En una humilde barriada de Guayaquil, en el oeste de Ecuador, Karina Cruz padece un drama adicional a la muerte de su esposo. En medio de la saturación de servicios por la emergencia del nuevo coronavirus, nadie puede recoger el cuerpo de Daniel Larrea que permanece inerte en la sala de su casa desde el lunes.
Daniel era un conductor de Uber, tenía 42 años y pasó siete días con fiebre alta, pero los doctores le dijeron a Karina que no lo llevara al hospital, “porque todo estaba colapsado”. Empeoró y falleció, y aunque la familia cree que fue por COVID-19 nunca se le hizo una prueba.
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Su cuerpo yace cubierto con un plástico negro compartiendo espacio con ocho personas que viven ahí.
En Guayaquil, una ciudad de 2.6 millones de habitantes, los hospitales rechazan a los pacientes y los cuerpos se quedan por días en las casas en medio de una crisis completa de su sistema de salud por la pandemia del coronavirus.
El gobierno ha informado de más de 3,163 contagios hasta el jueves en todo el país. Oficialmente hay 120 muertes, pero muchas personas más han muerto sin que se les hubiera hecho la prueba, como a Daniel, padre de cuatro hijos de 20, 16, 13 y 11 años.
La provincia de Guayas, cuya capital es Guayaquil, tiene 2,243 contagiados y es considerado el epicentro de los contagios en Ecuador.
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Guayaquil “está experimentando lo que esperamos ver en todos los países, una curva ascendente de los casos acompañado de la mortalidad asociado a él, en este caso los grupos más vulnerables”, dijo a The Associated Press Gina Watson, representante de la Organización Panamericana de la Salud en Ecuador, aunque aseguró que no es un comportamiento “anormal” del virus.
“La humanidad ha aprendido a vivir con las diferentes pandemias que han existido”, dijo. “Se aprendió a vivir con viruela y la viruela se erradicó, se aprendió a vivir con polio y en el caso de las Américas se eliminó … también aprenderemos a vivir con el COVID”.
Medios ecuatorianos han mostrado esta semana escenas del drama en Guayaquil: cadáveres abandonados en las calles apenas cubiertos con plásticos o sábanas y largas filas de personas frente a hospitales y cementerios a la espera de saber el destino final de sus muertos.
Y la mayoría de las funerarias, que además de retirar cadáveres de casas y hospitales se encargan de los trámites legales y el entierro o cremación, han suspendido actividades ante el temor de que sus empleados se contagien del coronavirus.
La Funeraria Terán es una de las pocas que siguen operando. Merwin Terán, que trabaja ahí, contó que estuvo en un cementerio donde le dijeron que en un día normal recibían unos 30 muertos, pero sólo el lunes llegaron 149 y que en la morgue de un hospital vio 50 fallecidos. “Es un olor desesperante”, dijo.
Pese a que cientos de miles se han contagiado en el mundo con el nuevo coronavirus, la mayoría sólo tiene síntomas moderados, como fiebre y tos, aunque otros, sobre todo las personas mayores o con enfermedades previas, pueden desarrollar neumonía y morir.
“Estamos viendo una situación bastante parecida a lo que sucede en Italia”, dijo la doctora Mireya Rodas, una neumóloga en un hospital de Guayaquil que ella misma dio positivo al nuevo virus.
Para Enrique Acosta, investigador del Max Planck Institute for Demographic Research de Alemania, señaló que Ecuador tiene una tasa baja de crecimiento de casos en la última semana, de un 8%, lo cual podría “estar relacionada con la falta de pruebas”.
La situación ha llevado los habitantes de Guayaquil a protestar y reclamar ayuda.
“Tenemos miedo que ya todos estén contagiados”.
Y en un intento de enfrentar la situación en Guayaquil, el gobierno busca tanto simplificar los trámites médicos y legales como que la policía, bomberos y fuerzas armadas ayuden a recoger los cuerpos de los fallecidos.
El delegado presidencial para atender la situación, Jorge Wated, dijo que una fuerza de tarea de militares, policías y bomberos en los últimos días ha recogido 150 cuerpos, aunque no precisó la cantidad de cuerpos que quedan pendientes por retirar, no todos por COVID-19, tanto en casas como en hospitales.
La alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, anunció en Twitter el martes que entregó uno de tres contenedores requeridos “para refrigerar temporalmente los cuerpos de los fallecidos”, mientras que Wated dijo que están disponibles 2,000 espacios en un cementerio público local para afrontar la situación.
Entre lágrimas, Verónica Bone relató el martes a la AP lo que estaba viviendo en su domicilio en una barriada pobre del suroeste de Guayaquil: “mi papá se murió hace cuatro días, está hinchado, está apestando, no se aguanta a mi papá aquí, aquí hay otras cuatro personas que quedamos vivas”.
José Bone, el padre de Verónica, era un taxista de 57 años que murió de un paro cardíaco. Su hija dijo que ha llamado a diario varias veces para pedir que se lleven el cuerpo. “No nos hacen caso, no nos dan atención, solo queremos ayuda para que se lleven a mi papá”.
Ecuador identificó su primer caso de COVID-19 el 29 de febrero, una mujer de 71 que había viajado a España. La nación sudamericana fue una de las primeras en Latinoamérica que confirmó la llegada del nuevo coronavirus.
Y cuando se trata de combatir el virus, América Latina está en desventaja frente a países desarrollados, debido a que depende de la importación de pruebas para el coronavirus y es hogar de millones de pobres que viven hacinados y que no pueden darse el lujo de quedarse en cuarentena, además de que no hay suficientes camas en hospitales ni doctores.
Para Jaime Breilh, investigador de la Universidad Andina Simón Bolívar, Guayaquil es también vulnerable por el alto número de migrantes ecuatorianos que llegan de Europa en esta época.
Además, dijo a la AP, “allí están las favelas más grandes del país … donde es difícil mantenerse en cuarentena, por necesidades económicas de trabajar y ganar plata para comer”. Las autoridades estiman que unas 200,000 personas viven del comercio callejero.
El médico de la Universidad de las Américas, Esteban Ortiz, comentó a la AP que para 2017 había unos 692 respiradores en Guayas, aunque estima que sólo un 25% de ellos habría estado disponible para atender a los enfermos en la provincia de Guayas al inicio de la crisis.
Añadió que cuando se multiplicaron los contagiados, “se produjo una sobresaturación del sistema de salud, lo reventó, y puso muchísima presión sobre el debilitado sistema público de vigilancia epidemiológica y sobre la atención hospitalaria”.
La familia de Daniel Larrea, el conductor de Uber, no sabía que tuviera ningún problema de salud previo.
Karina, su esposa, contó que horas antes de morir Daniel se puso azul, le faltaba la respiración. Y apenas falleció, llamaron a la policía, los bomberos y el 911, pero no obtuvieron ninguna respuesta, mientras el dolor y drama familiar incrementaba con el paso de las horas y el cuerpo en descomposición.
“Tenemos miedo que ya todos estén contagiados”, dijo Karina.