Un hombre ejemplar, no lo digo porque sea mi primo hermano. El sargento Miguel Martínez (Tato), como cariñosamente le conocimos, fue ese ser humano que todos quisiéramos emular. Independientemente de sus compromisos, era ese ángel que siempre estuvo ahí en los momentos más difíciles que toda familia por ley de vida tenemos que sobrellevar en la tierra. Se enfermaba un familiar, era el primero en llegar. Recuerdo cuando mi hermano no pudo vencer la lucha contra el cáncer, a solos segundos de él enterarse, dejó lo que estaba haciendo y allí estuvo, con mi madre destruida y en llanto, y como siempre hacía, le plantaba un beso en la frente, acompañado de ese abrazo que uno sabía que estaba lleno de compasión y dolor, pero fuerte y grande como él era, con sus ojos aguados la sostenía. Así fue siempre Tato, con cualquiera de su familia, compañero o amigo que pasara por un momento de dolor.
Su vida no estuvo exenta de tropiezos y luchas. Cómo olvidar que su padre murió en circunstancias parecidas. Entró al hospital por una razón y salió sin vida por otra. Aquel hombre fuerte y alto, en ese momento necesitó de ese sostén que él siempre le brindaba al prójimo, porque como todo ser humano nos llega el momento, donde la debilidad y las sorpresas que nos otorga el destino, nos derrumban con lo que más amamos en nuestras vidas.
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Tato, un toalteño de pura sepa. Esposo de Gina Claudio, el amor de su vida y enfermera de profesión, hijo de María Cristina Ortiz y Manuel Martínez Batista. Una familia humilde, su padre fue un excelente funcionario del municipio de Toa Alta y chofer de guagua pública, su madre empleada del sistema de Instrucción Pública. Sus hermanos Juan, María, José Carlos y Edwin, veían en él ese hermano que de cierta manera llevaba consigo una imagen paternal para ellos.
Sus hijos Maricely, Miguelito y Christopher, dan testimonio del gran padre que siempre fue. Fuerte en disciplina, pero los llevó a pensar que en la vida hay que perseverar, luchar y que nada llega sin esfuerzo. Hoy son todos profesionales, de la mano de un gran padre que sudó gotas de sangre para verlos triunfar. Como agente de la policía, si alguna duda le aterraba que sus hijos fueran víctimas de lo que él a diario veía en la calle, atajando con un compromiso inquebrantable la criminalidad. Orgulloso de sus nietas Alanis y Ángela y su clon Gariel Manuel. Continuó a sus 56 años llevando la batuta actuando como defensor de lo que más amaba, su familia.
Cuando salía a la calle tal y como expresó el día de su muerte su hija Maricely, “en todo rincón se escuchaba ese grito de lejos ¡Tato!”, para saludarlo al visitar el barrio. Dedicó 28 años de su vida a la Policía de Puerto Rico y la seguridad de nosotros, reconocido por el Gobierno Federal, hace casi una década fue parte del “Strike Force de ICE” donde ayudó a combatir el narcotráfico en la isla.
Fue ese servidor público, que independientemente su ideología, trabajó por amor verdadero a su profesión. Bajo todos los superintendentes en sus años de servicio demostró que cuando se acepta el reto de servir al pueblo, no existen colores, sino amor a lo que fuimos llamados y protección a todo el que fuera víctima del mal social llamado criminalidad.
Miguel estuvo expuesto a perder su vida en el cumplimiento del deber, quizás fueron varias las ocasiones que se vio a punto de perderla, pero el 5 de abril de 2020, entró al hospital, luego de contagiarse con el Covid-19 ejerciendo sus funciones, protegiendo la ciudadanía para que este virus no llegara a nuestros hogares. Pero la voluntad del creador lo escogió a él, para que valoremos el trabajo arduo de un servidor público. Ejemplo de que el virus no escoge, todos somos propensos a contraerlo y hasta perder la vida.
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Como miembro de la Guardia Costanera, cuerpo militar al cual con mucho orgullo pertenezco, he sido testigo cómo cada uno de sus miembros tiene la oportunidad de subir de rango. Los méritos, disciplina y aptitudes son los requisitos para obtener un asenso. En tres años he logrado subir a lo que equivale el rango de sargento en la Policía de Puerto Rico. Ahora me cuestiono: ¿Cómo en 28 años que Miguel le dedicó alma, vida y corazón a nuestro cuerpo policíaco no fue hasta que perdió su vida que lo ascendieron póstumamente a sargento? Reconocido por el capitán, Carlos Haddock Román, quien lo definió como “un excelente policía, un hombre que hizo un excelente trabajo en esos años en que arrestaron numerosos narcotraficantes”.
No quisiera pensar que el sistema continúa estructurado para que el agente que esté bien conectado, ese que por ser escolta de un político o funcionario es el que logra ascender al terminar un cuatrienio. La actual gerencia de la Policía, quienes vienen de la misma época en que Tato comenzó como cadete y son personas serias, deben retomar y evaluar el sistema de méritos estableciendo la razón y no el amiguismo en este proceso. No se trata de rojos, azules y verdes; es valorar a quienes dedican alma vida y corazón en vida.
Es triste ver cómo hay que despedir un ser querido bajo estas circunstancias. Solo se les permite unos minutos a sus familiares cercanos, que puedan verlo gracias a las tecnologías por tiempo limitado y cuando va de camino a su última morada, ver de lejos el coche fúnebre, entrar solitario al camposanto le destruye el corazón al más fuerte.
Me atrevo hablar por su familia, agradeciéndoles todas las muestras de respeto y cariño para él. De igual forma, les exhortamos a cuidar de los más vulnerables, manteniendo el distanciamiento social y seguir las instrucciones que la clase médica y el Gobierno emiten con la ayuda de todos los medios de comunicación.
A las autoridades, protejamos nuestros funcionarios de primera fila, con los equipos necesarios para evitar más pérdidas como la del sargento Martínez. Que Dios bendiga nuestra isla. El Covid-19 nos arrebató un héroe, pero con la ayuda de todos, este virus lo venceremos unidos. Descansa en paz querido primo.
El autor es Oficial de la Guardia Costanera
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