La estación Grand Central en Nueva York _ un lugar que se ha vuelto una metáfora común en inglés para “lleno” _ tiene apenas unos pocos viajeros. La Grand Place de Bruselas a la puesta del sol, sus adoquines tan carentes de peatones que los reflejos de las luces se extienden por metros. La Torre Eiffel en París, abandonada, alzándose al cielo como un extraño obelisco de un planeta distante.
Cuando los lugares públicos en el mundo se vacían en momentos en que la humanidad se resguarda en autoprotección, los hitos naturales y construidos por el hombre en la Tierra revelan algunos de sus secretos menos compartidos.
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Revelan su majestuosidad: la curva orilla llena de edificios de la Playa Arpoador en Río de Janeiro, parece mucho más alucinante cuando es el trasfondo de una sola persona mirando las olas.
Muestran cómo una escala épica puede volverse aún más espectacular cuando está libre de los humanos que usualmente la pueblan.
Revelan también cómo las personas las completan: Las brillantes luces de Times Square, con mesas vacías en primer plano, se siente insuficiente. Una mirada al paisaje sintético de Las Vegas se ve irrelevante cuando quienes usualmente lo transitan le dan la espalda.
Alrededor del mundo, esos sitios públicos yacen baldíos, esperando el fin de un momento histórico tenso y desalentador. Perseveran. No van a desaparecer.
Pero esos lugares son para el público. Y la gente regresará, eventualmente.
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Pero ¿cuándo?
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