La Habana – A esta altura del año en los países del Caribe ya se habían podado los árboles, desagotado las alcantarillas, realizado ejercicios de evacuación en poblados costeros y almacenado agua y medicinas. Pero poco de esto ha sucedido en 2020.
Agobiadas por el combate al nuevo coronavirus, con sus fronteras cerradas al turismo -su principal ingreso-, con muchos de sus recursos materiales y humanos agotados, las naciones de la cuenca donde se registran temibles huracanes recibirán, además, lo que los expertos pronostican será una dura temporada ciclónica.
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Se estima que entre junio y el 30 de noviembre se formarán entre 13 y 19 tormentas tropicales con nombre. De ellas, entre seis y 10 adquirirían fuerza de huracán con vientos por encima de los 120 kilómetros por hora y de tres a seis podrían tener un poder devastador, indicó un reporte del Centro Nacional de Huracanes de Florida.
“Esta temporada se espera activa”, explicó a The Associated Press la meteoróloga mexicana residente en Estados Unidos, Úrsula Pamela García, para quien aunque el número de ciclones se mantenga sobre el promedio, éstos han sido cada año más intensos, con vientos destructivos y lluvias torrenciales. “Eso es lo que nos está haciendo más vulnerables”.
García explicó que el calentamiento del Atlántico y otros fenómenos climáticos favorecerán la ocurrencia de los meteoros, pero es imposible saber cuántos tocarán tierra dejando a su paso casas sin techo, plantaciones arruinadas y un costo en vidas humanas.
Normalmente cabría esperar unas 12 tormentas -benéficas para el Caribe que está sufriendo una sequía si no fuera por los vientos e inundaciones-, aunque en 2019 se presentaron 18 entre las que tres se convirtieron ciclones: Dorian, Humberto y Lorenzo.
Este año la actividad comenzó temprano con la aparición la tormenta Arthur a mediados de mayo frente a las costas de Estados Unidos.
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Pero lo que sería una temporada ciclónica con sus retos habituales podría convertirse en una doble pesadilla para las pequeñas islas del Caribe o los poblados costeros pobres de la región.
“Las comunidades… con mayor exposición a las inundaciones y con una vulnerabilidad incrementada por el confinamiento y otros efectos sociales, económicos y sanitarios de la epidemia de COVID-19 enfrentaran la estación lluviosa y la temporada de huracanes con grandes desafíos”, advirtió Claudia Herrera, secretaria del Centro para la Prevención de los Desastres en América Central y República Dominicana, con sede en Guatemala, en la presentación de un informe este mes.
El documento planteó un escenario “complejo” en el cual se conjugan las dificultades habituales como lidiar con las evacuaciones, preparar los refugios y organizar las cadenas de suministros con la necesidad de mantener la distancia social y el aseo para evitar la propagación del COVID-19.
Los países deberán “hacer lo posible por garantizar que las agencias que trabajen en la gestión de desastres y los gobiernos puedan identificar los contagios. Esta es la única forma en que las autoridades puedan guiar a aquellos que aún son vulnerables a la infección a refugios seguros contra el virus, suponiendo que estos refugios seguros contra el virus puedan establecerse”, manifestó el organismo centroamericano.
Los expertos indicaron que en 2020 América Latina y el Caribe tendrán la peor contracción de sus economías nacionales desde que comenzaron los registros en 1900.
La caída pronosticada por los especialistas para las naciones de Centroamérica -sólo por el COVID-19 y sin contabilizar el efecto de los ciclones- será de un 2,3% y un 2,6% para el Caribe, sobre todo por la combinación de tres factores: la reducción del turismo y de la actividad de Estados Unidos -un importante socio comercial- y la caída en las remesas.
Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) si las prohibiciones y restricciones de viaje a nivel mundial tienen una duración de tres meses -la mayoría de las islas detectaron los primeros casos en marzo y comenzaron a imponer limitaciones- la caída de la actividad turística en la región será de un 25% este año.
Sólo en el Caribe el sector emplea de manera directa a 2,4 millones de personas. El impacto a largo plazo en el turismo dependerá también del comportamiento de los países emisores, pues el 69% de los viajeros provienen de América del Norte y el 17% de Europa.
Sin contar la temporada ciclónica y su devastador impacto, la CEPAL ya preanunció un escenario de incremento de la pobreza, profundización de la vulnerabilidad sanitaria e informalización del empleo.
De cara al futuro, “la salud será lo más importante para atraer al turismo”, dijo a la AP el economista de la Universidad Internacional de Florida, Jorge Salazar-Carrillo. “Aquellos que puedan creíblemente constatar que el virus ha desaparecido de su territorio, serán los preferidos”.
Países como Cuba -donde el turismo es uno de los tres motores de la economía- o Jamaica están buscando adecuarse a los nuevos protocolos sanitarios que van del uso obligatorio del tapabocas al aseo extremo de las instalaciones hoteleras mientras aprovechan la inactividad para reparar la infraestructura y cruzan los dedos para que los ciclones pasen de largo.
Pero todos recuerdan los costos asociados al paso de los ciclones: en 2019, por ejemplo, Dorian dejó 7.000 millones de dólares en pérdidas y oficialmente unos 69 muertos -además de centenares de desaparecidos- en Bahamas, más otros 1.200 millones en Estados Unidos donde habría que sumar 2.000 millones más de la tormenta Imelda.
Muchos países de la región son tan pequeños o pobres que no logran estimarse los daños en vidas o recursos.
“Es un escenario crítico”, manifestó a la AP Karla Peña, directora de la Organización No Gubernamental Mercy Corps en Puerto Rico -donde persisten los efectos de ciclones de años anteriores como María-.
“Nunca nos habíamos enfrentado a una temporada de huracanes así porque ya venimos arrastrando una pandemia y situaciones en los últimos años… Es complicado para las familias. Las hace más vulnerables”, lamentó con dolor la activista.
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