Tiffany Pinckney recuerda el miedo cuando el COVID-19 le robó el aliento. Así que cuando se recuperó, esta madre de la ciudad de Nueva York se convirtió en una de las primeras sobrevivientes del país en donar su sangre para ayudar a tratar a otros pacientes graves.
“Definitivamente, el abrumador saber que mi sangre puede tener respuestas”, dijo Pinckney a The Associated Press.
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Médicos de todo el mundo están desempolvando un tratamiento centenario para las infecciones: infusiones de plasma sanguíneo repleto con moléculas inmunes que ayudaron a los sobrevivientes a derrotar al nuevo coronavirus. No hay pruebas de que funcionará. Pero antiguos pacientes en Houston y Nueva York fueron de los primeros donantes, y ahora los hospitales y los centros de transfusión se están preparando para que cientos de posibles sobrevivientes puedan seguir sus pasos.
“Hay una enorme llamada a la acción”, dijo el doctor David Reich, presidente del hospital Monte Sinaí de Nueva York, quien declaró que Pinckney se había recuperado y corrió a extraer su sangre. “La gente se siente muy impotente ante esta enfermedad. Y esto es algo que pueden hacer para ayudar a sus semejantes”.
Mientras los tratamientos echan a andar, “solo esperamos que funcione”, agregó.
Lo que los libros de historia llaman el “suero del convaleciente” se empleó durante la pandemia de gripe de 1918, y también contra el sarampión, la neumonía bacteriana y muchas otras infecciones antes de la aparición de la medicina moderna. ¿Por qué? Cuando se produce una infección, el cuerpo empieza a fabricar proteínas llamadas anticuerpos, diseñados para combatir ese germen. Esos anticuerpos flotan en la sangre de los sobrevivientes _ concretamente en el plasma, la parte líquida y amarillenta de la sangre _ durante meses e incluso años.
Cuando surgen nuevas enfermedades y los científicos buscan vacunas o medicamentos para tratarlas, esto es “una medida provisional que podemos aplicar rápidamente”, dijo el doctor Jeffrey Henderson, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis, que está ayudando a desarrollar un estudio a nivel nacional.
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Esto “no es una cura per se, sino que es una forma de reducir la gravedad de la enfermedad”, agregó.
Los médicos no saben por cuanto tiempo persisten los anticuerpos contra el COVID-19 en el cuerpo de un sobreviviente.
Pero, por ahora, “ellos son los más seguros en las calles”, apuntó Rebecca Haley, médico en Bloodworks Northwest, Seattle, que trabaja en la identificación de donantes. “No estaríamos haciendo mella en el suministro de anticuerpos para ellos mismos”.
La semana pasada, la Administración de Alimentos y Medicamentos dijo que los hospitales podían pedir permisos de emergencia para utilizar el plasma de convalecientes caso por caso, y el Hospital Metodista de Houston y el Monte Sinaí aprovecharon la ocasión.
Y una población desesperada respondió: las familias recurrieron a las redes sociales para pedir ayuda en nombre de sus seres queridos enfermos, y gente en proceso de recuperación preguntó cómo podían donar. Según la Universidad Estatal de Michigan, más de 1.000 personas se inscribieron en el Proyecto Nacional de Plasma de Convalecientes de COVID-19. Docenas de hospitales formaron ese grupo para estimular las donaciones y la investigación.
Los posibles donantes no pueden presentarse directamente en un centro de donación. Aquellos con una infección demostrada que hayan sido asintomáticos durante varias semanas deben someterse de nuevo a la prueba para asegurar que el virus ha desaparecido. Además, deben tener una salud suficientemente buena que cumpla los requisitos de una donación y pasar tests adicionales para determinar si su nivel de anticuerpos es suficientemente alto.
“No se quiere extraer plasma de alguien que ha tenido una respuesta inmune mediocre. No sería útil”, dijo la doctora Julie Ledgerwood, de los Institutos Nacionales de Salud (NIh, por sus siglas en inglés).
La semana pasada, médicos chinos reportaron que cinco pacientes que recibieron plasma de convalecientes mostraron alguna mejora alrededor de una semana más tarde. Pero también recibieron otras terapias y, a falta de un estudio riguroso, no hay forma de saber si fue el plasma lo que marcó la diferencia.
Se están planificando estudios para evaluar los resultados con plasma de convalecientes frente a la atención habitual en pacientes de coronavirus, y para evitar contagios en personas con alto riesgo de exposición como los trabajadores médicos.
Otro enfoque: la empresa española Grifols, especializada en la fabricación de plasma, quiere concentrar el plaza donado en una fábrica en Carolina del Norte, creando una versión de alta concentración que también tendría que ser testada.
Por otra parte, investigadores de los NIH están midiendo los niveles de anticuerpos de los sobrevivientes para saber qué fuertes deben ser las vacunas en las que se está trabajando para que puedan proteger a la población. Otros equipos, incluyendo uno de la Universidad Tsinghua de Beijing, estudian qué anticuerpos son los más potentes, para copiarlos en un laboratorio y convertirlos en fármacos.
Pero las donaciones de gente como Pinckney podrían emplearse tan pronto como los centros de transfusión puedan procesarlas. Ella cayó enferma la primera semana de marzo. Sus primeros síntomas fueron fiebre y escalofríos. No podía respirar y las inhalaciones profundas le causaban dolor en el pecho. Esta madre soltera de 39 años se preocupó por sus hijos de 9 y 16 años.
“Recuerdo estar en el piso de mi baño llorando y rezando”, recordó.
Por eso cuando desde el hospital Monte Sinaí, donde fue diagnosticada, la llamaron para monitorear su recuperación y preguntarle consideraría donar, no dudó.
“Para mí es también un faro de esperanza para alguien más”, dijo.