A Juan le preocupa que los doctores y enfermeros están demasiado expuestos a contagiarse. Después de todo, ¿qué nos queda si perdemos a los que nos curan? Le inquieta que en la sala de emergencia no aíslan a quienes llegan con síntomas, que no se siguen los protocolos, que la administración del hospital no hace bien su trabajo y que la crisis apenas comienza.
Esta es la tercera vez que converso con Juan. Trabaja en el Hospital Universitario Ramón Ruiz Arnau, mejor conocido como el Hospital Regional de Bayamón o el HURRA. Recordó que hace una semana llegó al hospital un hombre con tos seca, fiebre y problemas para respirar. La entrevista al paciente en la sala de emergencia no fue completa y obviaron el detalle de que un familiar del hombre había estado en Nueva York recientemente. Fue internado. Antes de eso, Juan estimó que el paciente estuvo allí por horas sin ser aislado. De las cinco pruebas que tenía el hospital para detectar COVID-19, una se le hizo a esta persona. Positivo. Ahora está intubado, en estado crítico.
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La primera vez que hablamos fue el martes, 17 de marzo. El rumor ya recorría los pasillos de que se preparaban para recibir pacientes afectados por el coronavirus. Llevaban poco más de dos semanas construyendo y arreglando en distintas partes del hospital. Le pregunté a Juan si pensaba que el hospital estaba listo para lo que se veía venir. Dijo que no.
Hace más de dos años y medio el huracán María destrozó el hospital. Le rompió techos y cristales. Lo inundó. Hubo que mover pacientes a las afueras del edificio. Al igual que muchos, Juan piensa que al hospital le hace falta cariño desde hace años, incluso antes de María. Hay partes en las que el aire acondicionado pasa desapercibido porque enfría a temperatura ambiente. O sea, a veces lo que da es calor. El techo del cuarto piso no deja de filtrar agua. Funcionan de manera decente solamente los primeros dos pisos y partes del tercero. Ahora preparan a toda prisa una parte del tercer piso luego de permanecer abandonado por mucho tiempo. Tras los eventos del 9/11, en esta parte del hospital se comenzó a construir hace más de 15 años para responder a un ataque bioterrorista. Cuando el Gobierno dice que el hospital cuenta con 23 cuartos de aislamiento, la realidad es que veinte de ellos todavía no están habilitados. Estos cuartos están en el tercer piso que permanece bajo construcción. Ninguno ha sido utilizado, con excepción de cuando el huracán María, que un grupo de médicos usó este espacio para atender casos de trabajo social. En 15 años, no se terminó de construir. La construcción en el HURRA en Bayamón, financiada con fondos federales, quedó a mitad y mal hecha. Juan dice que las camas no cabían por la puerta de los cuartos. Más de 15 años para construir, y ahora corren contra el reloj para habilitar estos cuartos, cuando cada hora cuenta.
La segunda vez que conversé con Juan fue el viernes, 20 de marzo. Contó que la situación en el hospital había empeorado desde que en una conferencia de prensa el día anterior, la gobernadora Wanda Vázquez Garced dijo que el hospital de Bayamón era el designado como principal para atender pacientes críticos de coronavirus. Juan piensa que fue irresponsable querer dar la apariencia de que el hospital estaba listo. “No lo está y esa es la verdad”, dijo. A partir de ese momento empezaron los referidos de personas desde otros hospitales hacia el HURRA con síntomas de COVID-19, aunque no estuvieran en condición crítica. De todos lados comenzaron a llegar casos sospechosos del virus. Se esfumaron las cinco pruebas con las que contaba el hospital. Llevaban días en espera de recibir más. El hospital comenzó a rechazar algunos de estos casos porque simplemente no podían atenderlos. Me recordó el caso del que me habló otra empleada del hospital con la que conversé recientemente. Cuando terminaba su hora de descanso sentada cerca de sala de emergencia vio llegar a los paramédicos con un posible caso de COVID-19. El personal en sala de emergencia no supo qué hacer y la ambulancia terminó yéndose con el paciente a otro hospital. “Un paciente con esta enfermedad se puede complicar. Sería irresponsable admitir un paciente si no tenemos los recursos para atenderlo si se complica su situación”, me dijo.
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Por eso, Juan pensaba que era imprescindible “arreglar la noticia de la gobernadora”. Había que aclarar que el hospital no estaba listo, que estaba lejos de ser “el hospital del coronavirus” y que solo podía atender pacientes críticos. El jueves, una semana después, el Dr. Pablo Rodríguez, parte del grupo de médicos que lidera la respuesta del Gobierno, tomó un turno al micrófono en una conferencia de prensa de la Gobernadora para decir lo mismo que Juan sabe desde el principio: el hospital no está listo para recibir pacientes con COVID-19.
Al día siguiente hablé con él. Seguían llegando los referidos. Recibieron una veintena de ventiladores nuevos y un puñado de pruebas. Hay batas, guantes y mascarillas, pero no mucho, solo el inventario que había desde antes de la pandemia. Hay protocolos y hasta una experta que asesora sobre el manejo de la sala de emergencia. De qué vale que existan estos planes y protocolos si no se cumplen, se preguntó Juan. El hospital tenía en ese momento tres personas intubadas, incluyendo el hombre que esperó por horas en sala de emergencia antes de ser admitido. Con sus únicos tres cuartos de aislamiento hábiles ocupados, se puede decir que el hospital ya operaba a capacidad con menos de 100 casos confirmados y reportados en la isla. El trabajo en el tercer piso y los cuartos de aislamiento continuaba. “Allí están construyendo, literalmente”, mencionó. Recordó la unidad móvil de trauma que está en el estacionamiento, aunque desconoce para qué exactamente se usará. Afuera también hay dos áreas de triage en carpas instaladas para atender pacientes con síntomas de COVID-19 una vez comiencen a escasear los cuartos de hospital, y que según el Gobierno han sido levantadas en otros hospitales alrededor de la Isla. Juan escuchó que en realidad las carpas allí no atenderán a nadie hasta tanto no se termine el trabajo en los cuartos de aislamiento del HURRA. Esto porque si la condición de un paciente se complica en la carpa y hay que transferirlo al hospital, no tendrían a dónde hacerlo. “Tener pacientes intubados en una carpa no es ideal”, reflexionó. Aún así, Juan no sabe por qué las carpas, que llevan más de dos semanas puestas, todavía no reciben a nadie, si el hospital no cuenta con un espacio de aislamiento para las personas que llegan con síntomas y esperan su evaluación.
Mi última conversación con él fue el martes, 31 de marzo. Contó que algunos enfermeros se han ido o contemplan hacerlo si la situación se pone fea. No los culpa. Muchos de ellos están en el grupo de alto riesgo de la enfermedad y prefieren no arriesgarse. Así que los más jóvenes han estado doblando turno. A la larga, habrá que contratar médicos y enfermeros, asegura. ¿De dónde?, pregunté. Se han ido más de 14 mil en los últimos cinco años. Lo que sabe Juan es que faltan muchas manos y está seguro de que el Gobierno tendrá que contratar. Dos de los tres pacientes con COVID-19 en el HURRA que estaban intubados murieron. Uno de ellos fue el hombre que esperó horas en sala de emergencia. Murió el domingo en la tarde. Su cuarto de aislamiento ahora lo ocupa una mujer de 30 años. Los únicos tres cuartos de aislamiento que tiene ahora mismo el hospital se llenan en un abrir y cerrar de ojos. Le pregunté nuevamente si el hospital está listo y no, no lo está. Esa siempre ha sido la respuesta.