaron igualmente que los pacientes tratados con esa medicina no se beneficiaron y el entusiasmo se desvaneció.
Se aprende sobre la marcha
En Pittsburgh, Angus dice que urgen soluciones y ensaya algo que está entre el “probemos” de Trump y el “hagamos estudios serios” de Fauci.
Los 40 hospitales del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh en Pensilvania, Nueva York, Maryland y Ohio se sumaron a un estudio en marcha en el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda que asigna decenas de tratamientos al azar y usa la inteligencia artificial para adaptarlos, según los resultados. Si una droga parece funcionar, la computadora la asigna a más pacientes. Las que no funcionan son descartadas.
“Aprendemos sobre la marcha. Nuestros médicos apuestan a los caballos ganadores”, dijo Angus.
Las idas y venidas para remdesivir
Apenas se identificó el nuevo coronavirus, la atención se enfocó en remdesivir, una medicina experimental que resultó prometedora con otros coronavirus en el pasado.
Médicos chinos lanzaron dos estudios pero no pudieron completarlos. El fabricante de la droga, Gilead Sciences, hizo sus propios estudios, que no fueron considerados confiables.
A fines de abril, un estudio de los Institutos Nacionales de Salud reveló que el remdesivir acorta el tiempo de recuperación un 31%, de 15 a 11 días, en los casos sin complicaciones. Pero persisten muchas dudas acerca de cómo y cuándo usar la droga.
La importancia de la ciencia
Se ha comprobado “una y otra vez” que al no hacerse estudios adecuados antes de permitir el uso de una droga, “hay más perjuicios que beneficios”, afirmó Brawley.
Los doctores Benjamin Rome y Jerry Avorn, del Hospital de Mujeres Brigham de Boston, destacan algunos ejemplos en un ensayo en el New England Journal of Medicine. Señalan que la pandemia ya de por sí causará grandes daños y que el sistema de ensayos y aprobación de drogas “no debería ser parte de ese legado”.
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